XI

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Tres semanas, habían pasado tres semanas y eran raras las personas que sabían del paradero de Steve Harrington.

Se había reportado como enfermo en el trabajo y le habían dado vacaciones hasta que se repusiera para trabajar de nuevo, ventajas de que sus padres fueran ricos, conocían a todo el pueblo, le hacían favores fácilmente.

El de piel pálida no había dejado que el sol le viera o el aire fresco tocara su piel. Había estado durante todo ese tiempo en su gran casa, completamente solo.

No había visto a los niños, no había visto a Robin y mucho menos a Billy. Estaba teniendo un colapso emocional y ver al de ojos azules solo iba a empeorar más su salud mental.
Hargrove le había hecho trizas el corazón, aquella velada lo había ilusionado, había llenado de expectativas su cabeza para luego destruirlas enfrente de él.

Se sentía el perdedor más grande de la historia, era un maricón y un perdedor, ¿qué podría ser peor?

Steve no salía de su cama, pasaba ahí la mayoría del tiempo, mirando hacia la ventana, como que si esperara que algo se asomara y cambiara todo, pero lo único que observaba era como la noche caía y el amanecer llegaba.
Así que estaba nuevamente mirando hacia su ventana, la noche estaba de nuevo en el paisaje, la luz de la luna se reflejaba en su rostro con ojeras cuando el teléfono de su casa volvía a sonar como todos los días desde que se había vuelto un ermitaño depresivo.

No había contestado ni una sola llamada, solamente la de sus jefes cuando le preguntaron porque no se había aparecido en la heladería. Estaba seguro de que Dustin había hecho más de cien llamadas durante esa semana, Robin también probablemente, aunque la chica no lo dijera en voz alta, sabía que se preocupaba por él.

Esto era lo que hacía, dejaba que el teléfono sonara hasta que se cansaran de llamar, y le estaba funcionado tan bien. Pero cuando el timbre de su casa empezó a sonar como loco lo estaba cabreando, le estaba irritando. Nunca le había gustado el sonido que tenía el timbre de su casa, desde que era niño, odiaba que tocaran el timbre tantas veces, como lo estaban haciendo ahora.

Era alguno de los niños seguramente, más probable que fuera Mike, le gustaba ser un dolor en el culo. Pero no le daría el gusto, oh no. Iba a ser su mejor intento de hacer sus oídos sordos hasta que se cansara de tocar el timbre.

Ya llevaba así como tres minutos, tocando el timbre una y otra vez. Le estaba colmando la paciencia, se le estaba haciendo imposible poder ignorar aquel molesto ruido hasta que no puedo más. Se levantó re furioso y se dirigió hacia la puerta.

Al fin le daría la cara al mundo, iba a abrir su puerta y decirle a esos mocosos que lo dejaran en paz. Iba a mostrarse cabreado para así asustarlos y que se fueran.

Esperaba que no estuviera Max con los niños, no quería que Billy supiera algo de él.

Billy, Billy, Billy... le gustaba saborear ese nombre en su boca.

El timbre seguía sonando como nunca, razón por la cual abrió la puerta sin pensarlo, súper molesto.

-Hey.

Había olvidado lo frío que era el aire de Hawkins por las noches, aquella brisa le pegaba en su rostro como nunca lo había hecho antes. Su sangre empezaba a calentarse y sus piernas a temblar.

Orbes cafés se conectaron con ojos azules y aquella corriente eléctrica recorría su cuerpo nuevamente.

Rizos rubios, chaqueta de cuero, pantalones apretados, camisa entreabierta y rosas en su mano lo estaba haciendo arrepentirse de no haberle hecho caso omiso a ese jodido timbre.

Billy era dos cosas, un encanto y un hijo de puta.

No había mejor definición.

-Demonios, me alegra saber que no estas muerto.

RIBS [Harringrove]Where stories live. Discover now