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Seven Devils — Florence + the Machine♪


Los puños de Antonella golpeaban sin cesar la bolsa de arena que tenía instalada en el desván de su edificio, al ritmo de una canción bastante sombría, como su alma en aquel preciso instante. Necesitaba desahogarse tras lo que acababa de descubrir, hacía solo un par de minutos, sobre la muerte de su mejor amigo, que, al parecer, no murió por obra de un accidente, sino de un atentado.

—Pero ¿quién quería verte muerto, Ulrich?

El joven era bastante querido por su familia, su prometida y sus colegas de trabajo. Aunque desde que se convirtió en uno de los mejores motociclistas del país, surgieron algunas que otras enemistades, pero no a tal punto de querer eliminarlo.

—Quiero venganza, Antonella —retumbó la voz del hermano de Ulrich en su cabeza—. Y no descansaré hasta lograrlo.

Rudolf y Ulrich eran más que hermanos, eran los mejores amigos del mundo.

—Yo tampoco descansaré, Rudolf —gritó tras dar un último puñetazo a la bolsa―. ¡Lo juro!

Subió a su apartamento y se duchó con agua fría. Sin querer, pensó en el extraño que conoció días atrás.

—¿Volveré a verte? —cerró los ojos y llevó la mano a su entrepierna—. Dios, ¿qué me hiciste?

Su voz atronó en la cabeza de Lucifer, que observaba con atención la ciudad desde la terraza del edificio de su empresa. Parado sobre una estatua de gárgola y vestido de negro de pies a cabeza. La brisa fresca de la noche jugueteaba con el dobladillo de su gabán negro.

«¿Qué mensaje traes esta vez, Gabriel? —musitó con la mirada teñida de interrogantes—. Debe ser obra tuya, Miguel».

Extendió sus grandes alas negras y salió volando del lugar hacia el apartamento de Antonella.

«¿Me echaste de menos, mi querubín?».

Aterrizó con su peculiar elegancia y la contempló con avidez a través de la puerta acristalada, algo desvencijada. Aquel sitio no era el mejor, pero sí el más accesible para ella. Se había independizado a sus dieciocho años, pero seguía luchando cada mes para pagar el alquiler. Su adoración por los zapatos y la ropa seguían siendo sus prioridades, su perdición económica, como solía decirle Abril, su melliza.

«Antonella —vocalizó con los brazos cruzados sobre el pecho—. Tan bella y salvaje».

Puso el plato en la mesa.

«Sensual como ninguna».

Ella caminaba por la cocina con poca ropa, como a él le gustaba. Se puso bien los pantis de color rojo con un demonio en la parte trasera.

«Y muy chistosilla».

No era la ropa íntima más sensual del mundo y su baile mucho menos. Levantó la camiseta roja de tirantes hasta el inicio de sus senos y luego la bajó a cámara lenta con mucha sensualidad. Se dio la vuelta y meneó las caderas al ritmo de una canción muy rítmica, que le provocó dolor de cabeza al demonio.

—¡Uhhh! —se dio unas palmadas en las nalgas—. ¡Soy una culona! —más nalgadas—. ¡Papito hermoso!

«Mereces esas nalgadas por tu mal gusto musical».

—¡Al diablo con el diablo! —exclamó y él no pudo evitar sonreír con la mirada—. ¡Uhhh! —realizó unos movimientos muy raros—. ¡Uhhh!

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora