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Janne quería tomar las cosas con calma y no precipitarse en una relación de nuevo. Quería recomponer la confianza entre ellos.

Mew lo entendió.

Y en el fondo, no podía negar que se sentía algo aliviado.

* * * * *

No tenían sexo. No se besan. Tenían citas amistosas.

Muchas veces, veían películas. Se sentaban uno junto al otro, con los ojos pegados a la TV, sus cuerpos apenas separados. Debería haberse sentido cómodo, pero no lo hacía. Un mes atrás, él habría tomado su mano. Un mes atrás, ella habría puesto la cabeza en su hombro. Ahora, había algo raro en el aire, algo duro y roto.

Una tarde, lo intentó de todos modos. Le temó la mano.

Sus dedos eran delgados y delicados.

Cuatro minutos después, la soltó y enroscó la mano sobre el muslo.

Se aclaró la garganta y dijo.

–¿Quieres un trago?

–No –dijo Janne, con un tono muy neutro–. Y tú no deberías, tampoco.

Su mandíbula se tensó. Él no dijo nada.

Apenas se miraron entre sí por el resto de la noche.

Después de que ella finalmente se fuera, cogió una cerveza de la heladera, se tiró en el sofá y llevó la botella a sus labios.

* * * * *

Tres semanas ya en el nuevo año, Janne lo besó.

Sus labios eran suaves y familiares. Poniendo una mano en su nuca, Mew le devolvió el beso. Cuando enterró su lengua profundamente en su boca, ella no se estremeció. Ella no se inclinó hacia el contacto como si estuviera hambrienta por él. Ella no hizo un ruidito por el simple roce de su pulgar contra su oído.

Cuando él se retiró, sus ojos no estaban vidriosos con descarado deseo. Sólo estaba algo falta de aliento.

Mew la miró y se preguntó qué carajos estaba mal con él.

Janne suspiró.

–Sí, me lo imaginaba –se veía resignada y algo triste–. Creo que está bastante claro que no tiene sentido que volvamos a estar juntos.

Mew se apoyó en el sofá y se frotó la frente. Tenía un jodido dolor de cabeza. Quizás no debería haber bebido tanto en la fiesta de Gary. Por lo general le tomaba mucho conseguir una resaca.

–Ni siquiera pareces sorprendido –dijo Janne–. Podría por lo menos haber pretendido estar sorprendido.

–He sido un idiota por semanas, Janne –dijo–. Si yo fuera tú, no me querría, tampoco.

–No eres un idiota –dijo Janne–. Pero no eres el hombre del que me enamoré. Ya no –Ella sacudió la cabeza–. Ya me rompiste el corazón una vez y no me diste ninguna explicación. Aun así, te di una segunda oportunidad, pero ya casi pasó un mes y no veo entusiasmo en ti. Es como si esperaras que funcionemos sin ningún esfuerzo de tu parte. Como si yo no valiera el esfuerzo. Como si yo fuera fácil.

–No creo que seas fácil–. Su voz se suavizó.

–No estoy ciega, sabes. Tu corazón no está en ello. Nosotras las mujeres podemos sentir estas cosas. A veces estás tan frío e insensible que es difícil de creer que seas el mismo hombre relajado y atento del que me enamoré. No recuerdo la última vez que sonreíste. Fumas demasiado. Bebes demasiado. No es saludable, Mew –Ella frunció el ceño, sus cejas reuniéndose–. Siento… siento una oscuridad en ti, algo que no estaba antes. Es como si algo se hubiera chupado tu luz. Tus ojos ahora son más duros. Me asusta a veces.

Suspirando, Mew se pasó una mano por la cara, sus hombros encorvándose. Volvió a pensar en el último mes. Sí, podía ver hacia dónde apuntaba ella. Cuando no estaba apático, tenía poco control de su temperamento en estos días. Estaba irritable en un buen día y peor que eso en los días malos, y últimamente los días malos superaban ampliamente a los buenos. Carajo, ayer él y Nik habían llegado a las manos después de alguna observación inofensiva que hizo Nik.

–¿Qué te pasa? –preguntó Janne en voz baja, tocando su hombro. Ella olía a flores– Dime qué está mal.

Mew casi sonrió. Todo el mundo a su alrededor parecía pensar que había algo mal en él: sus hermanos, sus colegas, sus amigos, y ahora Janne. La verdad era, que no estaba seguro de que hubiera algo mal en él. Estaba empezando a sospechar que este era su verdadero ser. Quizás nació un capullo y Gulf lo había hecho más suave. Mew se estremeció un poco cuando el mero pensamiento de Gulf trajo consigo un aluvión de pensamientos y sentimientos conflictivos que prefería no examinar muy de cerca.

–¿Es sobre Gulf? –dijo Janne, con voz cuidadosa–. No lo he visto cerca en absoluto. ¿Has tenido una pelea con él?

–No hablemos de él –tomó su mano en la suya, tratando de suavizar la voz–. Estábamos hablando de nosotros.

Ella le sonrió, sus ojos destellando tristeza.

–No hay un nosotros, Mew. ¿No te has dado cuenta ya? Dicen que el verdadero amor puede sobrevivir lo que sea que le arroje la vida. Tal vez el nuestro no era tan fuerte.

La miró y se sintió... para nada tan afectado como habría esperado estar. Cuando había roto con ella un mes y medio atrás, había tenido que emborracharse para aliviar el dolor. Ahora sólo había una sensación agridulce sobre lo que podrían haber sido… y nada más.

–Lo siento –dijo, poniendo una mano en su mejilla y apoyándose para rozar sus labios contra los suyos castamente.

-Lo sé –dijo ella–. ¿Y sabes qué? Pese a que no funcionó, me alegro de que me hayas pedido una segunda oportunidad. Ello finalmente me dio el cierre que necesitaba. Ya no estoy tan triste como lo estuve cuando rompiste conmigo. Puedo seguir adelante ahora –Ella le dio un beso en la mejilla–. ¿Amigos?

Mirando su hermoso rostro, Mew sabía que ella tenía razón: las últimas semanas le habían dado el cierre que necesitaba él también. Al menos en lo que refería a ella.

–Amigos –dijo, abrazándola. Ella olía familiar, pero su olor no lo hacía sentir mareado de placer. No quería acariciarla y respirar en ella hasta que sintiera como si deseara tragársela. Ella no olía como el hogar.

Ella no olía como suya.

Pero, de nuevo, ella nunca lo había sido.

Mejores amigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora