Capítulo trece: En la cueva del dragón

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No recuerdo nada importante del día que precedió a aquella extraña noche. No acierto a saber lo que hicimos, ni si se me hizo interminable la espera hasta la noche. Sí que recuerdo, en cambio, todos y cada uno de los detalles del sueño.

Esa vez, no aparecí en el claro al que estaba acostumbrada, si no en una cueva oscura en la que era imposible ver nada. Anduve perdida por los corredores durante un tiempo que me pareció eterno, hasta que vi un débil fulgor anaranjado a lo lejos y oí, casi en el mismo instante, una voz. E corazón me dio un vuelco: era un susurro casi inaudible, pero que reconocería en cualquier lugar, entre cualquier multitud.

Me apoyé en la pared para no perder la dirección que seguía, hasta que vi la sombra de Chris proyectándose en la pared. Iba a ir hacia él, cuando de pronto me imaginé la escena: en una cueva oscura, por la noche, una niña pequeña busca a su amigo; y me recordó irremediablemente a los cuentos que Pablo me contaba unos años antes para que me portara bien. A pesar de que una parte de mí se moría de ganas de seguir el susurro, mi mente racional, presa del pánico, me obligó a volver atrás.

Salí de la cueva con celeridad, pero sin hacer mucho ruido, y me topé con un bosque en el que los árboles eran tan altos que incluso los rascacielos les envidiarían. La escasa luz de las estrellas y las lunas que se colaba entre las hojas creaba siniestras formas, que parecían brochazos con pintura oscura en el lienzo de un pintor descuidado. Miré atrás, hacia la entrada de la caverna de la que acababa de salir. Me quedé hipnotizada; intenté, una y otra vez, apartar la vista de ella, pero había algo que no me lo permitía. Después de un rato en el que sufrí bastante, ya que sentía que no era dueña de mi cuerpo, oí unos pasos que se acercaban. Esta vez tuve la certeza de que era Chris, aunque no pudiera verle. Mi mente racional quedó silenciada, acallada por un imperioso deseo de verle de nuevo.

Me quedé quieta hasta que, de pronto, vi su cara salir de la cueva. Portaba esa sonrisa que le caracterizaba, y sus ojos irradiaban luz como de costumbre.

- ¿Dana? – Parecía no llegar a creerse que hubiera vuelto. - ¡Ven, rápido! – Esto me desilusionó un poco. Esperaba una cálida bienvenida, y, en lugar de ello, recibí un saludo poco alegre. Parecía que estuviéramos amenazados por un peligro inminente, aunque la zona estuviera tan vacía como de costumbre. Si no fuera por aquellos hombres que había visto una vez, me atrevería a decir que ese lugar estaba completamente vacío, y que Chris y yo éramos los únicos que lo conocíamos. Quizá fuera mejor así.

Me llevó al interior de la cueva. Mi amigo parecía apurado, como si el tiempo se acabara, como si hubiera una misteriosa cuenta atrás hasta algo que solo él conocía, y tan solo quedaran unos segundos. Me condujo por un laberinto de pasillos, iguales entre ellos, pero que parecía conocer como la palma de su mano. Finalmente llegamos a una amplia cámara, y lo que vi me dejó sin aliento. Allí, grande y poderoso, luciendo su increíble majestuosidad, se alzaba un dragón. No era como aquel que había visto en el bosque, si no mucho más hermoso. Tenía las escamas plateadas, los ojos azules como el cielo y unas alas increíblemente grandes. Desprendía un suave y dulce aroma a flores, que impregnaba toda la estancia. Su mirada, llena de sabiduría, le hacía parecer increíblemente viejo, pero el tiempo no pasaba por su cuerpo. De pronto, abrió la boca para hablar. Tenía una voz femenina y aterciopelada.

La dragona (porque comprendí que era una hembra) me miró a los ojos, nos cubrió a Chris y a mí con su cola y nos dijo eso que tenía a Chris tan preocupado.

- Vienen a por vosotros. Huid.



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