CAPÍTULO 2

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Como os decía, intentamos quedar varios días a solas, pero sus amigas no podían venir a la ciudad y, evidentemente, los padres de Gwen no la dejaban ir sola. Así que un día, cansado de esperar, investigué la mejor manera de llegar a Dinwiddie.

Fue un domingo de principios de diciembre. Un amigo de un amigo iba hacia Atlanta, así que me llevó por la 85 hasta la salida de la 703. Desde allí solo tenía que caminar media hora para llegar a mi destino.

Cuando llevaba apenas diez minutos caminando empezó a llover como si no hubiera mañana. Intenté refugiarme bajo mi chaqueta, que aguantó heroicamente dos minutos ante tal cantidad de agua. Después el agua empezó a calar, y empecé a sentir la desesperación –no sabía cómo volver, no conocía a nadie allí, y así no podía presentarme ante Gwen y mucho menos ante su familia-. Entonces –como si de una película se tratara- un coche tipo ranchera paró justo a mi lado,  la ventanilla bajó y tras ella apareció un hombre.

-Esa chaqueta no aguantará mucho más –de hecho ya ha desistido, pensé- ¿a dónde vas? –la verdad es que aquella escena me resultó ser totalmente de película, ¿un hombre que ofrece ayuda a un extraño que camina por una carretera secundaria bajo la lluvia? Eso solo se ve en las películas. Pero claro está, eso lo pensé más tarde, porque en aquél momento contesté al hombre de inmediato.

-Dinwiddie –contesté automáticamente.

-Sube –me dijo mientras abría la puerta desde dentro, y yo, sin pensar en nada más que en llegar a Dinwiddie, subí al coche.

-Muchas gracias señor –fue lo primero que dije.

-¿Quién va a Dinwiddie un domingo si no es de allí? –aquél hombre tenía un tono de voz calmado y melodioso. Después de hacerme la pregunta lo miré y pude ver sus rasgos, que hasta el momento no había visto: barba abundante, piel de la cara envejecida, pelo corto y dejado y ojos marrones. En cuanto a su vestimenta… bueno… digamos que iba a juego con su coche.

- pues… -dude un poco- vengo por una chica –supongo que le dije la verdad porque al verlo allí tan tranquilo, conduciendo impasible bajo un manto de agua infranqueable, me transmitió calma y seguridad. Después de oír mi respuesta hizo un gesto entre sorpresa, admiración y ternura.

- Qué bonito es el amor. Y ¿de dónde vienes?

- De Richmond –entonces si se sorprendió.

- ¡¿Vienes desde Richmond caminando?!

- No, no –me hizo gracia que pensara aquello- un amigo me dejó en la salido de Dinwiddie por la 85. Pero la verdad es que lo hubiera hecho de no haber otra solución.

- Vaya –se tranquilizó un poco- debes estar muy enamorado –aquello me hizo pensar.

- La verdad es que no lo sé, de hecho solo he hablado con ella en persona en dos ocasiones –una en la práctica, pensé- lo único que sé es que siento que daría mi vida para que ella fuera feliz. Y eso es extraño, porque apenas la conozco.

- La verdad es que sí. Pero si sientes eso por ella sin apenas conocerla quizás sea porque realmente estáis hechos el uno para el otro.

- Ojalá –entonces él me miró sonriendo y sentí que todo saldría bien.

- Bueno, y ¿qué haces en Richmond?

- Estudio Contabilidad y, bueno –dudé un poco- intento encontrar un trabajo.

- Vaya –de nuevo mostró cierta sorpresa- eres de esos estudiantes que estudian y trabajan…

- En realidad ahora solo estudio.

SIN SALIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora