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Wish I had an Angel ― Nightwish♪

L

a mente de Antonella no conseguía anular lo que vivió días atrás durante una misión con sus hermanos. Repasaba una y otra vez lo sucedido mientras aparcaba su coche delante de su edificio.

―Necesito un buen descanso ―suspiró hondo y cerró los ojos, evocando sin querer aquella horrible noche...

Dos cabezas entrechocaron entre sí con mucha violencia. La ira comandó las acciones de Antonella Hoffmann, ante la gran impotencia que sentía. Habían llegado al zulo donde estaba Dana von Weiß, hija de un conocido político, candidato a la cancillería en el país, hacía más de noventa días. Infelizmente, la niña de seis años, había sido brutalmente asesinada por sus secuestradores.

—Llegamos tarde —jadeó ella—. Muy tarde.

Dio varias patadas y codazos a los hombres que trataron, en vano, defenderse de su ira. Engel la cogió del brazo y la tiró hacia sí para evitar que la golpearan por detrás.

—Gracias, hermano.

El alemán apartó al hombre de una patada feroz y lanzó a otro contra la pared con tal bestialidad, que lo dejó inconsciente.

—De nada.

Matt entró con otros agentes en la casa.

—¡Hay más niños aquí! —chilló Matt—. ¡Están vivos!

Era un grupo criminal dedicado al secuestro de niños ricos y a la trata de mujeres.

—Están muy lastimados —repuso Ian con pesar—. Estos niños sufrieron abusos de todo tipo.

Engel y otros agentes esposaron a los hombres entre sí con poca delicadeza. Los arrojaron como bolsa de basura a un costado. La mayoría estaba inconsciente tras los ataques de los agentes.

—Dios mío —musitó Antonella, al entrar en una de las habitaciones—. ¿Qué es esto?

En las paredes había miles de fotografías de niños y mujeres en situaciones realmente inhumanas. Se reclinó a un lado y vomitó. En medio de su martirio, les dijo que aquello era demasiado para ella.

—Tranquila —le serenó Engel, con la mano en su espalda—. Esto es demasiado para cualquiera.

Ian observó las fotos con un enorme nudo en la garganta.

—Malditos enfermos —masculló con una mueca de asco.

Su primo soltó un gemido de dolor.

—Esto es desalmado —le dijo Marcus—. Mira...

Le alargó un libro negro con anotaciones médicas muy precisas. Una mueca de dolor asomó en los ojos del alemán al hojearlo.

—Se dedicaban al tráfico de órganos —sentenció Ian, abatido—. Estos niños han sido cobayas para tratamientos alternativos —soltó un jadeo de indignación—. Ninguno está entero...

Engel lo miró con perplejidad.

—¿Cobayas?

Ian suspiró hondo.

—Todos están infectados con diferentes tipos de enfermedades incurables o con algún órgano de menos.

Engel llevó las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad e impotencia.

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora