La segunda vez que lo vio también fue gracias a Alfonso.
Estaban todos en su casa, tomando mate, nada muy serio. Lo cual agradecía, porque aunque le gustaban las fiestas no soportaba estar rodeado de mucha gente.
Él lo saludó, se acordó de su nombre, le sonrió. Mirko sonrió también.
—¿Vos eras Joaco, no?
—Sí, o Yaco, me dicen Yaco —respondió, terminando de masticar un bizcocho—. ¿Y estudiás algo?
—Me gustaría, pero no. Estoy trabajando con mi viejo, tiene un negocio de discos y cosas así.
Él asintió.
Otra vez se habían quedado sin nada de qué hablar, y como los demás estaban muy entretenidos haciendo algo en la cocina, solo pudieron mirarse en silencio unos segundos.
Mirko intentaba internamente no sentirlo tan incómodo, tal vez si no mostraba esa sensación no se volvería realidad.
Pero era difícil, y en seguida se encontró pensando algo de lo que hablar.
—¿Vos de dónde conocés a Alfonso?
—Creo que por otros amigos, más que nada. Una vez se vino a hacer un tatuaje conmigo y hablamos una banda. ¿Y vos?
—Somos amigos de la secundaria. Igual que con Julio.
Justo cuando lo nombró, el chico apareció en la puerta y señaló a Yaco.
—Vos. Te llama Vini —le dijo.
—Uh, ¿qué hicieron ahora? —protestó él mientras se levantaba del sillón.
Un momento después, Mirko estaba solo en el living.
No habría sido la mejor conversación del universo, ni la más productiva ni la más interesante, pero Yaco lo saludó, se acordó de su nombre, le sonrió.
Eso fue suficiente para que la segunda vez que lo viera, sintiera algo más que indiferencia.
La segunda vez que lo vio, le cayó bien.