Nuevamente, era lo mismo con Billy, desaparecía por unos días y luego daba señales de vida. Steve no lo entendía, tal vez se había asustado, tal vez no estaba interesado en él, tal vez solo buscaba follarlo y ya o tal vez solo quería escandalizar por todo el pueblo que el gran Steve Harrington era un maricón.
Steve ni siquiera sabía cual era su sexualidad, estaba confundido. Billy lo tenía de esta forma. El rubio tenía su devoción pero, hombre, a veces podía odiarlo.
Steve venía de su trabajo, era viernes nuevamente, estaba cansando como siempre. Nuevamente buscaría algo que hacer en casa hasta cansarse completamente y quedarse dormido. Estaba quitándose el uniforme del trabajo cuando el teléfono sonó.
-Harrington habla -habló con el teléfono en el oído, moviendo su pie desesperadamente en el suelo, esperando una respuesta.
-Veámonos en la cantera en diez minutos -escuchó al voz de Billy al otro lado.
Todos sus sentidos se activaron de inmediato, su corazón palpitó como loco y odiaba esa sensación, quería golpearse así mismo.
-¿Billy? -interrogó confundido y emocionado a la misma vez.
En la otra línea colgaron el teléfono. Steve hizo una mueca de desagrado. No sabía de qué hablaba Billy.
Steve estaba exhausto, exhausto del rubio y todas sus artimañas. Exhausto de estar confuso, de no ser saber si llamarlo su novio, su amante, su amigo o su enemigo. Exhausto de tener que golpearse el uno al otro para poder tener una jodida conversación. Exhausto de que ninguno de los dos tuviera las pelotas para encarar por la situación que estaban pasando.
Necesitaba descansar todo aquello que le envenenaba el alma.
Se subió a su auto conduciendo hacia la cantera, prometiéndose a sí mismo que esta sería la última vez que accedería a los juegos de Billy. Él no estaba en la secundaria, no debían por qué actuar como dos críos.
¿Por qué se les hacía tan difícil tener una maldita conversación?
Steve iba preparando en su mente todas las cosas que le diría al californiano. Tenía un discurso de puta madre pero cuando se bajó del auto y vio el cuerpo fornido, la cabellera rubia y aquellos ojos azules bajo la luz de la luna se quedó mudo.
-Me alegra que hayas venido.
Billy se fue acercando a él y Steve se quedó allí, inmóvil, sin palabras.
No le dijo nada, porque... ¿Qué se le dice a alguien que se va, y te deja el corazón tan desordenado? No habían palabras adecuadas para ello.
-¿No estás feliz de verme, chico bonito? -preguntó con una sonrisa ladina y Steve salió del trance en el que estaba.
-Oh, sí, sí. ¿Por qué querías verme? -trató de articular sus palabras sin sonar como un perdedor.
-¿Quieres beber conmigo?
Steve hizo una mueca de perplejidad.
¡Le ignora por casi una maldita semana y luego le llama por la noche para invitarle unas cervezas!
Se giró por un momento a ver hacia la dirección del auto de Billy. Había una manta, con una caja de cervezas encima de ella.
-Esto no es una cita, ¿verdad? -bromeó el castaño, haciendo enloquecer al rubio.
-¿Qué? ¡NO! -exclamó mientras negaba rotundamente- Joder no. Esto no es una maldita cita, ¿ok?
-Por supuesto que no lo es, Billy.
Steve rodó los ojos, mientras trataba de suprimir una risa y caminaba hacia donde estaba la manta con las cervezas. Seguidamente, se sentó y sintió como Billy hacia lo mismo. El ojiazul le destapó una cerveza y se la dio, destapó una para sí mismo y tomó un sorbo de ella.