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Gulf no estaba seguro de cuándo había empezado exactamente –cuando se había enamorado de su mejor amigo.

No podía recordar que no lo amara. Incluso cuando eran niños, había sufrido un severo caso de amor-de-cachorro-faldero: Mew era el primer amigo real que había hecho por su cuenta, el único que no estaba impresionado por la familia de Gulf y le gustaba por sí mismo, Gulf. Mew era todo lo que él no era: audaz e insistente, imprudente y decidido. Pero a medida que pasaron los años y crecieron, el amor-de-cachorro-faldero de Gulf se convirtió en algo más. Algo que no estaba destinado a ser.

Sus primeros años de adolescencia habían sido confusos como el infierno, porque no podía entender que era lo que deseaba de Mew cada vez que lo tocaba. Por entonces todavía pensaba que su amor por Mew era fraternal, pero volverse estúpido cada vez que Mew pasaba un brazo alrededor de sus hombros y lo acercaba, no era algo que un hermano sentiría. Un hermano no se masturbaría pensando en la boca y las manos de Mew en él. Un hermano no se sentiría enfermo de amor cuando Mew le sonreía. Había sido embarazoso. Había sido mortificante. Había sido horrible, porque sabía que Mew no se sentía de la misma forma. El afecto de Mew por él era simple, amistoso y fraternal. Incluso a los trece, Mew ya tenía novia.

Mew era recto como una flecha*. Si Mew descubriera lo que Gulf deseaba, probablemente se sentiría raro e incómodo.

[Se usa el término “straight” que en inglés significa tanto recto/derecho (de ahí la metáfora de la flecha) como heterosexual. En la frase se refiere a los 2 significados.]

A los trece, Gulf todavía esperaba que esos sentimientos e impulsos inapropiados se le pasaran en unos meses.

A los veintidós, ya no le quedaban más esperanzas.

Había creído que lo estaba llevando lo suficientemente bien. Sin embargo, al ver a Mew con Janne, verlo cómo la miraba, martilló el último clavo en el ataúd de sus estúpidas e irracionales esperanzas. Mew la amaba.

Incluso si Mew no se enamoraba de ella, nunca querría a Gulf de esa forma. Mew nunca le correspondería su amor. Por muy arraigado que estuviera este amor, era unilateral y siempre lo sería. Necesitaba aceptarlo y tratar de superarlo. No todo amor era correspondido; Esa era la cruel realidad.

El teléfono zumbó en su bolsillo, haciéndolo estremecerse.
Gulf lo sacó.

Tenía un mensaje nuevo de Mew.

“Lo lamento por Janne. Quería pasar el rato solo contigo. Ha pasado mucho tiempo.”
Lo había pasado. Desde que se graduaron y consiguieron empleos de jornada completa, desde que Janne entró en la vida de Mew, el tiempo que pasaban juntos había ido disminuyendo rápidamente. Eso lo asustó.

¿Se estaban distanciando?

Parte de él le dijo que era algo bueno. Si dejaran de vivir en los bolsillos del otro, sería más fácil para él seguir adelante.

Excepto... excepto que no quería seguir adelante. No sabía qué clase de persona sería sin Mew. Estaba jodido, pero era la verdad. Este amor, por desesperante y doloroso que fuera, había sido parte suya por demasiado tiempo. Era parte de lo que lo hacía ser Gulf Kanawut. Gulf no sabía quién sería sin él.

“Veámonos mañana”, le contestó el mensaje.

Recibió una respuesta casi instantáneamente, lo que le hizo sonreír. Sí, era así de patético.

“Estaré en la casa. El clima sigue siendo bueno. Trae tu traje de baño. Podemos pasar el rato en la piscina.”

La casa a la que Mew se refería era su casa familiar, o, mejor dicho, la casa de su hermano mayor.

Mew se había mudado de allí hace unos años y había conseguido un sitio propio, pero como el trabajo de Mew quedaba cerca de la casa de Zee, vivía la mitad del tiempo en lo de Zee por conveniencia.

A Gulf no le importaba pasar el rato allí, había estado allí cientos de veces a lo largo de los años y le gustaba Zee.

“O puedes usar el mío”, Mew envió antes de que pudiera responderle.

“Eres asqueroso”, Gulf respondió.

“Me amas”, Mew le contestó.

Gulf cerró los ojos mientras que la familiar sensación agridulce llenaba su pecho.

–Te amo –susurró, porque a veces el impulso de decirlo se hacía demasiado fuerte. A veces necesitaba decirlo, aunque no hubiera nadie para escucharlo.

Incluso si no hubiera nadie para decírselo a él.

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