Capítulo ocho: Convicción

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Esa mañana desperté con una suave sonrisa en los labios, relajada y feliz como nunca lo había estado. Busqué con la mirada los brillantes números rojos de mi reloj, y me di cuenta de que todavía podría quedarme en cama unos minutos más antes de levantarme. Si encender la luz, comencé a recordar todo lo que había sucedido en los últimos catorce días, y no pude reprimir una carcajada. De pronto el corazón me dio un vuelco, cuando me di cuenta de algo: había soñado con Chris. Y eso quería decir que mi único amigo... era solo un sueño. Lo que antes había sido una cara sonriente, se llenó de lágrimas rápidamente, y se me formó un nudo en la garganta. "No te preocupes, Dana. Seguro que... Seguro que Chris existe. Además... Además." Me dije a mí misma. Me di cuenta de que no tenía forma de continuar tranquilizándome. Respiré hondo, y escucho los pasos de Pablo que venía a mi habitación a levantarme. Me sequé la cara e intente recomponerme lo más rápido que pude. Encendí la luz antes de que mi hermano llegara, y salí corriendo al baño.

Decidí darme una ducha para intentar olvidar, pero Chris no se iba de mi cabeza. Acabé antes de lo que tenía previsto, y, una vez ya estuve lista, volvía a llorar de nuevo. Me intenté refrescar la cara, pero el nudo de mi garganta tan solo parecía crecer y crecer. Oí a Pablo que me llamaba para ir a desayunar, y tuve que hacer un gran esfuerzo para dejar de llorar. Mientras cruzaba la puerta, me pareció ver a un niño pelirrojo en el espejo, pero la convicción de que Chris no rea real me hizo ignorarlo.

El día pasó como cualquier otro, hasta que llegó la noche. Estaba en mi cama leyendo un libro de fantasía que ya casi me sabía de memoria, cuando llegó Pablo. Estaba feliz, deslumbrante como nunca le había visto. Su pelo rubio estaba completamente despeinado, sus ojos azules parecían negros, y una gran sonrisa llenaba su cara.

-¡Dana!- Me gritó. En mi cabeza se me ocurrían miles de ideas que explicaran su felicidad, pero tenía la sensación de que ninguna era acertada. -¿Sabes qué? Me voy a ir de intercambio a Ginebra. ¿Y sabes lo mejor? ¡Que vamos a visitar el CERN!- Cuando acabó de decir estas palabras, di un salto en la cama.

-¡¿Qué?! ¿Por qué yo no puedo ir contigo a Ginebra? ¿Por qué no puedo ir al CERN? ¡cómo la has conseguido?

-Tranquila, bosoncito. He dicho que VOY a ir de intercambio a Ginebra, pero también dije que VAMOS a visitar el CERN. Mamá que llamó hoy por la tarde, cuando salí de la biblioteca, para decirme que un compañero suyo de la oficina tiene un amigo que trabaja en la construcción del LHC, y nos ha invitado a visitarlo.

No le respondí. Tan solo comencé a saltar, en cama, en el suelo... Tan solo me había sentido tan feliz una vez en mi vida, la noche anterior, al reencontrarme con Chris. Pablo me abrazó, y durante las horas siguientes la casa se transformó en una fiesta. La recorrí entera, gritando, correteando, y paré cuando ya no pude más y me dolí a barriga de tanto reír. Después de la euforia inicial, mi hermano y yo cenamos en silencio, y acto seguido nos fuimos a dormir.

Esta vez, cuando abrí los ojos estaba en una cueva. Al fondo de todo, había un resplandor perlino, y, junto a mí, observándome atentamente, estaba Chris. Me levanté a toda velocidad, y le dediqué una amplia sonrisa.

-¡Hola! ¿Qué tal?- Me dijo. Día tras día, noche tras noche, no dejaba de sorprenderme la soltura y naturalidad con la que se comunicaba con los demás. A modo de respuesta, comencé a reírme a carcajadas, sin saber muy bien por qué. -Ven, tengo que enseñarte algo.- Continuó.

Me condujo durante un largo rato por varios corredores, hasta que finalmente descubrí al responsable de la luz que me había encontrado antes. Era un unicornio, igual que los que había visto en los libros, y me estaba mirando fijamente. Se acercó a mí con suavidad, y Chris me subió en su lomo. Antes de que me diera cuenta, la criatura me había sacado de la cueva, y cabalgaba veloz por el bosque. Cuando llegamos al claro en el que había estado la noche anterior, intenté que parara. Lo conseguí, después de varios intentos fallidos. Me bajé del unicornio, y, tras acariciar sus crines con suavidad, este salió corriendo de repente. Volví la vista a Chris, que me sonrió. Cuando abrió la boca para decirme algo, sucedió lo que más temía. Desperté.

El recuerdo de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora