Capítulo once: La magia de las palabras

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Ya habían pasado dos días, y la situación comenzaba a preocuparme. Cada vez que mi amistad con Chris comenzaba a mejorar, él desaparecía de mi vida como por arte de magia. Una noche estaba, y a la siguiente... ya no. Sabía que ocurría algo, pero no alcanzaba a saber lo qué.

Como todas las noches desde que conocía a Chris, me fui a dormir ardiendo en deseos de verle de nuevo. Pronto, casi sin darme cuenta, mi habitación se difuminó, y me vi envuelta por un leve manto de algo que parecía purpurina, pero que no lo era. Brillaba más que esta, y podría decirse que era casi inmaterial. Me puse de pie, y di una vuelta sobre mí misma. Pronto, el polvo que me rodeaba se separó, formando una nube brillante. No pude reprimir una carcajada cuando me di cuenta que se transformaba en maravillosas mariposas plateadas, que revoloteaban a mi alrededor. Me acerqué con cuidado a una de ellas y rocé sus alas. Pegué un gritito casi inaudible cuando se desintegró, pero la angustia duró poco. Antes de que me diera cuenta, una nueva mariposa, si cabe más hermosa todavía que las demás, alzó el vuelo, alejándose de mí. Sin pensarlo dos veces, la seguí, pero iba mucho más rápido que yo.

Cuando llevaba ya un largo rato corriendo, me pareció distinguir entre las sombras una figura. Parecía un niño sentado en el suelo, de espaldas a mí, y no pude definir muy bien sus rasgos. De pronto, se dio la vuelta, y las alas de la mariposa iluminaron una gran sonrisa que parecía brillar por sí sola. No necesité ver más para lanzarme a su cuello y aferrarme a él con todas mis fuerzas.

Chris había vuelto.

Chris estaba allí.

Cuando al fin aflojé mi abrazo, él me miraba con expresión divertida. Estiró un brazo, y tomó un cuaderno roído, roto y viejo, y una caña tallada. La falta de luz me impidió ver exactamente cómo estaba decorada, pero, al menos, podía distinguir lo trabajada que estaba. Garabateó algo en la página, y para mi sorpresa la caña escribió como un bolígrafo, de la misma forma que lo haría si tuviera tinta. Chris dio una palmada autoritaria, y, acto seguido, las mariposas desaparecieron. A nuestro alrededor se materializó el claro en el que ya había estado varias veces.

- ¿Qué has hecho? ¿Esas mariposas... eran obra tuya? ¿Cómo...?- En mi mente se agolpaban mil y una preguntas que tenía que hacerle. Desde luego, nunca había visto a nadie hacer algo parecido, y no iba a parar hasta descubrir cómo había conseguido semejante maravilla. Por unos minutos, había conseguido que el tiempo se detuviera y el claro, al que ya estaba habituada, se transformara en algo si cabe mucho más hermoso y maravilloso.

A modo de respuesta, lo único que hizo Chris fue sonreír. Otra vez esa sonrisa. Solo tenía que cerrar los ojos para verla, pero ahora, ahí estaba. Era real.

- Se llama Galditaría. Es algo así como lo que tú conoces como magia, pero tiene algunas diferencias. Esta se basa en las palabras, la que tú conoces en ilusiones y deformaciones de la realidad. Dime, ¿acaso es magia un engaño, una trampa?- Le miraba fijamente mientras me hablaba. Tenía los ojos como platos, y era incapaz de apartar la mirada de él. Intenté negar con la cabeza, pero su voz provocaba algún extraño efecto en mí, como si intentara hipnotizarme. Me mecía suavemente, y parecía un soplo de viento cálido y envolvente. - ¿Recuerdas la libreta que te regalé hace unos días? Es muy parecida a la que estaba usando yo hoy. Te dije que no la usaras porque es un cuaderno muy especial, preparado para la Galditaría. Usarlo mal podría ser una catástrofe. Dana, ¿me estás escuchando? - Asentí, sin prestar mucha atención a mis movimientos. Seguía en una especie de trance, y el mundo estaba desapareciendo poco a poco. – Está bien. ¿Dana?-

Finalmente, volví a la realidad. Sacudí la cabeza y sonreí.

- Sí, sí, no te preocupes.- Le dije, con la esperanza de que me creyera. A pesar de lo que intentaba aparentar, estaba llena de dudas. ¿Galditaría? ¿Qué era eso? Recordé vagamente que había mencionado algo sobre las palabras. Su breve discurso fue recomponiéndose lentamente en mi cabeza, hasta que dar completo. Solo entonces pude analizarlo con más detalle. "Así que por eso me dijo que no podía utilizar la libreta." Pensé. Y, de pronto, una idea cruzó mi mente.

- Enséñame. Quiero aprender cómo se hace. - Le dije. Él me dirigió una mirada llena de lástima.

- Te entiendo, a mucha gente le gustaría saber hacer Galditaría. Pero... no todo el mundo puede. – Mi rostro se ensombreció unos instantes. – A menos que... Bueno, nadie dice que no tengas el Don. Tener el Don es ser capaz de ver las cosas de otra manera. Es poder sentir la energía oculta del mundo. Es poder ver los hilos invisibles que unen todas las cosas. – Recordé lo que había sentido unas noches antes al tocar la hierba, y decidí que debía contárselo a Chris. Abrí la boca para hablar, pero, antes de que pudiera decir nada, me interrumpió. – Mira. Tan solo tienes que hacer esto. – Extendió su cuaderno ante mí, o abrió por unas páginas escritas, y apoyó la mano sobre una de ellas. Con la otra mano, me instó a imitarle. - ¿Qué sientes? – Cerré los ojos, segura de que podía hacer lo que quiera que él esperara de mí. Dejé fluir la magia de la tinta por mi mano, después la hice atravesar mi brazo, hasta que llegó a mi corazón y se bombeó a todo el cuerpo.

- Siento mil cosas a la vez. Hay algo que acaba de entrar en mi sangre, y me hace cosquillas por todo el cuerpo. Y, no sé, otras sensaciones, pero... No soy capaz de describirlas. – Chris me miró, y abrió los ojos como platos.

- ¡No me lo puedo creer! ¡Tienes el Don! Te explico: lo que estaba escrito en las páginas era un hechizo de enlace. Sirve para enviar sentimientos de un lugar a otro, sin importar la distancia que les separe. Yo, simplemente, puse en una de ellas mi mano y dejé fluir todo lo que ocurre en mí en este instante. – De pronto, se me ocurrió una genial idea. Del bolsillo de mi pijama saqué dos colgantes circulares, que había encontrado bajo mi almohada. Los abrí cuidadosamente, y se los mostré a Chris.

- Acabo de tener una idea. ¿Podrías enlazar dos páginas y meter cada una en uno de estos colgantes? Así, nunca estaríamos separados.

- ¡Claro! ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? – Agarró dos páginas de su cuaderno y garabateó algo en ellas. – Listo. Aquí tienes. – Me tendió una de las dos, la doblé concienzudamente y la guardé en el colgante. Después, hice lo mismo con la otra.

Le tendí uno de los dos colgantes, y se lo puse alrededor del cuello. Él se lo metió bajo la camisa, y yo le imité.

- Bueno... Adiós.

- ¿Qué? ¿Ya te vas? – Parecía alarmado.

-Bueno... supongo. Llevo aquí más tiempo que de costumbre, así que pronto volveré. Como siempre. – Él miró al suelo, y su espalda comenzó a subir y bajar con fuerza. "Está llorando." Pensé. Parecía imposible que Chris, el niño sin pasado, al que estaba segura que la vida le diera tantos reveses, perdiera la calma en esa situación.

- Pero... ¿Mañana volverás, verdad? – Sollozó. Intenté decirle que sí, que estaba deseando volver a verle, pero tuve que tragarme mis palabras porque aparecí en mi habitación de nuevo.

En ese instante, pensé que todo había sido un sueño, pero me di cuenta de que tenía puesto el colgante. Lo aferré en una mano, y vertí todos mis esfuerzos en mandarle un mensaje a Chris de alegría y esperanza. A los pocos segundos de enviarlo, recibí en mi mano un cosquilleo.

Chris estaba ahora conmigo, y no se iría. Al menos, mientras tuviéramos esos colgantes. A los ojos de cualquier persona, estos no eran más que un círculo plateado, pero, bajo mi punto de vista, era todo lo que me unía con la persona más importante de mi vida: mi mejor amigo.


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El recuerdo de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora