EPILOGO

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En la ciudad donde todo puede ocurrir, durante las horas de castigo Benjamin Ritley busca goma de mascar bajo se pupitre y, sin esperarlo haya un trozo de pergamino antiguo, está escrito en cursiva, amarillento y redactado en formato de contrato. Al verlo se ríe, lo desprende y lo analiza; piensa para sus adentros que es una broma, un juego de niños. No tiene mucho que hacer encerrado en esta aula vacía, por lo que, guiado por la premura de ahogar su aburrimiento rellena con su nombre una línea y escribe el primer deseo que se le viene a la mente en la otra. "quiero ser bueno para los deportes". Casi instantáneamente, sin darle tiempo a pensárselo mejor, el dedo meñique y anular de la mano izquierda se desvaneces en el aire para siempre y, aunque aún no lo nota por verse aterrorizado, acaba de ganar un talento natural y mágico para cualquier actividad deportiva.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en una casa llena de lujos se encuentran Kiwi Y Brat almorzando con los señores Hammon. Los padres miran recéselos cómo ambos chicos conviven; prestan sobre todo mucha atención a Kiwi, el pretendiente de su retoño.

—Así que... Karman Ignacio —dice el padre de Brat—, entiendo que quieres ser el novio de mi hijo, pero debes saber que él es un chico educado de clase alta y no puedo tolerar que siga comportándose como un animal, como al parecer se ha estado portado estos últimos días. Sobre todo después de que ustedes dos desaparecieran juntos por casi dos días.

—Entiendo su preocupación, señor —dijo Kiwi—. Pero me encargaré de cuidar muy bien de su hijo para que no vaya por el mal camino, él es... un muy buen chico.

—Para mí no es suficiente eso —interrumpió la madre de Brat—. Karman, si vas venir aquí a pedir la mano de nuestro hijo en matrimonio, necesitarás algo más que "es un buen chico" para convencernos de darte la bendición.

—¡¿Matrimonio?! —exclamaron los dos jóvenes al unísono, del susto, Brat rompió una copa de cristal con sus poderes sin darse cuenta.

—Por supuesto que sí, matrimonio —aclaró la señora—. No se preocupen, ya he hablado tus padres, Kiwi, ellos están de acuerdo. ¡Pero yo sigo renuente! Vosotros aún no pueden casarse... No sin hacer la primera comunión, así que Brat, mejor ponte a estudiar las palabras de nuestro señor Jesucristo.

—Linda, por favor —intervino el padre de Brat—. No se pueden sin más... —y luego a modo de susurro—. Primero hay que cerciorarnos que la familia de Kiwi pague la boda, dales un par de años antes de hablar de compromiso.

—Oh, Dios —susurró la mujer de vuelta—. Tienes razón, no lo había pensado.

—Mamá, papá. No nos vamos a casar —aclaró Brat—. Somos muy jóvenes para pensar en eso... además... Nosotros...

—Señor y señora Hammon —habló Kiwi, aferrándose—. No creo en las religiones ni en el matrimonio. Pero sí creo una cosa y quiero pedirles permiso para eso —Tomó la mano del deportista, que era más grande que la de él mismo, lo miró con una sonrisa y dijo—: Quiero pedirles permiso para cuidar a su hijo todos los días, para quererlo hasta el infinito y más allá. Quiero que me permitan estar con él a todas horas, que mi corazoncito se alimente de su presencia... Serle fiel cual perro entrenado, cómo sé que él me será fiel a mí. Y sobre todo, amarlo. Tal vez somos muy jóvenes, pero insisto en que me he encariñado tanto a él que alejarme me mataría.

El deportista, sonrojado, deja salir una lagrimita; ese era un momento de tan extrema felicidad que no podría creer lo loco que estaba por este chico dormilón.

—kiwi...

Mientras que el chico bajito y moreno orquestaba sus sentimientos ante Brat y su familia, otro contrato estaba siendo firmado:

Se trababa del pequeño Stefano, quien firmaba con su nombre y escribía el deseo que podría su mundo patas arriba "quiero que mis padres me prestes más atención que a mi hermanito". Y mientras la magia sucedía, 20 kilos de grasa corporal fue removida de su cuerpo.

Tara Hills, a 5 cuadras de distancia de la casa de Stefano, sentada en el sofá junto a Tommy, le contaba de sus aventuras:

—Lo bueno es ya que soy humana otra vez y no necesito beber sangre.

—¡Qué bien! —dijo Tommy.

—Pero resultó que nunca fui adicta a la sangre... así que no hacía falta el viaje.

—Qué mal...

—Pero recuperé mis tetas, así que en un par de año me crecerán y será mucha más guapa.

—¡Qué bien!

—Pero en mi familia somos gente plana, así que tengo miedo de cómo sea mi cuerpo después de la pubertad.

—...

—Qué mal... —le alentó ella, con una sonrisa divertida.

—¿Podemos besarnos ya? Aún tengo preguntas, pero no nos hemos besado desde que volviste de tu mundo fantástico al que por cierto, me hiere que no me hayas llevado. Tenemos que acordar que, si alguno de los dos tiene una aventura fantástica debe a fuerzas llevar al otro.

—Bésame, dulce tonto.

Mientras empezaban a ponerse enfermizamente melosos, otro contrato estaba siendo firmado en la casa del director Marujillo; el trozo de papel en cuestión fue encontrado en su escritorio después del castigo diario de Roy Mountain. El director se lo llevó a su casa; sentía que podía escribir una historia con la pequeña broma que le habían dejado.

Por diversión juguetona y para inspirarse, decidió rellenar el documento con el deseo más banal y tonto que se le vino a la mente, eso lo ayudaría a inspirarse para escribir un relato a partir de lo que podría pasar cuando una persona pedía un deseo sin medir las consecuencias. Como ya estaba por sus 50 años, su cuerpo ya no era tan atlético ni esbelto como antes, y recordando los tiempos de gloria, escribió "juventud eterna"

¿Qué perdió? En primera instancia su barba, y luego todo el bello corporal de cuello para abajo, dejándolo lampiño para siempre. Luego, antes de que pudiera notarlo, sus arrugas empezaron a alisarse, al igual que sus poros grasosos, dejando su piel tersa y perfecta. Sus huesos y articulaciones empezaron a regenerarse a un estado óptimo... Su cuerpo fue llevado a un estado que le costaría explicar a la gente más tarde.

El nuevo dilema en el que el director del colegio quedó no detuvo nunca sus curiosas aventuras, aunque sí fue algo que cambió por completo el panorama. De todos modos, su experiencia con el contrato, así como las de otros tantos, es un tema del que no profundizaremos aquí.

Y para ir acabando ya, en la casa de Roy Mountain, más resentido que nunca, el delgado muchacho acababa de empezar su sesión de entrenamiento; estaba enojado y sediento de venganza por lo que le hicieron. Acababa de empezar con las flexiones cuando empezó a pensar en lo enojado que estaba con Brat y La Tortuga.

—Uno —contó al hacer la primera flexión— Te... Dos —tomó aire he hizo otra flexión—, Tres, mataré —hizo otra flexión incompleta—. Ocho, Brat Hammon —volvió a intentarlo una quinta vez, de la forma incorrecta y con todo el cuerpo temblando—. Te mataré... ¡veinte! —se recostó en el suelo, hiperventilando, sudoroso y decidido a que ya había sido mucho ejercicio por ese día —. Te mataré, Brat Hammon.

FIN....

DEL PRIMER LIBRO.

GENTE ROTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora