CAPÍTULO 3

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Las desdichas no terminaron ahí. Después de girar varias veces cogimos una carretera muy estrecha, sin arcenes y con un asfalto lleno de agujeros. Además un árbol nos sorprendió nada más girar. Estaba tirado en mitad de la carretera –si es que se la podía llamar así- y hacía imposible pasar por allí, porque, al ser tan estrecha, ni siquiera había la posibilidad de rodearlo. Hubo un bloqueo general de todos los ocupantes del coche.

-¿Y ahora qué hacemos?- preguntó Maggie agitada.

-Hay que rodear y coger el camino sin asfaltar que entra por detrás –dijo Joel muy serio. Aunque no reaccionaba, como si estuviera buscando otra solución.

-Así tardaremos mucho… -dijo Maggie frustrada, pues sabía que no había otra opción.

Yo no soy muy de meterme en asuntos ajenos, pero por alguna extraña razón en aquél momento lo hice. Reaccioné.

-¿Dónde está la casa de Sarah? –pregunté casi en voz baja para no molestar a la cabeza pensante de Joel. Gwen me miró.

-Al final de esta carretera.

Entonces supe que tenía que hacerlo. Abrí la puerta y todos se sobresaltaron.

-¿Dónde vas? –me preguntó Gwen.

-¿Seguro que la casa está al final de la carretera?

-Sí, la única que hay a la derecha. Pero ¿qué piensas hacer?

-Creo que puedo llegar antes que vosotros en coche por el otro camino–entonces cerré la puerta y Joel bajó la ventanilla.

-¿Y qué piensas hacer cuando llegues? –preguntó desconfiado y un poco enfadado.

-Confiad en mí y aseguraos de que la ambulancia llegue –después de decir aquello empecé a correr.

El tronco del árbol era lo suficientemente grueso para evitar que un coche pasara por encima, además no había caído por completo al suelo, lo que hacía que el obstáculo fuera aún más alto. Sin embargo, para una persona era fácil sobrepasarlo, solo tuve que dar un pequeño salto impulsándome con las manos en el tronco para llegar al otro lado.

Y corrí hasta la casa de Sarah. No podría deciros la distancia que había desde el tronco hasta la casa, solo sé que corrí unos diez o quince minutos bastante rápido.

Cuando llegué no hizo falta llamar a la puerta porque había un tumulto de personas en el jardín. Me acerqué corriendo, buscando desesperadamente a la hermana de Gwen. Algunas de las mujeres del grupo sollozaban desesperanzadas. Mientras, en el porche de la casa, dos hombres y una mujer intentaban reanimar a Beth abanicándola, llamándola y dándole pequeñas bofetadas.

No os puedo decir cómo eran aquellas personas porque, como os he dicho, buscaba a Beth desesperadamente. Había visto algo en los ojos de sus padres y su hermana que jamás he sabido definir, incluso a día de hoy no sé exactamente lo que era, pero supongo que aquello era miedo, miedo real mezclado con una especie de pánico exagerado.

Aquella sensación fue exactamente la que sentí cuando vi a Beth por primera vez: una princesa que se moría. Tenéis que entenderme: no me enamoré de Beth a primera vista, pero cuando alguien es guapo, o guapa en este caso, se admite tenga la edad que tenga.

Me arrodillé a su lado, y durante unos segundos el miedo me bloqueó. Estuve a punto de rendirme, porque la única idea que recorría mi perturbada mente era la muerte prematura de una niña inocente.

Y como sí algo desde dentro estuviera dándome bofetones, desperté de mi ensimismamiento. Entonces comencé a poner en práctica lo que mi primo enfermero Carl me había enseñado sobre primeros auxilios –no es que me lo enseñara una vez y ya está, es que cada vez que nos visitaba practicábamos, era una cosa que siempre me había interesado, pero que nunca había puesto en práctica seriamente-.

SIN SALIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora