29 de diciembre
Hasta el momento, era todo bastante incómodo, ya que los dos vacilábamos entre la posibilidad de tener algo o no tener nada.
—Entonces, ¿hacia dónde deberíamos caminar? —indagó Win.
—No lo sé, ¿hacia dónde te gustaría?
—A cualquier lado.
—¿Estás seguro?
Sin lugar a duda, resultaba más atractivo estando sobrio, como la mayoría de las personas. Ahora emitía un aura encantadora, pero se trataba de un encanto inteligente, no superficial.
—Podríamos ir al High Line —propuse.
—No con Boris.
Ah, Boris. Parecía perder la paciencia con nosotros.
—¿Sueles seguir algún camino en particular cuando paseas perros? —le pregunté.
—Sí, pero no hace falta que lo sigamos ahora.
Parálisis. Parálisis total. Él me miraba de reojo. Yo lo miraba de reojo. Titubeando, titubeando, titubeando.
Finalmente, uno de nosotros tomó una decisión.
Y no fuimos ni Win ni yo.
Fue como si, de repente, una orquesta de silbatos para perro hubiera comenzado a tocar la Obertura 1812 de Tchaikovsky. O como si un desfile de ardillas estuviera marchando al otro lado de Washington Square, embadurnadas con aceite. Fuese cual fuese la provocación, Boris salió disparado como una bala. Esto hizo que Win perdiera el equilibro, resbalara en el hielo y cayera de lleno al suelo mientras la bolsa de caca salía volando por los aires. Para enorme deleite mío, mientras se desplomaba, Win profirió un estridente: «¡HIJO DE PUNTO!», un insulto que no había oído con anterioridad.
Aterrizó con muy poca elegancia, pero no se hizo daño. La bolsa de excrementos casi le explota en la sien. Mientras tanto, soltó la correa de Boris, pero me lancé sin pensar a por ella. Ahora era yo quien tenía la sensación de estar esquiando sobre el cemento.
—¡Detenlo! —chilló Win como si hubiera algún botón para apagar al perro. En cambio, lo único que hice fue añadir una resistencia inútil mientras él corría hacia delante.
Estaba claro que tenía un objetivo en mente. Se dirigía directamente hacia un grupo de madres, niños y cochecitos de bebé. Observé con horror cómo se había concentrado en la presa más vulnerable allí presente: un niño que llevaba un parche en el ojo y masticaba una barra de cereales.
—No, Boris. ¡No! —grité.
Pero Boris pretendía seguir con su camino estuviera yo de acuerdo o no. El niño lo vio venir y soltó un alarido digno de una niña con la mitad de su edad. Antes de que su madre pudiera alejarlo del peligro, Boris ya había chocado contra él y lo había derribado, arrastrándome a mí detrás.
—Lo siento mucho —me disculpé mientras intentaba detener a la bestia. Era como jugar al juego de la cuerda en una reunión de jugadores de la Liga Nacional de Fútbol Americano.
—¡Es él! —chilló el niño—. ¡ES EL AGRESOR!
—¿Estás seguro? —preguntó una mujer que supuse que sería su madre.
El niño levantó el parche dejando a la vista un ojo totalmente sano.
—Es él, lo juro —respondió.
Otra mujer se acercó con lo que parecía un cartel de SE BUSCA, donde aparecía mi cara.
—¡ALERTA ROJA! —vociferó a los cuatro vientos—. ¡LA ALERTA SUBE DE NARANJA A ROJA!
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El cuaderno de desafíos de Bright y Win
FanfictionPor un momento, imagina que eres un joven de 16 años, elegante y con un punto snob: La Navidad está a la vuelta de la esquina; en Nueva York todo está preparado para las fiestas, aunque prefieres refugiarte en tu librería preferida y perderte entre...