23 de diciembre
El timbre sonó alrededor de las doce del mediodía, justo cuando debería estar saliendo de La abuela fue arrollada por un reno. De modo que mi primer (y ciertamente irracional) pensamiento fue que, de alguna manera, Win me había localizado. Su tío de la CIA había examinado mis huellas digitales y había venido a arrestarme por hacerme pasar por alguien merecedor del interés de su sobrino. Practiqué la clásica caminata hasta el coche de policía evitando la vergüenza de los flashes mediáticos mientras me dirigía hacia la mirilla. Luego eché un vistazo y, en lugar de encontrarme a un chico o a la CIA, vi a Mew moviéndose de un lado a otro.
—Mew—dije.
—¡Estoy aquí fuera! —exclamó.
Mew. Resultaba ser mi amigo más antiguo, antiguo en relación con el tiempo que hacía que nos conocíamos, desde luego no por su madurez. Llevábamos a cabo un ritual prenavideño que se remontaba a cuando teníamos siete años e íbamos al cine juntos el 23 de diciembre. Los gustos de Mew no habían cambiado mucho desde entonces, de modo que yo estaba bastante seguro de qué película elegiría.
Como era de esperar, nada más cruzar la puerta rebotando, gritó:
—¡Hola! ¿Estás listo para ir a ver Flechazo?
Flechazo era, por supuesto, la nueva película de animación de Pixar sobre un clip gigante que se enamoraba con locura de una hoja de papel y todos sus otros amigos, que también eran artículos de oficina, se aliaban para ayudarlo a conquistarla. Oprah Winfrey le prestaba la voz al dispensador de cinta adhesiva y una versión animada de Will Ferrell era el encargado de la limpieza que se interponía todo el tiempo entre los jóvenes amantes.
—Mira —comentó Mew vaciándose los bolsillos—, llevo semanas comprando Happy Meals. ¡Tengo todos los personajes excepto Lorna, la adorable perforadora de tres orificios!
Y luego me colocó los juguetes de plástico en las manos para que pudiera examinarlos.
—¿Acaso no es esta la perforadora de tres orificios? —pregunté.
—¡Oh, sí! —exclamó golpeándose la frente—. ¡Creí que era Federico, el archivador expandible!
Quiso el destino que Flechazo se proyectara en el mismo cine al cual había enviado a Win. Así podía quedar con mi amigo y también interceptar el siguiente mensaje antes de que se me adelantara algún pillo o bribón.
—¿Y tu madre? —preguntó Mew.
—En clase de danza —mentí. Si albergara la mínima sospecha de que mis padres no estaban en la ciudad, habría avisado tan rápido a su madre que yo me habría asegurado una Navidad súper Mew.
—¿Te ha dejado dinero? Si no, seguramente pueda invitarte.
—No te preocupes, mi inocente amigo —respondí rodeándolo con el brazo antes de que pudiera quitarse el abrigo—. Hoy invito yo.
No pensaba hablarle a Mew acerca de mi otra misión, pero fue imposible librarme de él cuando me agaché detrás del trasero de cartón de la abuela para recuperar el botín.
—¿Te encuentras bien? —inquirió—. ¿Has perdido las lentillas?
—No. Alguien me ha dejado algo aquí.
—¡Aah!
Mew no era un tipo grandote, pero tendía a ocupar mucho espacio porque no dejaba nunca de moverse. Miraba de manera tan insistente por encima del hombro de la abuela de cartón que yo estaba seguro de que era solo cuestión de tiempo que los mal pagados vendedores de palomitas nos echaran.
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El cuaderno de desafíos de Bright y Win
FanfictionPor un momento, imagina que eres un joven de 16 años, elegante y con un punto snob: La Navidad está a la vuelta de la esquina; en Nueva York todo está preparado para las fiestas, aunque prefieres refugiarte en tu librería preferida y perderte entre...