11.Bright

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27 de diciembre

De modo que me encontraba una vez más en la librería Strand.

No me había acostado tarde (las fiestas de Mild tendían a decaer antes de la hora de Cenicienta, y esta no fue una excepción). Gulf y yo estuvimos juntos la mayor parte de la velada, pero cuando salimos del dormitorio y comenzamos a mezclarnos con los demás, dejamos de hablar el uno con el otro y nos incorporamos a la conversación grupal. Frank y Drake se marcharon para ir a ver a su amigo Matthue en una lectura de poesía y Plowden no apareció. Yo me habría quedado hasta que Gulf se hubiera quedado solo otra vez, pero Mew se había bebido unos trece vasos de más de refresco y amenazaba con agujerear el techo con su cabeza. Gulf se quedaría hasta Año Nuevo, de modo que le dije que teníamos que juntarnos y él dijo que sí, que estaría bien. Y lo dejamos así.

Ahora eran las once de la mañana del día siguiente y yo me encontraba de nuevo en la librería, resistiendo la seductora llamada de las estanterías para concentrarme en encontrar y, de ser necesario, también interrogar a Mark. Caminaba con una bota de mujer bajo el brazo, como si fuera el portador del ataúd de la derretida Malvada Bruja del Oeste.

El tipo del mostrador de información era delgado y rubio, llevaba gafas y camisa a cuadros. En otras palabras, no era el tipo que yo buscaba.

—Hola —dije—. ¿Está Mark?

El chico apenas levantó la vista de la novela de Saramago, que tenía sobre las rodillas.

—Ah —comentó—. ¿Eres el acosador?

—Tengo que hacerle una pregunta, eso es todo. No creo que eso me convierta en un acosador. Ahora el tipo me miró.

—Depende de la pregunta, ¿no crees? Es probable que los acosadores también hagan preguntas.

—Sí —admití—, pero sus preguntas suelen ir más por el lado de «¿Por qué no me quieres?» o «¿Por qué no puedo morir a tu lado?». Lo mío se parecería más a «¿Qué puedes decirme acerca de esta bota?».

—No creo poder ayudarte.

—Este es el mostrador de información, ¿verdad? ¿No tienes la obligación de brindarme información?

—Está bien —respondió el tipo después de un suspiro—. Está ordenando las estanterías. Ahora déjame terminar este capítulo, ¿de acuerdo?

Se lo agradecí, aunque no efusivamente.

La librería Strand proclama de forma orgullosa que alberga casi treinta kilómetros de libros. No tengo ni idea de cómo lo han calculado. ¿Acaso alguien apila todos los libros, uno encima de otro, hasta llegar a los treinta kilómetros? ¿O los colocan unos tras los otros para crear un puente entre Manhattan y, digamos, Short Hills, en Nueva Jersey, a treinta kilómetros de distancia? ¿Había realmente treinta kilómetros de estanterías? Nadie lo sabía. Todos confiábamos en la palabra de la librería, porque si no te podías fiar de una librería, ¿de quién te ibas a fiar?

Independientemente de la forma de medir, el hecho relevante era que Strand albergaba una gran cantidad de pasillos llenos de estanterías que organizar. Lo cual significaba que tuve que zigzaguear a través de decenas de espacios estrechos, esquivando clientes insatisfechos, escaleras y montones de libros colocados de forma caprichosa, para poder encontrar a Mark en la sección de Historia Militar. Cuando di con él, estaba doblándose un poco bajo el peso de una historia ilustrada de la guerra civil, pero, salvo eso, su aspecto y su comportamiento eran similares a los de la primera vez que nos vimos.

—¡Mark! —exclamé en un tono festivo de camaradería, como si fuéramos miembros del mismo club gastronómico y, de manera misteriosa, nos hubiéramos encontrado en el vestíbulo del mismo burdel.

El cuaderno de desafíos de Bright y WinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora