CAPÍTULO 9

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Domingo, 30 de diciembre de 2011.

Querida Anna, en realidad no sé si lo correcto sería decir que es lunes, porque vamos en el avión de vuelta, que salió a las diez de la noche de Los Ángeles, y han pasado unas tres horas ya. En fin, lo que importa es que estos dos días han sido muy intensos y tenía que escribirte.

El sábado por la mañana busqué a Richard muy temprano para explicarle que Beth había dormido en mi habitación porque estaba muy triste por haber fallado el tiro decisivo y buscó refugio en la familia. Tuve que contarle eso para que no la castigara por haber salido de la habitación en horas prohibidas. Richard no sospechó nada más.

Aunque lo importante de verdad ha ocurrido hoy -o sea, en la mañana del domingo- empezaré por contarte lo que ocurrió ayer sábado.

Ganamos los dos partidos del sábado y pasamos a semifinales, tal y como había vaticinado Beth, así que esa noche lo celebramos un poco, y digo un poco porque al día siguiente teníamos que madrugar para jugar la semifinal contra uno de los equipos más potentes del panorama nacional.

Cuando nos marchábamos a dormir Beth se las ingenió para que subiéramos solos en el mismo ascensor –a veces me asusta lo calculadora que puede llegar a ser, es una especie de inteligencia inconsciente que usa para conseguir todo lo que quiere-, y una vez allí:

-Aunque solo tenemos unos segundos ¿podría abrazarte?- la miré y afirmé con una sonrisa. Me atrapó entre sus brazos y casi me corta la respiración.

-¿Cómo es posible que te queden tantas fuerzas después de jugar dos partidos? –dije con la voz forzada y le devolví el abrazo.

-Para abrazarte a ti siempre hay fuerzas –después de decir aquello aflojó un poco- cuando ganamos el último partido pensé que no podría reprimir la alegría al verte, por suerte no te vi hasta que pasaron unos minutos, en ese momento ya me había calmado pensando que ya te daría tu merecido después –solté una carcajada- y aquí estás –volvió a apretar con más fuerza.

Abrazar a tus compañeros o compañeras cuando se consigue una victoria importante es normal, pero los entrenadores somos unas personas muy amargadas en ese sentido, pues cuando un partido acaba con derrota nos quedamos pensando durante toda la noche en los errores, mientras que después de una victoria nuestra mente empieza a pensar automáticamente en el siguiente partido.

De esa forma, cuando el partido acabó, Richard y yo nos abrazamos escuetamente, saludamos a los miembros del otro equipo y nos marchamos al vestuario. De ahí las palabras de Beth.

-Me alegro de verte tan feliz –le dije separándola de mí –ahora toca descansar para mañana- le cogí la cabeza y justo antes de que la puerta del ascensor se abriera le di un beso en la frente. Ella sonrió y después salimos disimulando.

Caminamos juntos por el pasillo hasta que ella llegó a la puerta de su habitación.

-Hasta mañana –le dije.

-Buenas noches –me respondió ella. Después me obsequió con una de sus mejores sonrisas.

Y esa sonrisa me la llevé hasta la cama, donde dormí abrazado a ella.

Los partidos de baloncesto no te los comento más de lo necesario porque sé que no te gusta mucho.

Por la mañana desayunamos en el hotel y nos marchamos al estadio. Todos estábamos muy felices, era como si fuéramos a recoger un premio, y es que en cierto modo llegar hasta las semifinales era un premio. Pasar a la final ya no nos importaba, aunque todos soñábamos con ello.

SIN SALIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora