CAPÍTULO 14

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Martes, 23 de febrero de 2012

Querida Anna, continuaré contándote como fue el fin de semana en Chicago.

Al entrar en la habitación creo que ambos sentimos algo de vergüenza, pues ninguno de los dos sabía cómo actuar. Finalmente decidimos que ella se quedaría con la cama que estaba más cerca de la ventana y yo con la otra, también que el lado derecho del armario sería para ella y el izquierdo para mí, y aclaramos algunos pequeños detalles.

Después de aquello tan solo nos sobraron quince minutos para relajarnos antes de ir al almuerzo.

Me tumbé en mi cama mirando al techo y con las manos en la nuca. Ella abrió su maleta y comenzó a sacar cosas. Entonces entendí por que pesaba tanto. Dentro de ella traía varios bolsos independientes. Uno de ellos lo sacó y lo puso directamente dentro del armario. Después sacó dos pares de deportivas y algún material deportivo. La verdad es que casi todo lo que llevaba era material deportivo. Por último extrajo un trozo de tela azul celeste que resultó ser un vestido.

- ¿Dónde vas con eso? -le pregunté al percatarme de lo que era.

- ¿Crees que lo que ha dicho John de la cena de gala era broma? -dijo mientras colgaba el vestido dentro del armario. 

- No, pero... -entonces caí en la cuenta de algo- ¿tu sabías que iba a haber una cena?

- No -se giró sonriendo- bueno -deshizo la sonrisa, se llevó el dedo índice a sus labios y miró hacia el techo, en una pose típicamente pensativa -lo supuse, normalmente en estas concentraciones hay una cena de gala -después volvió a mirarme sonriendo, pero yo me había puesto muy serio- ¿qué pasa?

- ¿Por qué no me dijiste nada? -ella se quedó sin respuesta- ahora tendré que ir vestido de cualquier manera, y volverán a reírse de mí -dije refiriéndome a lo ocurrido en la recepción. Después me giré bruscamente para darle la espalda.

- Lo siento -subió a la cama de rodillas y puso su mano sobre mi hombro derecho- iremos a comprarte algo después del almuerzo.

- No importa -dije tajante- puedes ir tu sola a la cena -intenté quebrar mi voz para dar pena y que se acercara más. Por suerte para mí dio resultado. Sentí el roce de sus rodillas en mi espalda.

- ¡No digas tonterías! -su tono de voz era serio- dime la verdad -parecía muy preocupada - ¿qué te pasa?

- Nada -dije aún serio- solo quería que estuvieras lo necesariamente cerca para hacer esto.

Entonces me giré bruscamente otra vez para volver a mi posición anterior. Lo hice con fuerza para hundir el colchón y atraer a Beth hacia mí. En ese momento puse mi mano izquierda para que su cabeza quedara apoyada, y lancé la derecha a su cintura. Nuestros miradas se cruzaron y entonces sonreí -para ser exacto los dos sonreímos-. Diría que ella se sonrojó, pero no me dio tiempo porque rápidamente me perdí en el infinito de sus ojos y en esa paz que me transmitía su felicidad. 

- En cinco minutos tenemos que estar abajo -dijo mirándome con sus grandes ojos color miel a escasos centímetros.

- En cinco minutos podemos hacer un viaje de ida y vuelta al cielo...

Después vi la rendición en sus ojos, así que como mi mano izquierda seguía sosteniendo su cabeza tiré de ella hacia mí. En un momento estuvimos tan cerca que la visión se volvió borrosa, así que cerré los ojos y solo tuve que esperar unas décimas de segundo para salir disparado hacia el cielo.

Sus labios y los míos se atrajeron como dos imanes y encajaron como dos piezas de un puzle. Y como había anticipado, nos plantamos en el cielo a la velocidad de la luz. Nos quedamos allí durante varios segundos, quizás porque nos costaba creer que aquello fuera real. Poco a poco nuestros labios comenzaron a separarse.

SIN SALIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora