XV

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XV

Parnaso. Grupos de atractivas muchachas con los ojos perfectamente pintados, con las pestañas largas y apenas un toque de color en los labios, charlan mientras se caldean con el tibio sol de aquella tarde primaveral, sentadas alrededor de unas mesitas redondas.

—¡Maldita sea, me he manchado!

Algunas de sus compañeras sentadas a la misma mesa se ríen, otras, más pesimistas, comprueban que su camiseta no haya acabado del mismo modo. La chica con la camiseta manchada introduce la punta de una servilleta de papel en el vaso lleno de agua. Restriega con fuerza la mancha de chocolate, extendiéndola. La camiseta color marfil adquiere una tonalidad beige. La muchacha se desespera.

—¡Vaya! Estos vasos de agua traen mala suerte. Es como si los camareros nos los dieran adrede, sabiendo ya que nos vamos a manchar. ¡Perdone!

Para al vuelo al camarero.

—¿Me puede traer el quitamanchas, por favor?

La chica sujeta con las dos manos la camiseta, mostrándole la mancha mojada. El camarero no se detiene en la superficie. Hace un análisis mucho más profundo. La camiseta, ahora transparente en aquel punto mojado, se apoya sobre el sostén y deja entrever el encaje.

El camarero sonríe.

—Se lo traigo enseguida, señorita.

Profesional y mentiroso, preferiría darle otra cosa, incluso a sabiendas, frustrado, de que aquel botón desabrochado de más no está, desde luego, dedicado a él. Ninguna chica del Parnaso saldría jamás con un camarero.

Raven, Silvia Festa y alguna que otra alumna más del Falconieri están apoyadas sobre una cadena que se extiende, sufriendo bajo su peso, de un bajo pilón de mármol a otro gemelo.

—Aquí está.

Clarke tiene las mejillas encendidas. Las saluda con una sonrisa divertida, ligeramente cansada de la caminata. Raven corre a su encuentro.

—Hola.

Se besan, afectuosas y sinceras. A diferencia de la mayor parte de los besos que circulan por las mesas del Parnaso.

—¡Qué cansancio! ¡No sabía que estuviera tan lejos!

—¿Has venido a pie?

Silvia Festa la mira sin poder dar crédito.

—Sí, me he quedado sin Vespa. —Clarke mira intencionadamente a Raven—. Y, además, tenía ganas de andar un poco. Pero me parece que he exagerado, estoy muerta. Imagino que no tendré que volver a casa del mismo modo, ¿verdad?

—No, ten. —Raven le da un llavero—. Ahí tienes mi Vespa, a tu entera disposición.

Clarke mira la gruesa P de goma azul claro que tiene entre las manos.

—¿Se sabe algo de lo que ha pasado con la mía?

—Bell me ha dicho que nadie sabe nada. Debe de haberla cogido la policía. Dice que al cabo de un cierto tiempo te avisan.

—Imagínate si hablan con mis padres.

Clarke mira al grupo de muchachos. Reconoce a Bellamy y a algún que otro amigo más de Lexa. Un tipo con una banda en un ojo le sonríe. Babi desvía la mirada.

Algunas motos se paran por allí cerca. Clarke mira esperanzada a los recién llegados. El corazón le late con fuerza. Inútilmente. Chicos anónimos, al menos para sus ojos, se encaminan hacia las mesitas saludando.

—¿A quién buscas? —El tono y la cara de Raven no dejan lugar a dudas.

—A nadie, ¿por qué?

A Tres Metros Sobre el Cosmo (Clexa) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora