XVII - La Estrella

39 2 2
                                    

Hacía tres días que no sabía nada de Yaco. También hacía tres días que no tosía una sola flor.

Como era un domingo y no tenía nada que hacer, decidió por primera vez poner un poco de orden en su cuarto, lo cual sería más fácil al no estar llenando todo de pétalos cada vez que pensaba que había avanzado en la limpieza. Miró con cierto cariño los ramos y jarrones que todavía quedaban, sorprendentemente había vendido la gran mayoría sin más publicidad que sus amigos. Tan solo con el tiempo parecía haberse enseñado a sí mismo a hacer arreglos florales, porque aún recordaba su desconcierto absoluto ese primer día al ver lo absurdo y surrealista de lo que le estaba pasando. De eso a conocer su condición y aprovecharla a su favor había un gran paso, pero lo había dado de manera tan natural que nunca notó que estaba pasando.

Como quien se quita un antojo y al día siguiente se olvida de que lo tuvo, se sentía tranquilo, feliz de volver a su vida normal, a pesar de que hasta hacía pocos días se estaba preparando mentalmente para la muerte. No estaba pensando en Yaco, tal vez sí era como un concepto que existía en alguna parte de su mente, pero no lo tenía presente, no lo recordaba cada vez que tosía, ya no le representaba una molestia.

Esa tarde pasó de la misma manera, despreocupada y tranquila. No tuvo contacto con sus amigos, casi ni se acordó de la existencia de un mundo exterior.

Deseó poder estar así toda la vida.

Y su deseo se reforzó al día siguiente, cuando el mundo exterior lo atropelló como un tren, y se preguntó si él mismo estaría evitando algo.

*

Julio escuchó a alguien golpear su puerta.

Sin embargo, cuando esta se abrió, Mirko se encontró frente a Alfonso. Levantó las cejas sorprendido, pero con una sorpresa positiva.

—Ah, sos rápido —le dijo, y él le sonrió con complicidad—. ¿Está Ojitos?

—Está arriba. —Alfonso puso los ojos en blanco con cariño, recordando cuando solía decirle así a Julio—. Andá —hizo pasar a su amigo, empujándolo por la nuca para recalcar la palabra.

Efectivamente, Julio estaba en el altillo escribiendo algo en la computadora, rodeado de ramos de flores que le había comprado a Mirko en su momento, siempre tan alegre de ayudar a sus amigos aunque fuera a sacar provecho financiero de un amor no correspondido.

Y de eso justamente venía a hablarle.

—Ah, hola, ¿cómo andás? —Saludó Julio.

Mirko tardó en responder, tal vez demasiado, porque notó la preocupación asomarse en la expresión de su amigo, pero decidió ir directo al punto.

—No sé. Pensé que se había solucionado, pero... —se detuvo, no sabía cómo decirlo—. Pero no cambió nada.

—¿Lo de Yaco? —Julio apoyó un brazo en el respaldo de su silla, girando a un costado para mirarlo.

Mirko miró hacia atrás y hacia el piso de abajo, de repente sintiendo miedo de que Alfonso escuchara, aunque probablemente ya supiera algo. Cuando volvió la cabeza solo asintió.

—Bueno, no sé mucho más al respecto de lo que te dije, la planta va a seguir creciendo salvo que...

—Sí, ya sé —Mirko lo interrumpió—. Pero pensé que me había curado. La noche del bar, cuado me fui temprano, él vino a mi casa. Pensé que estaba borracho pero no. Ni siquiera mencionó a su novia, estaba actuando raro, y de la nada me besó. —Inconscientemente bajó la voz, como quien cuenta algo vergonzoso—. No sabía que hacer. Obviamente lo besé también, pero no entendía nada. Y terminamos cojiendo. Al otro día no tenía más tos, y me duró hasta hoy.

Julio se quedó pensando. Antes de hablar fue a buscar un libro, ese que Mirko había leído sin querer, el que hablaba de la enfermedad de Hanahaki. Buscó la página y leyó por encima, parecía estar buscando algo en específico, y pareció no encontrarlo.

—Pensé que me había curado —repitió, lentamente dándose cuenta de lo que estaba pasando al decirlo en voz alta—. Pero es un amor no correspondido. No dejó de serlo. Nada significó nada.

Julio lo miró como se suele mirar a los enfermos terminales. Mirko sintió miedo.

—Existe otra cura, ¿sabés? —Dijo, cerrando el libro y dejándolo con cuidado sobre la mesa—. Una cirujía para sacarlas de raíz. Pero las flores nacen directamente de los sentimientos, si las sacan artificialmente lo más probable es que nunca vuelvas a tenerlos. Por nadie.

Mirko sintió que se le formaba un nudo en la garganta, y solo podía desatarlo y seguir hablando si se permitía llorar. Por suerte su amigo lo conocía bien. Se levantó y fue hacia él, sin decir nada, solo a abrazarlo, haciéndolo sentir chiquito aunque era mucho más alto.

—Qué vida triste —habló por fin, riendo entre las lágrimas—. No sentir nada, nunca más. ¿No es lo mismo que una muerte?

En ese momento vio a Alfonso subir la escalera, seguramente buscando algo, pero se detuvo al ver a Mirko, abrazado a Julio y llorando. No preguntó nada, tal vez sabía, tal vez no necesitaba saber. Le dedicó una sonrisa comprensiva y se acercó, rodeando a los dos en un gran abrazo.

~













che cómo va, tanto tiempo

se ve que necesitaba tener tarea para poder procrastinar escribiendo

y bueno me quedan solo 4 cartas para el mundo así que se viene el final. a los pocos que siguen acá, gracias infinitamente, quédense que falta poco

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 12, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

ₕₐₙₐ ₕₐₖᵢₘₐₛᵤDonde viven las historias. Descúbrelo ahora