Resultó que la llamada era una invitación a juntarse el sábado siguiente, cosa que sucedió, y fue mucho más grande de lo que al principio era la intención.
Para empezar, los invitados originalmente eran un grupo reducido, pero terminaron llegando amigos de amigos y gente con sus parejas y alguno con un hermano y como Vicente tenía una casa grande, nadie se fijó hasta que fue muy obvio el poco espacio que quedaba.
Después, la cantidad (y variedad) de alcohol que habían pensado llevar se había casi triplicado y, como era de esperar en una situación así, no tardó en aparecer alguno con un porro o algo similar.
Sumado a todo eso, la duración planeada había sido unas horas, una comida, una charla, algo dulce y un cierre antes de la madrugada. De más está decir que para las dos de la mañana recién estaban empezando a subirle el volumen a la música.
Desde el momento en que vio aparecer a Yaco al lado de una chica, Mirko se dio cuenta de que ya no tenía tantas ganas de estar ahí. Como si no fuera suficiente sentirse de más en su único grupo de amigos. Y Julio y Alfonso hacían de todo para incluirlo, pero pasado el rato era obvio que tenían mucho más de qué hablar ellos dos.
Así que terminó sentado con Joaquín y su novia, que como ya eran una pareja formada por lo menos no intentaban disimular que Mirko era el mal tercio.
Después de otro rato sintiéndose solo, se quedó verdaderamente solo por fin y fue a sentarse en la cocina, rodeado de papas fritas y mezclas raras de bebidas alcohólicas. Algo lo incomodaba profundamente, algo que no lograba describir, y antes que intentarlo prefirió matar el tiempo probando esas mezclas raras hasta que alguien se ofreciera a llevarlo a su casa.
Pero las horas pasaron y él pasó de estar solo en la cocina a rodeado de su grupo habitual, jugando a algo que solo implicaba tomar más y pensarlo menos.
Escuchó su nombre y miró a su alrededor. Por alguna razón, ese momento quedó grabado en su memoria hasta después de despertarse al día siguiente.
Al primero que miró fue a Vini, porque pudo asociar con él la voz que lo había llamado. Después de eso, como en cámara lenta, recorrió la imagen en frente suyo: Vicente lo miraba con una sonrisa, a punto de decirle algo, mientras terminaba el último trago de su vaso. Julio también lo miraba a él pero un codazo exagerado de Alfonso captaba su atención, y los dos empezaban a reírse descontroladamente de algo. Demián, que por alguna razón estaba ahí, sostenía un cigarrillo en una mano mientras se concentraba en la pantalla de su teléfono. Un poco más a la derecha, Yaco tomaba de un vaso de algo, con el otro brazo sobre los hombros de la chica. Oriana, o algo así. Ese era su nombre.
Ahí terminaba su recorrido, y ahí se quedaba atascado. En los ojos de Yaco, la mitad inferior de su cara tapada por el vaso, su campera negra, sus piernas cruzadas y su brazo alrededor de otra persona, que sonaba tan ajena cuando se reía, tan lejana.
Todo se volvió lejano cuando Mirko se despertó al día siguiente, dándose cuenta de que había tomado hasta olvidarse cuánto había tomado, y la única imagen que se negaba a dejar de repetirse en su mente era la de Yaco.