26 de diciembre
—Estás castigado.
Mi abuelo me observaba muy serio y no pude evitar echarme a reír.
Los abuelos regalan dinero, bicicletas y abrazos. ¡No castigan a los nietos! Todo el mundo lo sabe.
Mi abuelo había regresado de forma inesperada a Nueva York. ¡Había conducido todo el día y toda la noche desde Florida! Nada más llegar, fue a ver cómo estábamos mi hermano y yo, y lo que se encontró fue a Toptap desmayado en la cama, debajo de una montaña de mantas y pañuelos de papel llenos de mocos y, algo aún peor, su Winsito no estaba arriba en su refugio personal ni tampoco se hallaba en su propio apartamento.
Por suerte, llegué a casa alrededor de las tres y media de la mañana, pocos minutos después de que él hubiera descubierto mi desaparición. Solo había tenido tiempo suficiente como para que casi le diera un infarto y para buscarme dentro de todos los armarios de la casa. Aparecí alegremente por la puerta, aún jadeante y enrojecido por la emoción nocturna de la discoteca, antes de que se le ocurriera llamar a la policía, a mis padres y a varios miles de parientes, y desatara el pánico generalizado.
Cuando me vio, sus primeras palabras no fueron «¿Dónde has estado?». Eso vino en segundo lugar. Primero me preguntó: «¿Por qué solo llevas una bota? Y, Dios mío, ¿es esa la vieja bota de majorette de mi hermana, de cuando iba al instituto?». Estaba acostado en el suelo de la cocina de mi casa, tratando de determinar, al menos eso creo, si me encontraba escondido debajo del fregadero.
—¡Abuelo! —grité y corrí hacia él para ahogarlo a besos post navideños. Estaba muy contento de verlo y también eufórico por la salida nocturna, a pesar de haber perdido uno de los zapatos de mi tía abuela a manos de los dos «detectives» y de no haberle devuelto el cuaderno a Gruñón. Mi abuelo no compartió mis demostraciones de afecto. Apartó la mejilla y luego volvió a repetir lo de «estás castigado». Al ver que no demostraba miedo ante su dictamen, frunció el ceño e inquirió:
—¿Dónde has estado? ¡Son las cuatro de la mañana!
—Tres y media —lo corregí—. Son las tres y media de la mañana.
—Te has metido en un buen lío, jovencito —anunció.
Solté unas risitas alegres.
—¡Hablo en serio! —exclamó—. Más vale que tengas una buena explicación.
Bueno, he estado manteniendo correspondencia con un completo desconocido a través de un cuaderno, contándole mis sentimientos y pensamientos más íntimos y, luego, he ido a ciegas a los lugares misteriosos a dónde él me ha desafiado a ir...
No, eso no sería muy bien recibido.
Por primera vez en mi vida, le mentí a mi abuelo.
—Un amigo mío del equipo de fútbol celebró una fiesta y su banda hizo un espectáculo de Janucá, así que fui a oírlos tocar.
—¿ESA MÚSICA IMPLICA QUE LLEGUES A TU CASA A LAS CUATRO DE LA MAÑANA?
—Tres y media —repetí—. Es por una cuestión religiosa. La banda no puede tocar antes de medianoche después del día de Navidad.
—Ya veo —comentó con escepticismo—. ¿Y no tienes un toque de queda para volver a casa, jovencito?
La mención no una sino dos veces del temido apelativo cariñoso jovencito debería haberme puesto en alerta máxima, pero estaba demasiado mareado por las aventuras nocturnas como para preocuparme.
—Estoy muy seguro de que mi toque de queda se suspende durante las fiestas —afirmé—. Como las normas del aparcamiento en la calle.
—¡TOPTAP! —rugió el abuelo—. ¡VEN AQUÍ!
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El cuaderno de desafíos de Bright y Win
FanfictionPor un momento, imagina que eres un joven de 16 años, elegante y con un punto snob: La Navidad está a la vuelta de la esquina; en Nueva York todo está preparado para las fiestas, aunque prefieres refugiarte en tu librería preferida y perderte entre...