Serían las cuatro de la tarde cuando Alfonso entró al local con una sonrisa, que tal vez a primera vista no parecía forzada.
—¡Saqué un nueve! —dijo sin preámbulo—. ¡Mirko, saqué un nueve! ¡Aprobé la materia!
Él dejó el ramo que estaba armando con las últimas flores en un jarrón de vidrio, sonriendo al ver a su amigo aparentemente entusiamado, pero también porque al fin había ordenado el desastre de pétalos que solía ser la tienda desde hacía ya un tiempo.
—Un año más sin ser cartonero —respondió—. Te felicito.
Esperaba que Alfonso siguiera hablando sobre el examen o cualquier cosa relacionada, pero lo desconcertó ver su sonrisa desvanecerse tan rápido como él había llegado.
—Quería preguntarte algo... —empezó con cuidado, con miedo incluso.
—¿Qué cosa? —Mirko habló con normalidad, no estaba seguro de si el cambio en el ambiente había sido idea suya o realmente su amigo no estaba teniendo el mejor de los días.
—¿De casualidad podrás...? —dudó, y empezó de nuevo—. ¿De casualidad podré quedarme en tu casa unos días? No sé cuántos, pero no creo que llegue a ser una semana.
Mirko no quería sonar como un metido pero tampoco como un mal amigo, y de todos modos le pareció normal preguntar la razón de que alguien necesite tan de repente un lugar donde dormir por varios días. Además de que para ese momento ya tenía claro que algo malo estaba pasando.
—Supongo que sí, ¿por? —dijo, no dándole muchas vueltas.
Alfonso había cambiado la cara por completo. Si desde que llegó daba indicios de no estar de buen humor, ahora lo dejaba ver sin lugar a dudas. Hizo un silencio largo antes de responder, y Mirko, que lo conocía bien, pudo darse cuenta de que estaba reprimiendo alguna lágrima.
—Mis viejos se enteraron —dijo muy rápido, casi incomprensible—. Bueno, tampoco había mucho de lo que enterarse, literalmente nunca hablamos del tema así que no hay nada oficial, pero me vieron con Juli y como que... —se trabó a mitad de la idea y otra vez el ambiente quedó en silencio. Recién siguió cuando se aseguró de que no estaba por llorar—. Me peleé bastante mal con ellos, y me da cosa volver. Y tampoco quiero irme a lo de Juli cuando acabo de discutir con mi familia por ese tema.
Mirko no supo que decir. Sí, obvio que podía quedarse en su casa. Alfonso era su amigo y lo bancaría hasta la muerte, sobre todo en una situación difícil. Pero también sentía que ese golpe seco que era pelearse con su familia había sido necesario, ya que lamentablemente era la única forma de que su amigo reconociera que había algún problema que estaba ignorando.
—Mirá, entiendo lo que decís, pero me parece que quedarte en lo de Julio no es tan mala idea. —Antes de que pudiera entenderse mal, agregó—: Por mí podés venir a mi casa cuando quieras y el tiempo que quieras, pero me parece que si no aceptás que tenés algo sin resolver y enfrentás a tus viejos, vas a vivir escapando de vos mismo.
Alfonso lo miraba como si le estuviera explicando las propiedades químicas del aluminio. Aunque parecía interesado y ya no estaba al borde del llanto, su expresión era de total sorpresa, de alguien que escucha una idea en que nunca se le había ocurrido pensar antes.
—Es lógico que no quieras volver a tu casa unos días, pero ¿por qué no irías con él? Prácticamente ya viven juntos desde hace como un mes, cambiar eso solo prueba que hay algo que ocultar, ¿o no?
Mirko se sorprendió de lo fácil que le era hablar con seguridad de ese tema. Pero no había sufrido burlas y agresiones durante toda la secundaria para nada. Por lo menos tuvo la suerte de que su papá, con quien vivía desde que tenía memoria, lo aceptó sin problema y siempre le aseguró que con quién salía no cambiaba nada de él como persona.
Pero la mayoría de sus compañeros no pensaban de la misma manera, y su grupo de amigos con Julio y Alfonso tuvo que soportar ser el de "los raritos" hasta el día en que se graduaron y no tuvieron que ver a nadie nunca más.
Él más o menos lo aguantaba, y admiraba como a Julio directamente no le afectaba nada, pero Alfonso, tal vez porque sabía que sus familiares también lo juzgarían por lo mismo, se esforzaba en exceso por aparentar ser tan heterosexual y normal como los demás.
Pero ya no estaba en la secundaria, y si su familia no lo aceptaba como era tenía todo lo necesario para mandarlos a la mierda.
Por fin, Alfonso habló.
—Bueno. Tenés razón. —Dio los dos pasos que lo separaban del mostrador y sacó del jarrón de vidrio que Mirko estaba armando una flor grande, de pétalos largos y naranjas—. Deseame suerte —dijo, y esbozó un asomo de una sonrisa, esta vez genuina, antes de retirarse de la tienda.