Cuando terminé el instituto me fui a Richmond, que está a unos cien kilómetros de mi pueblo natal, King George, para estudiar Contabilidad en la universidad. El inicio fue frenético: conocer gente nueva, descubrir una ciudad relativamente desconocida –digo relativamente porque antes de mudarme allí ya había visitado Richmond algunas veces-, encontrar trabajo y en fin, empezar a ser lo que quería ser.
La vida de estudiante no me defraudó tanto como habían previsto algunos, las fiestas eran abundantes y supe combinarlas con las clases –el trabajo llegaría más adelante-. Y fue en una fiesta donde empezó esta historia.
Era 31 de Octubre de 2005, así que como podréis imaginar esa fiesta era Halloween. Como tantas otras veces, mis compañeros de clase me invitaron a lo que iba a ser “la mayor fiesta de la historia” –desde que comenzó el curso todas las fiestas a las que me invitaban iban a ser “la mayor de la historia”, y realmente todas eran grandes fiestas, al menos comparadas con las que había visto hasta el momento en King George-.
Aquél día –o mejor dicho, aquella noche- bebimos alcohol como en una buena fiesta de estudiantes universitarios, así que no recuerdo con exactitud los hechos. Solo recuerdo encontrarme charlando con una chica –supongo que alguien debió presentarnos, o debimos conocernos de alguna manera, la cuestión es que allí estábamos, charlando- y que cuando se marchaba me apuntó su número de móvil en una servilleta.
Pasaron un par de semanas hasta que llamé a la chica –en realidad no llamé antes porque había perdido la servilleta con el número- para invitarla a una nueva “ mayor fiesta de la historia”, pero esta vez –al menos para mí- sería sin alcohol, porque deseaba conocer –y recordar al día siguiente- a aquella chica.
Contaré la historia de la servilleta porque me pareció graciosa y es muy breve. Resulta que aquella chica guardó la servilleta en uno de los bolsillos de mi pantalón, que por alguna extraña razón llegó hasta debajo de mi cama. Aquél pantalón era el de las ocasiones especiales, así que hasta la siguiente ocasión especial no me preocupé de buscarlo, y ese tiempo entre fiestas especiales fue de dos semanas, de ahí que no llamara a la chica durante dos semanas.
Y llegó el día de “la fiesta”.
Mis amigos y yo fuimos los primeros en llegar, después de nosotros llegaron un par de grupos más, y justo después entró un grupo de chicas. La puerta de entrada era estrecha, así que todos los grupos entraban de uno en uno. Comencé a fijarme en aquellas chicas una por una, hasta que apareció ella, y desde aquél momento no volví a mirar a otra en toda la noche. Esperé unos minutos de cortesía para que se asentaran en el lugar y fui a por ella.
- Hola –ella estaba de espaldas así que tuvo que darse la vuelta para ver quien la había saludado. Fue entonces cuando pensé que iba a darme una parada porque mi corazón no soportaría ver tanta belleza. Por suerte, a ella no pareció importarle y se acercó para darme un par de besos. Yo pude reponerme del shock para corresponderle el saludo.
- ¿Qué tal? –me preguntó. Entonces pensé que quizás se había percatado de mi casi infarto.
- Bien –dude un poco- mejor que el otro día –entonces los dos nos reímos al recordar el estado en el que estaba yo el día que nos conocimos. Después me dirigí a sus amigas- ¿sabéis dónde está todo no?- ellas sonrieron y afirmaron, meses después supe que aquella pregunta era exactamente la misma que les había hecho en la fiesta anterior, de ahí las risas.
La chica y yo nos separamos del grupo. Claramente los dos deseábamos conocernos, así que buscamos el lugar menos ruidoso del local.
- Bueno, antes de nada –le dije cuando nuestras voces eran perceptibles a un nivel de volumen normal- me gustaría pedirte perdón por mi estado el otro día.
- No te preocupes –dijo ella sonriendo levemente, lo cual me tranquilizó.
- Bien, eh… -realmente no sabía cómo preguntarle aquello- verás… recuerdo muy pocas cosas del otro día: tu cara ¿cómo podría olvidarla? –dije entornando los ojos hacia arriba, lo que pareció avergonzarle- y que pusiste una servilleta con tu número en mi bolsillo.
- Pues parece que lo de la servilleta en el bolsillo se te olvidó durante estas dos semanas –aquello lo entendí claramente, así que le conté la historia del pantalón mágico que se escondió solo bajo mi cama, y por suerte para mí, le hizo gracia.- bien, ¿qué quieres saber del otro día?
- Pues… -entonces encontré la manera- me gustaría saber si tu nombre es tan bonito como tú –aquello, evidentemente, se lo dije mirándola a los ojos, y ella no tuvo más remedio que sonreír y apartarme la mirada.
- Te lo diré si tú me dices antes el tuyo –aquello sí que fue sorprendente: yo no le había dicho mi nombre, así que la teoría de que nos habían presentado fue abolida de un plumazo.
- Bien, lo veo justo. Me llamo Josh, soy de King George, que está a unos cien kilómetros al norte de Richmond. Estudio Contabilidad y en mis ratos libres escucho música, juego a baloncesto y leo un poco. Ahora estoy buscando trabajo por la ciudad de lo que sea.
- Vaya –dijo sorprendida- menuda presentación. No sé si podré igualarla.
- Con saber tu nombre me conformo.
- Bien, me llamo Gwen, vivo en Dinwiddie, y espero que este sea mi último año allí. En mis ratos libres me gusta hacer prácticamente lo mismo que a ti, cambiando el baloncesto por tocar la guitarra- dijo sonriendo.
Después de aquello hablamos durante una hora sobre nuestros gustos, nuestras vidas y todo aquello que surgiera, y la verdad es que la charla estuvo bien, pero antes de seguir debo confesar algo. Durante todo el rato, lo que más deseaba era acariciarla, abrazarla, besarla, sentir su piel, y en fin, tenerla lo más cerca posible. Reprimir aquello –tenía que hacerlo porque era la primera vez que charlaba con ella en plenas condiciones psicológicas- fue lo más complicado que había tenido que hacer hasta ese momento, ya que horas después tuve que dejarla marchar sin realizar ninguna de aquellas cosas que deseaba.
En King George había chicas guapas, pero ninguna como aquella, en realidad, creo que en aquél momento no había ninguna chica más para mí, ni guapa ni fea. Simplemente no existían más mujeres.
Durante los días siguientes seguimos conociéndonos mediante mensajes de móvil y correos electrónicos. Hasta que llegamos a la conclusión de que debíamos salir los dos solos algún día, y ese día llegó, pero no como lo habíamos imaginado.
Aquí podría decirse que termina el capítulo en el que nos conocimos.
ESTÁS LEYENDO
SIN SALIDA
RomanceEn primer lugar quiero pedir perdón por el diseño de la portada. La he hecho yo mismo y no cuento con los medios técnicos (he cortado y pegado imágenes en el paint) ni humanos (soy malísimo con la informática, y dibujando ya ni hablemos) adecuados p...