2 (Editado)

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Bajo un cielo despejado y luminoso, el día se presentaba como una suave brisa de tranquilidad después de la tormenta que había sido el anterior. El mar, antes embravecido y agitado, se había transformado en un espejo de cristal que reflejaba el azul intenso del cielo. El canto de las gaviotas, con su tono melancólico, parecía llevar un mensaje de alivio a los habitantes que vivían cerca de la costa.

En la ciudad, el bullicio era constante y frenético. La actividad se desplegaba en todos los rincones, con gente abriendo sus mercados y los niños correteando de aquí para allá.

—La ciudad está muy animada hoy, ¿no crees, Laisha?— La mujer, que había decidido pasar por los mercados para comprar algunas legumbres como alimento, observaba con sus grandes y oscuros ojos la agitación que se desarrollaba frente a ella.

Laisha asintió con una leve inclinación de cabeza, aunque su semblante no reflejaba la convicción que su madre esperaba. La muchacha detestaba sentirse rodeada de multitudes, pero no quería desairar a su progenitora. Con paso vacilante, madre e hija se acercaron a un modesto puesto atendido por un anciano.

—Oh, Airlia— saludó el hombre con amabilidad al percatarse de la presencia de la mujer —¿Cómo han estado tú y Angelo? Hace tiempo que no lo veo— añadió con un dejo de nostalgia en su voz. Sus ojos, entonces, se posaron sobre Laisha, quien parecía estar absorta en sus propios pensamientos —Joven Laisha, ¡un placer verte de nuevo!— expresó con una sonrisa cálida y acogedora, como si su presencia alegrara el lugar.

La chica salió de su ensimismamiento al escuchar el saludo del hombre, y sus orbes se posaron en él con un brillo fugaz. Con un asentimiento de cabeza, correspondió al saludo del anciano, cuya presencia parecía transmitir una sensación de familiaridad y seguridad.

—Lo mismo digo, Bemus— sonrió con dulzura, esperando pacientemente mientras su madre seleccionaba los productos que necesitaban.

De pronto, los agudos gritos de algunos infantes llamaron la atención de la joven de cabello oscuro, quien se giró para observar a los pequeños con una sonrisa tierna en su rostro.

—Soy Poseidón, Dios de los mares, y voy a vencerte, Zeus— exclamó con entusiasmo uno de los niños, blandiendo una rama a modo de espada. Laisha no pudo contener una risa suave ante la escena, observando cómo los pequeños se entregaban con fervor a su inocente juego.

—Ya basta, niños. ¿Acaso anhelan provocar la furia de los dioses?— el juego se vió interrumpido por una tercera voz que se hizo presente, perteneciente a una mujer de unos treinta años de edad.

La señora dirigió una mirada reprochante a sus dos hijos, quienes bajaron la cabeza en señal de arrepentimiento. 

Laisha los compadeció, recordando con nostalgia sus propias travesuras de infancia, cuando también había jugado a ser un dios y había recibido regaños por parte de sus padres, quienes le explicaban que tales juegos podrían ofender a las divinidades.

Sin embargo, sus recuerdos se vieron  interrumpido por la voz de su madre.

—Hija, recuerda llevar las ofrendas para el Dios Poseidón— le recordó con un tono afectuoso.

-Sí madre-

 Poseidón recorría con paso firme los extensos corredores de su hogar, impregnados de un silencio sepulcral que satisfacía su espíritu solitario

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Poseidón recorría con paso firme los extensos corredores de su hogar, impregnados de un silencio sepulcral que satisfacía su espíritu solitario. El sonido rítmico y metálico de sus botas al hacer contacto con el suelo de mármol era lo único que se conseguía oír en aquel lugar, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel momento.

—¿Uh?— se detuvo al sentir una perturbación en sus dominios.

No eran las presencias de los pescadores que tan bien conocía, sino algo diferente.

—Un humano— articuló con desprecio.

El solo pensamiento de que alguno de esos despreciables mortales podría estar disfrutando de un baño en SU reino le producía un profundo desagrado. Sin embargo, movido por la curiosidad, decidió por cuenta propia averiguar de qué inmundo humano se trataba ahora.

 Sin embargo, movido por la curiosidad, decidió por cuenta propia averiguar de qué inmundo humano se trataba ahora

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Laisha había colocado cada ofrenda correspondiente en aquel pequeño templo dedicado al Dios del Mar. Permaneció de rodillas frente a él en total silencio, con su mirada fija en el horizonte marino.

La preocupación por su padre, quien aún no había regresado de su viaje y podría haber sido afectado por la tormenta marina, pasaba por su mente, lo que la inquietaba cada vez más. Sin embargo, tratando de mantener una actitud positiva, Laisha se puso de pie y se acercó al gran y extenso océano. El agua pronto acarició sus pies descalzos de y no pudo evitar estremecerse por el frío contacto.

Observó hacia el horizonte, donde se extendía la gran masa de agua que le había proporcionado una profunda paz interior durante toda su vida. Cada vez que necesitaba estar sola, se dirigía a la playa y tomaba asiento sobre la arena, dejando que el sonido del océano en completa calma se apoderara de sus oídos y relajara su mente.

Era el aroma, el color, la brisa, el movimiento y la inmensidad del mar lo que lograba hipnotizarla, generándole una sensación de tranquilidad y bienestar. El mar siempre había sido parte de ella, su lugar favorito.

 Poseidón observaba con atención a la joven, que se encontraba a varios metros de distancia

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Poseidón observaba con atención a la joven, que se encontraba a varios metros de distancia. A sus ojos, no era más que una simple humana. Las aguas que él dominaba servían como mensajeras, permitiéndole captar a distancia lo que la chica murmuraba para sí misma.

"El mar es hermoso".

Esas palabras desconcertaron un poco al rubio.

¿Hermoso?

Desde el comienzo de los tiempos, él había gobernado con puño de hierro los mares y océanos. No era la primera vez que escuchaba a un humano decir tal cosa. Sabía cómo eran ellos, cada palabra que pronunciaban era una mentira susurrada y, con el paso del tiempo, solo destruían más y más su hogar.

Decidió prestar atención a cada palabra que salía de los labios de la chica, pero esta se sumió en el silencio durante el resto del tiempo. Aun así, él no se desanimó y se dedicó a contemplarla mientras permanecía sentada sobre la suave arena, permitiendo que el viento jugara con sus largos mechones oscuros, lo que le daba un aspecto aún más cautivador.

ᴏᴄᴇᴀɴ 《ᴘᴏꜱᴇɪᴅóɴ》©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora