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Dance with the devil ― D-Devils♪

L

a discoteca «Exilio» sería inaugurada el fin de semana y reuniría a miles de personas dispuestas a pecar. La puerta, que imitaba la del infierno, iluminó los ojos del dueño del lugar, que giró sobre los pies para contemplar mejor su reino terrenal. Aquel sitio olía a pecado, a lujuria y a condena.

―Impresionante, Leviatán.

El demonio de la envidia asintió con una leve sonrisa en sus carnosos labios rojizos.

―No esperaba menos de ti.

Se cruzaron de brazos mientras los otros demonios montaban el palco y hacían las primeras pruebas de sonido. El DJ, un conocido miembro de la familia real inglesa en el pasado, movía la cabeza al ritmo de la sensual y vivaz canción sin voces. Sonidos que inducirían a muchos a cometer pecados allí mismo.

―El lugar es seductor y pecaminoso.

Leviatán sonrió satisfecho.

―Como nuestro hogar, Lucifer.

Lucifer asintió algo meditabundo, llamando la atención de Leviatán. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan raro? ¿Por qué no asistía a sus fiestas?

―Así es, Leviatán.

Se apartó de él y se enfiló hacia su despacho en el lugar.

―Estás muy raro, Lucifer.

En otro lugar, Antonella se alisaba el pelo dorado con la planchita de su hermana, que se probaba el tercer vestido en su habitación mientras Gabriel las esperaba en salón. Su sueño asaltó su mente y la hizo suspirar...

―¿Señor, desea algo más?

Lucifer la puso contra la pared de golpe y la miró con mucha profundidad a la vez que levantaba sus manos sobre su cabeza mientras fuera llovía de manera desapacible.

―Sí.

Rozó su creciente erección contra el sexo palpitante y húmedo de la mujer.

―Sí, deseo algo más.

Le arrancó la camisa blanca de un tirón, sin apartar la vista de sus ojos revestidos de placer impúdico. Solo entonces, ella se dio cuenta de que él estaba completamente desnudo.

―¿Qué desea?

Lucifer posó la mano en su sujetador de color rojo y sin darle tiempo a que reaccionara, lo rasgó en el centro y liberó sus senos, que, a continuación, llenó de atenciones con los labios y la lengua. Le chupó un pezón y luego el otro con una veneración que la hizo gemir con fuerza.

―A usted...

Antonella cerró los ojos a la vez que hundía los dedos en su pelo y se aferraba a él con todas sus fuerzas.

―A usted, señorita Hoffmann.

En menos de un minuto, estaban completamente rendidos ante la pasión que, los lanzó al abismo más oscuro y profundo de la lujuria.

―Hágame suya, señor ―le rogó y él la llevó hasta el sofá.

La puso de espaldas a él y la apoyó contra la mesa de cristal. Su dura erección se deslizó entre sus nalgas y, por unos segundos, amenazó con adentrarse entre ellos, pero no, él decidió que no era el momento.

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora