11 (editado)

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La tranquilidad que emanaba aquel lugar embellecía a Poseidón

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La tranquilidad que emanaba aquel lugar embellecía a Poseidón. El rubio  reposaba serenamente sobre el césped que se extendía bajo él. La suave brisa de verano acariciaba con elegancia sus dorados cabellos.

A su lado, su compañera mantenía sus ojos bien abiertos, deleitándose con el paisaje que se desplegaba frente a ella.

Ambos se encontraban en lo alto de una colina apartada de la ciudad. Desde allí, podían divisar fácilmente el vasto océano azul, mientras las gaviotas batían sus alas con gracia, evocando una sensación de total libertad.

—Tenías toda la razón, este lugar es realmente tranquilo— rompió el silencio Poseidón, su voz transmitía serenidad y calma.

—Sin duda. Lo descubrí cuando era niña y desde entonces se ha convertido en mi refugio favorito para relajarme— respondió la mujer de cabello azabache con una sonrisa.

Aunque había visitado ese lugar en numerosas ocasiones, no podía evitar maravillarse una vez más con la impresionante vista que se desplegaba ante ellos.

El Dios la contempló de soslayo y, sin más preámbulos, se reclino parcialmente sobre el césped, utilizando sus manos como apoyo.

El rostro de Laisha experimentó un cambio repentino, mostrando un gesto de preocupación.

—Tu hermano me guarda rencor, ¿no es así?— se atrevió a preguntar, esa interrogante tomó por sorpresa a Poseidón.

Sus miradas se encontraron en un momento de silencio cargado de significado.

Poseidón soltó un suspiro, sin moverse de su posición, decidió hablar.

—Lo hace— admitió mientras hacía una pausa, sus ojos se perdieron en el horizonte celestial —Es un capricho absurdo, siempre ha sido así— añadió con cierta resignación en su voz.

Laisha esbozó una sonrisa reconfortante.

—Está bien, no le temo— afirmó, fijando sus profundos ojos oscuros en los del otro.

El rostro del dios permanecía imperturbable, como de costumbre.

—No tienes por qué temer, te lo dije antes. Mientras esté a tu lado, no permitiré que nadie te lastime— aseguró, desviando su mirada hacia un punto distante, como si visualizara un futuro incierto.

Laisha asintió, mostrando siempre su sonrisa radiante. Una brisa suave había comenzado a soplar, haciendo que sus oscuros cabellos se enredaran entre sí. Frunció el ceño ante esa situación y, con un trozo de tela rasgada que llevaba en su muñeca, decidió intentar recolectarlos.

Poseidón estudiaba con atención cómo la chica luchaba por recoger su melena, aunque resultaba una tarea casi imposible. Sus cabellos se escapaban de entre sus dedos o la pequeña tela no lograba asegurarlos adecuadamente.

Se puso de pie lentamente y, colocándose detrás de ella, se arrodilló.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Laisha confundida, sintiendo las manos del Dios sujetando delicadamente su cabellera.

Con esa acción, comprendió lo que intentaba hacer.

Con sutileza, tomó cada mechón de cabello de la joven entre sus manos y, con cuidado de no lastimarla, los ató formando una coleta de caballo.

—Creo que ya está— murmuró, sus ojos recorriendo con delicadeza cada trazo de su obra maestra, mientras un sentimiento de orgullo se deslizaba por su ser.

Sin embargo, como si la propia tela hubiera decidido rebelarse, se desató en un sutil gesto de desafío, dejando que la exuberante melena de Laisha cayera con elegancia sobre su espalda y hombros.

Ella dejó escapar una risa melodiosa, deleitándose en la escena.

—Lo intentaste— susurró con ternura, sus palabras flotando en el aire.

Se puso de pie, su figura delicada envuelta en un suave rubor que coloreaba sus mejillas, y lo observó con una mirada que desbordaba admiración.

Se puso de pie, su figura delicada envuelta en un suave rubor que coloreaba sus mejillas, y lo observó con una mirada que desbordaba admiración

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El consejo, portador del destino de la humanidad, había llegado y se desplegaba majestuosamente en sus manos. La sala, escenario trascendental de la decisión que se avecinaba, se encontraba colmada de divinidades provenientes de diversos panteones.

Entre ellos, Poseidón se mantenía imperturbable en su posición, firme en su determinación de escuchar de mala las contribuciones de los demás.

-Muy bien señoras y señores, como saben, ya estamos familiarizados con el procedimiento- declaró Zeus, presidente de la reunión, mientras se encontraba en el trono principal, situado en el centro de aquel inmenso salón —el símbolo de la cruz representa la extinción y el círculo, por otro lado, simboliza lo contrario—

La mirada del dios se dirigió hacia su hermano mayor, quien se encontraba tan distante como de costumbre.

Varios dioses comenzaron a emitir sus votos, algunos abogando por la eliminación de la humanidad, mientras que otros abogaban por su supervivencia.

En medio de ese momento crucial, Poseidón nunca antes había experimentado tal vacilación. En otra circunstancia, él habría sido el primero en emitir su voto a favor de la eliminación de la humanidad.

Observó detenidamente sus manos, cada una sosteniendo un pequeño cartel que llevaba consigo el destino de la especie humana.

De repente, la figura de su amiga mortal se formó fugazmente en su mente. Ella era la primera humana a la que había mirado con ojos diferentes.

En medio de lo que él considerababa vida, la había encontrado en una tarde como tantas otras.

Una persona con la cual se sentía bien, por primera vez en siglos, una que lo sumergía en una profunda paz, donde su soberbia se hundía hasta el fondo del abismo marino. Las miradas que toda una existencia recibió, no eran más que de temor, totalmente opuestas a las que recibía por parte de la femenina. Cargadas de dulzura, sin importarle todas las transgresiones que él cometió en el pasado.

El cartel que llevaba el círculo fue elevado lentamente, alcanzando una altura visible. Los presentes quedaron estupefactos, incapaces de creer lo que sus ojos presenciaban.

Poseidón, el dios de dioses, había decidido que la humanidad viviera.

ᴏᴄᴇᴀɴ 《ᴘᴏꜱᴇɪᴅóɴ》©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora