¡Nojoda, Jungkook! || Jeon Jungkook

¡Nojoda, Jungkook!

Había una vez una muchachita de 18 años, en un país que se caía a pedazos, en un estado diminuto, en un pueblo aún más pequeño, que vivía en un rancho tercermundista a donde no llegaba el agua y se iba la luz cada dos horas, y con un perro exageradamente viejo llamado Chayanne.

Esa era yo, Kiara Alves, en junio de 2019, tirada en una cama y esperando a que me pagaran mis cinco dólares mensuales que ganaba vendiendo chichas. Llevaba una vida algo deprimente, pero sobrevivía, aunque claro, seguía siendo mantenida por mis padres porque mi sueldo solo me daba para comprarme una malta y un cachito.

Hasta que un día, Dios le dijo a María Lionza: "Épale, Mari, mándale una ayuda a esa carajita antes de que se tome un vaso de cacique con plagatox", así que por fin algo bueno me pasó.

Llegó la luz, inició un directo, una llamada, y con ayuda de todos los santeros de Sorte y todos los rezos que le eché a mi poster de BTS que me trajo una revista bravísimo, sucedió el milagro de conectar a un chamito coreano medio gafo y una veneca que le tenía queso.

Y sí, tal vez haya salido del país.

Y sí, tal vez ya haya conseguido un trabajo real.

Y sí, tal vez tenga de novio a un chinito.

Yo solo sé que no sé nada, así que agarra tu arepa con diablito y lee esa mierda pana, no le tengas miedo al éxito y—

—¿Qué estás escribiendo?

—¡Es la introducción a nuestra fancy historia de amor tercermundista, Kookie!

—Quiero saludar.

—Ajá, dale pues.

¡Hola, soy Jungkook! Creo que deberían leer la historia porque...

—Ay no, ya vas a empezar con tu cadena nacional, que lean ese beta y ya.

—¡Solo quiero escribir al...!

Empezamos a forcejear con la computadora, y como era de esperarse, ese perol voló por toda la sala y se dio en el piso como si fuese una cachapa.

—¿¡Qué coño hiciste!?

—¡Perdón, perdón!

—¡Nojoda, Jungkook!