XI

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XI

A ambos márgenes de la carretera de amplia curva hay mucha gente. Algunos jeep Patrol con las puertas abiertas disparan música sin cesar. Muchachos con el pelo rubio teñido, con camisetas y gorras americanas, de físico enjuto, se fingen surfistas y en poses estatuarias se pasan, obsesionados por el físico, una cerveza.

Un poco más allá, junto a un Maggiolone descapotable, otro grupo, mucho más realista, se está liando un porro. Más allá, unas personas de cierta edad a la búsqueda de una noche emocionante, se agrupan alrededor de un Jaguar. Junto a ellos, una pareja de amigos contempla divertida aquel absurdo torbellino: motocicletas sobre una sola rueda, motos que zumban veloces, muchachos que pasan de pie sobre los pedales mirando a su alrededor para ver si hay alguien que conocen, saludando a sus amigos…

Clarke empieza a subir por la suave pendiente con su Vespa trucada. Una vez en lo alto, se queda sin habla. Cláxones de todo tipo, agudos y graves, suenan como enloquecidos. Al estruendo de los motores responden nuevos rugidos. Luces de faros de diferentes colores iluminan la carretera como si se tratara de una enorme discoteca.

En una pequeña explanada hay un puesto de esos móviles que venden bebidas y bocadillos calientes. Está haciendo su agosto. Clarke se detiene delante de él y pone el soporte a la Vespa. La cierra. Una Free sobre una sola rueda le pasa tan cerca que Clarke casi pierde el equilibrio.

Un muchacho de unos quince años como mucho vuelve a caer sobre la rueda delantera riendo groseramente. Frena derrapando y vuelve a arrancar en sentido inverso. Hace de nuevo el caballito con las piernas fuera de sitio, ligeramente desequilibrado.

Clarke mira distraída en derredor. Luego echa de nuevo a andar, tropieza con un tipo con el pelo al rape, una cazadora negra de piel y un pendiente en la oreja derecha. Parece tener una gran prisa.

—Mira por dónde cojones vas, ¿no?

Clarke se disculpa. Se vuelve a preguntar qué estará haciendo en aquel sitio. De repente, ve a Gloria, la hija de los Accado. Está allí, sentada en el suelo, sobre una cazadora vaquera. A su lado está Dario, su novio. Clarke se acerca a ellos.

—Hola, Gloria.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien.

—¿Conoces a Dario?

—Sí, nos hemos visto ya.

Se intercambian una sonrisa tratando de recordar dónde y cuándo.

—Oye, siento lo que le pasó a tu padre.

—¿Ah, sí? Bueno, a mí me importa un comino. Se lo tiene bien merecido. Así aprende a no meterse donde no le llaman. Siempre tiene que estar en medio, decir lo que piensa. Finalmente se ha topado con alguien que lo ha puesto en su sitio.

—Pero ¡es tu padre!

—Sí, pero es también un coñazo.

Dario se ha encendido un cigarrillo.

—Estoy de acuerdo. Es más, dale las gracias a Lexa de mi parte. ¿Sabes que no me deja subir a su casa? Tengo que esperar siempre abajo, para salir con Gloria. Y no porque tenga ningún interés en verlo. Es una cuestión de principios, ¿no?

Clarke se pregunta a qué principios se referirá. Dario le pasa el cigarrillo a Gloria.

—Claro que, si el que le daba el cabezazo era yo, habría visto las estrellas.

Dario suelta una carcajada.

Gloria da una calada, luego mira a Clarke sonriendo.

—¿Y qué, viniste a ver las carreras?

A Tres Metros Sobre el Cosmo (Clexa) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora