Capítulo 25

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Meg

Estaba pasando un auténtico calvario por culpa de aquellos dos.

Era insufrible ver hasta qué punto podía irse todo a la mierda por orgullo o una conversación.

Cuando por fin había logrado que Jane me escuchara y entrase, un poco, en razón, iba el idiota de mi hermano y decidía sacar su máximo orgullo.

-No tienes que meterte. – Para colmo, mi novio tenía que darme aún más el coñazo sobre lo que podía o no podía hacer. – Es algo que tienen que resolver ellos Meg.

-¡Pero es que no lo hacen!

Estaba desesperada.

Mi hermano apenas hablaba conmigo porque sabía que Jane era mi mejor amiga. Y mi mejor amiga, después de intentar contactar con él, había desistido.

-¡Pues ya lo harán!

Miré a Nate incrédula ante su respuesta. – ¡No me grites!

-Pero, ¡si estás gritando tú!

Solté un gruñido y me crucé de brazos. No merecía la pena discutir con Nate por algo que no tenía nada que ver con nosotros. Él tampoco lo estaba pasando bien.

Entre Jason y Nat y Aaron y Jane, los que nos estábamos comiendo todo éramos nosotros.

Sabía que tenía razón. Que debía dejarlo pasar y que, como en multitud de ocasiones había dicho, dejar que fuese el tiempo quien nos diese una solución.

Pero yo no había nacido paciente. Ni mucho menos tenía tiempo para esperar mientras las personas más importantes de mi vida se hundían en un agujero sin fondo.

-Lo siento, pero voy a hablar con mi hermano.

Me levanté de golpe y abrí la puerta de mi habitación.

-¡Meghan! – Nate estaba desesperado conmigo, pero vino detrás sin intentar detenerme, sabiendo que no iba a lograrlo.

A fin de cuentas, iba a hablar con mi hermano, no con mi vecino.

Entré en el garaje, donde sabía que se encontraría. Como llevaba haciendo ya casi tres semanas.

-¡Aaron! – Le grité de brazos cruzados.

Se encontraba dando puñetazos a un enorme saco de boxeo donde papá y él solían entrenar.

Tenía todo el cuerpo cubierto de sudor y me fijé en que también llevaba cascos.

Nate se quedó de brazos cruzados apoyado en la puerta y yo me acerqué decidida a mi hermano y, antes de que lanzase un nuevo golpe, tiré del cable para quitarle los cascos.

-¿Qué haces?- Me miró interrogante.

-¿Qué qué hago? – Lo seguí cuando se acercó a beber agua. - ¿Qué coño estás haciendo tú?

Dejó la botella a un lado e intentó volverse a poner los casos, haciendo como si no existiese.

-Meg, déjalo venga. – Nate me llamó desde la puerta.

Mi cabreo aumentaba por momentos. Estiré de nuevo el brazo y le arranqué de cuajo los cascos.

-¡Para ya de tener esta actitud de mierda! – Lo grité. – ¡Que soy tu hermana joder!

-¿Qué coño quieres Meghan? – Me dijo mirándome fijamente. - ¿No ves que no quiero hablar? ¡Déjame de una puta vez!

Lo normal hubiese sido que me hubiesen dado ganas de pegarlo pero, sin embargo, sentí más que nunca el dolor de mi hermano.

Y me rompió el alma.

Sus ojos ardían y su mandíbula estaba tensa. Tanto que temí que mis padres tuviesen que gastarse dinero en una nueva dentadura.

-Habla conmigo. – Le dije tranquila. – Por favor Aaron.

Se pasó las manos por el pelo y cerró los ojos soltando un suspiro profundo.

Ahí supe que había conseguido la oportunidad que quería.

-¿Por qué no has hablado con ella?

-Meg... Por favor. – Aaron me miraba con otros ojos.

Donde antes había visto rabia, ahora solo veía dolor.

Miré hacía la puerta y me di cuenta de que Nate se había ido. Él conocía a Aaron casi tanto como yo como para haberse dado cuenta de que necesitábamos ese espacio entre hermanos para hablar.

-¿Por qué? – Insistí. - ¿No sientes nada por ella? ¿Es eso?

-¿Qué? – Me miró como si hubiese matado a alguien. – Sabes de sobra que sí.

-¿¡Entonces por qué no le has cogido el puto teléfono?! – No aguantaba los nervios.

-¡Por que no puedo! – Me gritó de vuelta.

Lo malo de tener un hermano tan parecido a mí, era que el carácter era casi el mismo. Luchar contra una misma era más complicado de lo que hubiese preferido.

Esperé a que continuase y así lo hizo.

-Fui un gilipollas. – Se sentó en el sillón que papá había puesto ese mismo verano. – Mi orgullo no me permitió impedir que se fuese y, una vez más, la he perdido.

Casi lloré al ver a mi hermano abrirse como lo estaba haciendo. Nunca había mantenido una conversación así con él y, por un segundo, me dejó sin palabras.

-Sé que debería habérselo cogido. Cuando vi su nombre en la pantalla del móvil me quedé helado y no supe que hacer. Así que hice lo que estoy acostumbrado, ser un capullo. – Continuó hablando. – Esto es nuevo para mí Meg, encima es tu mejor amiga. Joder, es Jane. – Sonrió con tristeza. – Soy un cobarde.

Casi me reí al escuchar aquello último, ya que habían sido las palabras que Jane había dicho.

-¿Por qué eres un cobarde?

-Por no atreverme a luchar por ella, pese a ser lo que más quiero.

Me quité rápidamente la lágrima que había escapado de mi ojo. No solía ser una romántica empedernida, ni mucho menos me gustaban los romanticismos. Pero ver a mi hermano así, abierto en canal y enamorado, haría llorar a la mujer más fría del planeta.

-Con el miedo no se gana Aaron. – Lo cogí del brazo y me miró.

-Yo ya he perdido. – Bajó la cabeza. – Dudo mucho que, después de haberse incluso arrastrado por mí, quiera volver a verme.

Sabía lo dolida que estaba Jane y sabía cómo era.

Y por eso mismo, tenía más claro que nunca lo que debía hacer.

-¿La quieres?

Me miró fijamente y, durante lo que parecieron horas, no dijo nada.

Hasta que entonces respondió con total sinceridad.

-Con locura. – Siguió mirándome y lo cogí la cara con las manos.

-Entonces no has perdido.

Dímelo de nuevo (Solo tienes que decírmelo 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora