07

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–Te ves terrible, Gulf.

Gulf levantó la vista de la taza de té que estaba sosteniendo. Su madre lo miraba especulativamente.

Ella ciertamente no se veía terrible. Como de costumbre, ni un cabello estaba fuera de lugar, su larga melena negra perfectamente peinada.

–No he dormido bien –admitió Gulf. Había pensado en las palabras de Saint toda la noche. No había llegado a ninguna determinación, y su propia indecisión lo frustraba.

–No me sorprende –dijo Nam, dedicando una mirada penetrante a su marido sentado al otro extremo de la mesa–. Tu padre no entiende que todavía eres un hombre joven que necesita un horario normal de trabajo y descanso…

–No lo mimes, Nam –Somchai Kanawut dijo con frialdad, sin levantar la vista de su periódico–. Difícilmente es un niño. Tiene veintidós años, y es momento de que asuma alguna responsabilidad en los negocios de la familia.

–Si conocieras a tu hijo en lo absoluto, sabrías que no está interesado en el negocio familiar – Nam replicó.

–Es un Kanawut –dijo Somchai.

–Y lo lamento cada día –murmuró Nam lo suficientemente alto como para que Somchai la escuchara.

Somchai solo levantó una canosa ceja, sus afilados ojos haciendo una pausa en su esposa antes de establecerse en su hijo. Gulf se enderezó en su silla. Somchai no dijo nada por un momento, sólo observándolo en silencio.

–Gulf, estaré en reuniones de la Orden hasta la tarde– dijo al fin–. Estoy seguro de que puedes manejar la reunión con Sorn Metawin sin mí.

Gulf intentó y fracasó en reprimir una mueca. Las negociaciones comerciales nunca fueron su punto fuerte, y Sorn Metawin, el multimillonario dueño de las Industrias Metawin, no era un hombre fácil de tratar.

Nam dijo:

–No pongas esa cara, querido. Tendrás arrugas prematuramente –volteando hacia Somchai, arremetió–. No puedes decirlo en serio. Ese hombre es un criminal. Gulf no debería tener que lidiar solo con él.

Generalmente Gulf odiaba los cuidados despóticos de su madre, pero esta vez les daba la bienvenida. No tenía el estado de ánimo para enfrentar a Sorn Metawin ahora.

Sin embargo, Somchai no se dejó intimidar.

–Gulf debe aprender a lidiar con esa clase de hombres sin tenerme sosteniendo su mano. Además, Gulf es amigo de su hijo. Eso debería hacer todo más fácil.

Nam rio.

–Eso demuestra lo despistado que eres. Win es un chico dulce, pero se parece muy poco al criminal de su padre.

–Metawin no es un criminal. Es uno de los hombres más prominentes de Europa.
Bárbara resopló.

–Tiene negocios con la mafia italiana y rusa. Todos lo saben.

–Hasta que se demuestre lo contrario, solo es un rumor malicioso –dijo Somchai–. Y deja de interferir en los asuntos de negocios. Ellos no te conciernen.

–Todo concerniente a mi hijo me concierne.

–Estoy seguro de que Gulf no estará de acuerdo con eso. ¿Gulf?

–Sí, dulzura, dile a tu padre que tu madre tiene razón.

Gulf deseaba poder taparse las orejas con las manos y pretender que esto no estaba sucediendo.

Miró de un padre al otro. Sintiendo desasosiego, comprendió que ya no sentían absolutamente ningún afecto uno por otro. Solían hacerlo; pero ahora ya no quedaba nada, salvo hostilidad y amargura.

No quería ser como ellos.

No quería convertirse en ellos.

–Me tengo que ir –dijo Gulf, y se paró.

Ignorando a sus padres, salió de la habitación -salió de la casa- y se metió en su automóvil.

Sabía que era el día libre de Mew. Probablemente aún estaría en casa de Zee, tal vez incluso dormido. No era lo ideal, pero no podía esperar más. Si lo hiciera, podría perder los nervios.

Quizás la verdad destruiría su amistad. Tal vez. Probablemente. Pero seguía siendo mejor que imitar el ejemplo de sus padres y convertirse en una persona amargada viviendo una mentira.

No podría. No lo haría.

Mejores amigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora