Capítulo tres: Querido Chris

93 16 2
                                    

Desde mi posición privilegiada en mi cama, podía ver cómo los rayos anaranjados de la puesta de sol se reflejaban en la pared blanca donde estaba mi escritorio. Llevaba todo el día enfrascada en un libro de fantasía sobre dragones, pero las páginas se acababan y yo me quedaba vacía poco a poco, con toda esa magia que se escaba de mí a cada segundo que pasaba. Cuando por fin cerré el libro, me quedé mirando la luz del sol con los ojos abiertos como platos, pensando que me recordaba vagamente a algo. Podía ser un déjà vu, pero descarté esa opción rápidamente; lo que me sonaba era la luz del sol, no la situación. Repasé mentalmente mis vivencias del último mes, del último año, de toda mi vida, y no encontraba nada que concidiera con ese color, castaño claro y rojizo, hasta que me detuve en uno de los recuerdos más recientes: un niño de ojos verdes y rostro inocente me miraba con curiosidad. Su pelo era del color del sol, pero también de muchas cosas más. Era del color de un fuego apagado en su interior, y del de mi esperanza. Mi esperanza era tener alguien en quien confiar, un hombro sobre el que llorar. De pronto, el recuerdo del sueño de la otra noche se abalanzó sobre mí como un alud cálido que me abrazaba.  Y aquellos ojos verdes querían llevarme lejos, hacerme olvidarlo todo y empezar una nueva vida. Aquellos ojos verdes se apoyaban sobre los míos, cerrándolos suavemente, me deslizaban desde este mundo a otro mucho más especial, en el que la oscuridad no era más que una metáfora cruel para apagar vidas.

Sobre mí se cernía una terrible oscuridad, pero esta vez ya no me asustaba. Al contrario: me daba la seguridad de que había algo más allá. Intenté relajarme, y esperar a que el paisaje que tan enigmático me parecía apareciera frente a mí. Pero pasaba el tiempo, y este se hacía esperar. "Quizás no vuelva a aparecer", pensé. Ante tal idea, fue formando un nudo en mi garganta, y las lágrimas formaron una cortina sobre mis ojos. De pronto, y sin previo aviso, me vi envuelta en un campo de hierba suave y cubierta de rocío, y sobre el un cielo presidido por dos soles de unos colores que no tienen nombre. Me enamoré de esa visión desde entonces, y me hice prometerme a mí misma que nunca iba a olvidarla. Pero desechée rápidamente esos pensamientos, porque tenía cosas más importantes en las que centrarme. Mis ojos buscaban curiosos al niño de la noche anterior, hasta que, sin motivo alguno, y como por arte de magia, apareció junto a mí. 

-Hola, ¿quién eres?- Me preguntó- Ayer te fuiste sin decírmelo...

La verdad es que esa confianza con la que me hablaba era poco familiar para mí, así que me pensé un rato la respuesta.

-Yo... Soy Dana... No... No estoy acostumbrada... A hablar con la gente... La verdad es que... Bueno... ¿Cómo te llamas?...-  Para decirle estas propias palabras tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, y aún más para conseguir sonreír al acabar de silabearlas. Le miré con cara interrogante, pero él escondió su rostro en las manos y no respondió.

-¿Pasa... algo?- Pregunté, haciendo otro esfuerzo. Cada vez me resultaba un poco más fácil relaccionarme, pero todavía era para mí algo casi imposible. A esta segunda pregunta le siguió un silencio que parecía infinito, que solo se atrevió a romper el niño con una respuesta que, para mí, ya tardaba en llegar.

-No sé quién soy, ese es el problema. No recuerdo nada, solo las cosas que me ocurrieron desde que tú apareciste aquí...- "Eso explica muchas cosas", pensé.- Creí que tú sabías, por lo menos mi nombre...- Le miré con más curiosidad todavía. Pero entonces recordé el nombre que se me había venido a la cabeza cuando le vi por primera vez. Chris... ¿Sería casulidad que tuviera los mismos ojos que Cris, la exnovia de Pablo? Quién sabe.

-No... No te conozco... Muy bien... Bueno, en realidad... No sé quién eres, pero... Puede que... Te pueda ayudar... Inventando un pasado... Solo sé... Que te llamas... Chris...- Me costó infinito trabajo pronunciar todo esto, y no hablemos de encadenar dos palabras seguidas.

-¿Chis?- Me preguntó dubitativo.

-¿No... te gusta? En realidad... Tu nombre es... Christian... Pero Chris es un diminutivo...- Lo había conseguido. Había encadenado una frase completa, empezaba a progresar, pero muy lentamente.

-¿Qué si no me gusta? ¡Me encanta! ¡Es un nombre genial! ¿Cómo lo has sabido?

-No... No lo sé.- Estaba empezando a hacer serios progresos. 

De pronto, oí un ruído muy fuerte, que me sacó de mi fantasía de golpe, y me obligó a abrir los ojos. El nombre de Chris se me quedó atrapado en la garganta, como la noche anterior. Eché una mirada al reloj de mi mesa con curiosidad. Como todavía quedaban varias horas para que el despertador sonara y tuviera que ir al colegio, me senté en mi mesa, cogí un cuaderno de tapa blanda que aún no había empezado, y comencé a escribir una carata que decía así: "Querido Chris"

El recuerdo de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora