12 (editado)

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Por decisión unánime, la humanidad fue bendecida con unos siglos más de existencia

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Por decisión unánime, la humanidad fue bendecida con unos siglos más de existencia. Una vez concluido el consejo, los dioses de diversos panteones abandonaron la sala, sumidos en una profunda conmoción ante la inesperada elección de Poseidón.

El Señor de los Mares se retiró en silencio, haciendo caso omiso de los murmullos lejanos que se referían a él.

-No puedo creerlo, ¿Poseidón votó a favor de la supervivencia de la humanidad?- susurraban dos dioses del panteón egipcio mientras sus miradas se mantenían fijas en el imponente Poseidón.

El rubio logró captar fragmentos de una conversación en la que él era el tema principal. Y mientras pasaba junto a ellos, una sola mirada fue suficiente para hacer temblar a ambos dioses.

-No hay más que basura ante mis ojos- pronunció con desprecio, revelando una vez más al Poseidón que todos conocían.

Y sin perder más tiempo, se dirigió hacia la costa del mundo humano para visitar a Laisha.

Una vez allí, notó que la mujer de cabello azabache no se encontraba en ninguna parte. Habían acordado encontrarse en el mismo lugar de siempre, junto al templo.

Pero simplemente ella aún no llegaba.

Un sentimiento de profunda preocupación lo invadió y sin dudarlo, se dirigió rápidamente hacia la residencia de Laisha. Al llegar, notó que su madre no estaba presente como de costumbre, por lo que, sin pensarlo, abrió la puerta y se adentró en el lugar.

-¿Laisha?- llamó su nombre, pero no hubo respuesta.

Sin perder un segundo, se dirigió hacia la habitación y una vez dentro, se encontró con una escena desgarradora: Laisha estaba desplomada en el suelo.

Poseidón depositó su tridente con reverencia contra la fría pared de piedra y, con la premura propia de un dios preocupado, se postró de rodillas junto a ella. Sus pómulos, teñidos de un rubor ardiente, contrastaban con su respiración agitada y entrecortada.

Con delicadeza, la alzó en sus brazos, sosteniendo su fragili cuerpo como si se tratara de un tesoro ancestral. Con paso seguro y decidido, la llevó hasta la cama y la depositó con suavidad sobre ella.

Un suspiro de alivio escapó de sus labios al percatarse de que no era más que un simple resfriado lo que aquejaba a la joven. No obstante, no podía evitar notar cómo este trastorno insignificante ejercía un impacto desproporcionado sobre su frágil ser.

En busca de un paño, exploró los alrededores hasta encontrar uno adecuado. Con parsimonia, elevó el agua con el cántaro desde el pozo situado en los confines de la casa, empapando el tejido hasta la saciedad.

De vuelta junto a Laisha, con ternura depositó la toalla humedecida sobre su frente en un gesto de cuidado. Un leve gesto de fastidio se dibujó en el rostro de la joven al percibir la fría y húmeda caricia sobre su piel.

ᴏᴄᴇᴀɴ 《ᴘᴏꜱᴇɪᴅóɴ》©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora