Aburrido, miraba la pared pintada de la casa de Julio. Una mujer a la izquierda, delante de un árbol donde se enroscaba una serpiente, a la derecha un hombre con un árbol de hojas simples atrás, sobre ellos, surgiendo desde una nube, algún tipo de ángel con las manos elevadas directamente abajo del sol.
Una carta de Tarot, o alguna de esas cosas hippies que hacía él.
Admitía que era sorprendente lo bien replicado que estaba el dibujo, pero Alfonso se estaba pasando. Debía hacer más de media hora que hablaban del tema y no dejaba de elogiar las capacidades artísticas de su amigo, al punto en el que Mirko ya se estaba quedando afuera de la conversación a medida que pasaban los minutos.
Lo más disimuladamente que pudo, se levantó del sillón y fue a agarrar su celular, que había dejado cargando en la habitación de la casa. No tenía sus auriculares, no tenía ningún mensaje sin leer, no tenía nada que hacer y no iba a volver al salón a escuchar a sus amigos tirarse onda sin descanso como si él no existiera.
Así que, contra todo juramento de ser una persona razonable que se hubiera hecho, solo le quedó revisar los libros de su amigo sobre astrología o medicina natural o lo que fuera. No es que fuera a entender mucho pero por lo menos tenían lindos dibujos.
Justo había llegado a una sección interesante del libro cuando escuchó sonar su celular.
—Hola, ¿Vini? —Atendió extrañado, casi nunca se llamaban con sus amigos, siempre se escribían si es que no estaban todos en casa de alguien.
—Hola, che, ¿de casualidad estás con Godo? —preguntó el chico, Mirko lo confirmó— ¿Le decís que me atienda el teléfono que estoy hace un año llamándolo?
Suspirando, se levantó y fue hacia el sillón donde había estado antes, su cerebro todavía no habiendo hecho la cuenta con la información que tenía y por lo tanto no concluyendo lo obvio. Incluso después de gritar el nombre de Alfonso un par de veces y no recibir respuesta seguía sin conectar los puntos.
Abrió sin cuidado la puerta corrediza que separaba el living del salón y entonces lo vio. De espaldas a él y absurdamente cerca de Julio, quien lo miraba fijo e inexpresivo, con sus anteojos en la mano, todavía a mitad del movimiento de dejarlos sobre la mesa.
Pero al escuchar el ruido y ver entrar a Mirko con un teléfono en la mano se apartó, suavemente, al contrario de Alfonso que se sobresaltó y miró hacia atrás con rapidez.
—Me hiciste re cagar del susto, estúpido —Se levantó de un salto, mientras recuperaba sus lentes de la mano ajena y volvía a ponérselos—. ¿Qué pasó?
—Que Vini te está llamando, pedazo de inútil —Mirko sonrió y volvió a exagerar los insultos.
—Y le hubieras dicho que espere, forro pelotudo —dijo, pero se acercó y agarró el celular de Mirko—. ¿Qué querés, idiota irremediable? —Siguió insultando, ahora con el otro lado de la llamada como objetivo, mientras salía de la habitación para poder hablar.
Julio no levantaba la mirada.
Mirko se sentó al lado de él y sacó cualquier tema de conversación, intentando dar por ignorado que su aparición obviamente había interrumpido algo.