CAPÍTULO 8

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Sábado, 29 de diciembre de 2011.

Querida Anna, ya sé  que te dije que no te escribiría hasta después del torneo, pero no puedo esperar tanto.

Ayer empezó el torneo. Jugamos nuestro primer partido, que no fue del todo bien. Después… En realidad creo que esta vez te contaré antes el final –o mejor dicho, el principio del final-. Es un recurso que usan muchos escritores para enganchar a sus lectores, consiste en que el autor cuenta parte del final, aunque no todo, y después sigue por el principio, hasta que la acción alcanza el final por el que había empezado y sigue adelante. Un ejemplo claro de este tipo de narración lo puedes encontrar en la gran película Forrest Gump, en la que Tom Hanks comienza a contar la vida de su personaje hasta el momento presente, después la acción de la película sigue adelante.

Es un lío, lo sé, te pido perdón. Lo mejor será empezar, así lo entenderás todo mejor.

Estoy en la habitación del hotel en Los Ángeles -¿notas algo raro verdad? Es porque voy a contarte esto en presente, para que te sientas más metida en la historia-, preparado para descansar después de haber jugado nuestro primer partido, cuando llaman a la puerta tímidamente. Me acerco para corroborar que han llamado. Pongo mi oreja en la puerta y escucho a alguien sollozar. Dudo un momento. Después abro lentamente y allí estaba ella.

-No puedes estar aquí –le digo asomando la cabeza al pasillo para ver que no hay nadie, después la empujo hacia dentro- si te pillan… si nos pillan –rectifico- nos puede caer una gorda.

Beth no dejaba de sollozar.

Y tú dirás:

-Esta chica está llorando siempre.

Y no es así. En realidad es una persona muy feliz, casi siempre está sonriendo. Ama la vida, nada la hace entristecer. Ve los problemas como obstáculos que hay que saltar, no se lamenta por los contratiempos, sino que los afronta como retos. Es más, casi todos los días podrías escucharla citar al enorme Barney Stinson diciendo aquello de “acepto el reto”. Lo único que pasa es que te estoy contando una época turbulenta, en la que la puedes ver más triste de lo normal.

Cierro la puerta, y antes de que pueda girarme, me rodea con sus brazos.

-Lo siento –dice con la voz entrecortada por el llanto- os he fallado a todos.

Consigo que me suelte unos segundos para darme la vuelta y poder abrazarla también. Nos quedamos abrazados. Escucho su corazón latir con fuerza, supongo que ella también oye el mío. Me hace gracia por lo que llora, no es nada importante, sin embargo, para ella parece el fin del mundo.

Entonces se separa un poco y me mira, sus ojos brillan en la penumbra.

-Sé que no debería estar aquí –dice de nuevo con voz temblorosa- pero no he podido aguantar más. Necesitaba abrazarte.

Eso me deja petrificado. Sigo mirándola, pero esa vez no se avergüenza y me aguanta la mirada. El tiempo de seguridad se ha acabado. Quedo atrapado por su encanto. No hay nada que me salve de convertirme en una de las cosas que más odio. La suerte está echada.

Y ahora es cuando empiezo a contarte el día desde el principio. Ya en tiempo pasado, como siempre. Comenzaré por nuestra llegada a Los Ángeles.

El avión aterrizó el viernes muy temprano. Las chicas estaban muy emocionadas -me recordaban a mí la primera vez que visité Richmond-. Dejamos el equipaje en el hotel y salimos a dar una vuelta por la ciudad para aprovechar la mañana. Nuestras jugadoras caminaban en pequeños grupos, y detrás de ellas, Richard y yo, las controlábamos.

SIN SALIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora