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Blandió la espada como una hoja de papel y se libró de la molestia frente a sus ojos. La situación se volcó tan favorablemente a su favor que era tan cuestionable, tan increíblemente fantástica que le costaba comprendedla del todo, no obstante no era lo suficientemente idiota como para desaprovecharla. La enfurecida mar de gente se aposto en los terrenos del gran palacio, y de los otros circundantes a demandar y exigir las cabezas del emperador, el príncipe heredero y las primeras tres reinas, el resto por extraño que parezca estaban exentos de la ira de las personas, tal vez el poco poder político, relevancia y o la poca madurez del resto de las  princesas llamo a la compasión de las personas. A esto Mitsuki no le importaba realmente, si las personas querían la cabeza de alguna de sus primas estaban condenados, muchas de ellas vivieron entre funcionarios corruptos que mermaron las riquezas de sus lujosos calabozos, o bien eran vendidas a los nobles de altos cargos por mero gusto como fueron la suerte de tres de ellas, objeto de la lujuria de viejos asquerosos con el suficiente dinero para tentar la avaricia del emperador. 

El palacio topacio estaba en lo ultimo de los terrenos, un palacio que en su tiempo aunque pequeño y antiguo era una joya de amor y afecto para sus residentes. Ahora solo era un nido de animales de carroña y además era el hogar de las ultimas princesas, las menores, estas no superaban los diez años y cabe destacar que ninguna tenía a sus madres con vida. Las otras princesas se fugaron al cuidado de sus respectivas madres en la urgencia de la "situación", por lo que cuidaría de ellas más adelante si así lo necesitaban.

No se sentía en la obligación de cuidarlas, no las conocía en primera persona. No existía tal afecto pero pensó en lo que haría Sarada y eso sería en lo correcto, era correcto llevarlas consigo y ponerlas a su cuidado.

—Rápido, la niña. Quiero volver con mi esposa antes del amanecer—. Insistió reuniendo paciencia. 

Su mano extendida no iba a perdurar por siempre a la espera. La nana de una de las princesas se puso de pie, ya que estar arrodillada no le serviría de nada. 

—Es mi niña, no la dejaré... 

—¡Silencio! La llevaré a mi casa— la estreches en su mirada no se deshizo pero si se ablando ligeramente para mostrar su postura no hostil ante la niña —estará más segura conmigo que en este ruinoso lugar. 

Una niña de cabello marfil tembló en el pecho de su nana hasta que fue entregada, Mitsuki no la movió con violencia, la mano de por si sola podía sujetarla por la espalda casi en su totalidad, fue llevada al pecho de la armadura. —¡Señor déjeme ir con usted!— la nana no quería desprenderse de la pequeña princesa incluso en esta situación. 

El albino resopló listo para irse, con esta era la ultima princesa con la que tener consideración. 

—Haz lo que quieras— le daba igual, las otras nanas huyeron en cuanto derrumbo las puertas de las habitaciones de las princesas. Esta fue la única idiota que se quedo y cubrió a la niña con su cuerpo cuando los caballeros que fueron por la princesa irrumpieron, para luego usarlas como garantía. 

La mujer era entrada en los treinta y parecía que alguna vez fue menuda, era alta, de aspecto apagado, sombría y debajo de la ropa solo era una saco de huesos. Poseía tan poca fuerza que de un solo golpe el albino habría podido quitarle a la niña y hacerla llegar a mejor vida. 

Fuera de la habitación Mitsuki cogió a las otras dos princesas que dejó protegidas de la violencia de la habitación de la ultima de sus hermanas por llevar, llevó a una a sus hombros, la otra en su otro brazo. 

—¿A dónde nos llevas caballero?— la niña pensaba que era un caballero enviado a protegerlas.

—Donde no hay tanto ruido— iba a decirle que a su casa pero eso no sonaría muy bien salido de un adulto a tres niñas por muy familia que fueran. 

Duquesa solitaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora