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Where My Angels Dare Not Tread ―James Arthur♪

L

as tripas de Gabriel rugieron con ansia feroz y Abril se apartó para mirarlo con mucho pesar. Aquel extraño tenía mucha hambre. Su madre siempre decía que la borrachera, el amor y el hambre no se podían esconder. Miró su cuerpo desnudo como la primera vez y se sonrojó.

«Y también el deseo» se dijo con las mejillas encendidas por la vergüenza, que él, parecía no tener. Desvió la mirada y trató de no pensar en lo que vio. Lo trató.

—¿Tienes hambre?

Le preguntó para asegurarse. Él asintió con una expresión desencajada.

—Nunca tuve tanta hambre como ahora.

Abril evitó mirarlo, ya que su desnudez era bastante incómoda. Y tentadora.

—Soy Abril Hoffmann —se presentó—. Mucho gusto, Gabriel.

―Mucho gusto, Abril.

La lluvia cesó de repente, como si alguien hubiera cerrado el grifo del cielo. Él se frotó los brazos con ambas manos en busca de calor. ¿Por qué sentía aquellas cosas tan humanas? Miró a la joven de pies a cabeza con sigilo. ¿Qué era aquello que experimentaba por ella? No podía explicarlo con palabras, ya que no conocía unas adecuadas para aquello que palpitaba en su pecho al mismo ritmo que su corazón. Miró el cielo y trató de comunicarse con los suyos, pero en vano.

—Creo que esta ropa te servirá —anunció la joven y lo sacó de su trance.

—Alabado sea el señor —le contestó él sin dejar de frotarse los brazos—. Dios te bendiga.

El labio inferior de Abril se estremeció.

—¿Eres mormón o algo así?

Gabriel la miró fijo. ¿Cómo reaccionaría si supiera quién era él en realidad? Sus alas se movieron, pero la alemana no podía verlas, al menos no sin su consentimiento.

—Es complicado, Abril.

Ella se limitó a asentir.

—Tienes la talla de Marcus —refunfuñó más para sí misma que para él—. Creo que sí.

Se acercó a su coche y abrió el maletero.

—Soy un arcángel —acotó él en un susurro—, ¿qué hago aquí? —se miró— ¿y desnudo?

Abril le ofreció una toalla y él la cogió mientras ella se cambiaba de ropa cerca del maletero. Por fortuna, tenía las mudas del baile que a pesar de oler a sudor, al menos estaban secas. Se vistió en un santiamén y volvió tras recogerse el pelo en un rodete. Gabriel se secó sin apartar la vista de la joven un solo segundo.

—Toma, ponte esta ropa —sus mejillas se sonrojaron—, pueden llevarte a la cárcel si te ven así en la calle —enarcó una ceja—. O violarte —masculló con sorna—, a punto estoy de hacerlo —musitó con picardía.

—¿Perdona?

—Ehm, nada.

Él asintió tras coger la ropa que le ofrecía y se la puso sin rechistar.

—Te va de maravilla —resaltó Abril—, eres alto y fuerte como mi primo.

«¿Serás soltero y hetero?» sonrió. Gabriel conocía a los humanos mejor que nadie, pero aquellas sensaciones que experimentaba, siendo uno de ellos, le eran muy extrañas. Tenía hambre, sed, frío y algo más que no comprendía. Cada vez que aquella joven lo miraba, todo el vello del cuerpo se le erizaba de un modo muy inusual.

«¿De dónde nos conocemos, Abril?».

—Creo que calzas el mismo número también.

El arcángel se puso las zapatillas negras sin problemas. Abril lo miró maravillada. Vestido o no, aquel joven lucía muy bien. Era tan atractivo y misterioso que mal podía dejar de mirarlo.

—¿De dónde eres, Gabriel?

El arcángel miró hacia el cielo y luego volvió a mirarla. No podía decirle de dónde era o quién era en realidad, ya que los humanos eran bastante escépticos con respecto a ciertas cosas. Se puso pensativo y tras unos segundos eternos, contestó titubeante:

—Me han asaltado —ella parpadeó—, se llevaron todas mis cosas.

Le dijo lo primero que se le cruzó en la mente y fue consciente de que mentía. ¡Dios mío! ¿Mintió? Por muy poco no se persignó y se arrodilló para pedir clemencia al cielo.

—Venía a por un empleo —acotó, nervioso—, por una misión —se puso serio—, sí, vine por eso —se dijo más para sí mismo que para ella.

Abril lo miró con el ceño fruncido.

—¿Te han enviado aquí? ¿A Hagen?

El arcángel no comprendía nada, aún le costaba adaptarse al cuerpo terrenal. Ellos pensaban de manera distinta a los humanos. Y actuaban de manera distinta.

—Sí, Abril.

El nombre de la joven sonó como una dulce melodía en los oídos de la alemana. No sabía quién era, ni de dónde venía, pero algo le decía que no era mala persona. Y menos con aquel nombre tan bonito y angelical.

—Aquí cerca hay un sitio ideal para comer.

Gabriel no tenía un solo centavo en los bolsillos de aquellos pantalones que ni siquiera eran suyos. La miró con ojos de cordero degollado y ella supo al instante por qué la miraba así.

—Invito yo, Gabriel.

No solo le ofreció comida, sino también un techo para dormir aquella noche. Él aceptó sin rechistar, ya que no tenía muchas opciones. Intentó comunicarse con los demás arcángeles una vez más, pero no lo consiguió. ¿Por qué no lograba conectarse con ellos? Algo extraño estaba pasando, algo muy extraño. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza de un momento a otro.

«Lucifer» pensó al sentir la presencia del demonio. Abril subió al coche tras mirar el cielo por última vez.

—Conozco una pizzería muy buena —anunció ella con una sonrisa—, hacen unas pizzas veganas deliciosas.

Gabriel se acomodó en el asiento y Abril le abrochó el cinturón con cierta vacilación. Su perfume asaltó las fosas nasales del arcángel. Olía a frutas cítricas, a miedo y a ternura. Abril levantó la vista en un acto reflejo y lo miró con ojos huidizos.

—Ya está —apuntó a muy pocos centímetros de sus carnosos labios rojos—, es obligatorio llevarlo puesto.

Se miraron por varios segundos, sumidos en un halo mágico que no tenía definiciones precisas en sus mentes. Jamás habían experimentado nada similar antes.

—Gracias, Abril.

«Gabriel» dijo de pronto alguien en la cabeza del arcángel.

Él desvió la mirada de la joven al reconocer aquella ronca y grave voz masculina. Miró hacia enfrente y se encontró con un hombre de apariencia misteriosa. Alto, muy fuerte, de pelo castaño, piel bronceada y ojos muy claros. Su intensa mirada lo hizo soltar un suspiro.

«Azrael».

El ángel de la muerte esbozó una sonrisa y Gabriel también. Abril buscó su enfoque, pero no vio nada. ¿Qué estaba mirando con tanto deslumbramiento?

«¿Qué haces aquí, Gabriel?».

Se miraron con insistencia.

«No tengo la menor idea, Azrael».

Gabriel no recordaba nada. El ángel frunció el entrecejo con exageración. ¿Uno de los arcángeles más importante del cielo no sabía qué hacía en la tierra?

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora