Capítulo: 2.

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Despertó muy temprano por la mañana, como a las cinco o casi seis, no estaba del todo seguro, pero de lo que sí, era que el sol aún no salía y que cuando se levantara y se viera al espejo lo primero que vería sería un par de bolsas oscuras debajo de sus ojos.

Sabía que tendría ojeras porque no pudo lograr descansar nada en toda la noche y cuando no dormía al menos diez horas el universo lo castigaba con ojeras. A veces odiaba ser tan delicado.

Lo cierto era, que Louis a penas y pudo dormir dos horas seguidas. Despertaba a cada indeterminado tiempo con la esperanza de que la naturaleza decidiera saltarse una que otra hora y hacer que el sol saliera para que él pudiera levantarse, salir y hacer aquella prueba que lo inquietaba tanto de una buena vez.

Los nervios lo estaban consumiendo. Estaba muy seguro de que nunca antes se había sentido tan nervioso como lo estaba ahora.

Sus manos sudaban, todo su cuerpo empezaba a picar desesperadamente y su corazón, aparte de ir a mil por hora, latía tan fuerte que lo único que podía escuchar eran sus propios latidos martillando y aturdiendo en su garganta y tímpanos.

Cuando por fin salió el sol, se levantó en un movimiento tan rápido que casi cayó desplomado al suelo, si no tuviera tan buenos reflejos hubiera sido así, pero después de tambalearse y tropezar con un par de pasos, siguió en pie o algo parecido.

Entró al baño de su habitación con pereza y se dió una relajante y larga ducha con agua caliente. Tal como le gustaba, lo mejor para bajar el estrés y cambiar el estado de ánimo, dato que sabía y ponía en práctica gracias a su madre.

Lavó su cabello con mucha delicadeza mientras también le hacía masaje a su cuero cabelludo. Se desenjuagó y cuándo estuvo seguro de que no se olvidaba de nada, salió de la bañera y tomó la toalla que estaba tendida del otro lado de la cortina de la ducha.

La enrolló alrededor de su pequeña y bien formada cintura y se paró en frente del espejo para lavar sus dientes. Luego, vertió crema de peinar en sus manos y, para finalizar, masajeó todo su cabello y salió del baño, con pequeñas gotas de agua escurriendo de su cabello aún húmedo.

Al salir, fue directo a su clóset para sacar la ropa que usaría; un jean ajustado, una camiseta holgada que casi no tenía bordes y un par de zapatos deportivos.

El uniforme de fútbol lo llevaría en aquel morral gris que yacía en el centro de su cama. Se cambiaría en algún bastidor del campus para evitar ensuciar el uniforme deportivo que su madre planchó el día anterior con poca temperatura para así evitar quemarlo.

Se miró en el espejo, el cual decoraba exactamente la mitad de una de las cuatro paredes de su habitación, para asegurarse de que se veía bien o si le faltaba algo.

Sonrió con sus ojitos aún adormecidos cuando se percató de todo estaba bien y en orden.

Peinó su cabello con su mano en dirección hacía ningún lado en particular pero dejando caer su flequillo sobre su frente. Lo hizo por al menos un minuto y cuando estuvo seguro de que su cabello se veía bien acomodado, tomó su mochila gris, la colgó en su hombro izquierdo y salió de su habitación para dirigirse al primer piso.

Bajaba las escaleras lentamente y con la esperanza de que ahí se encontrara solamente su madre haciendo la limpieza en la casa como lo hacía todos los días, con la esperanza de que eso de que el chico grosero de la noche anterior no estuviera y que todo haya sido una mala broma de su madre, aún con eso. Sabía que ella no hacía ese tipo de bromas, pero rogaba porque esa vez si lo hubiera hecho.

Cuándo llegó a abajo buscó por la sala principal a su madre, y al no encontrarla fue directo a la cocina, sabía que la encontraría ahí.

En ésta estaban su madre y un chico alto extranjero de rulos color chocolate.

Exchange Student • L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora