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Roberta, eufórica por sus dieciocho años, por la fiesta que está saliendo redonda, corre al telefonillo.

—Contesto yo —adelantándose a un tipo que pasa por allí con un platito lleno de pequeñas pizzas.

—Hola. Está Francesca, ¿verdad?

—¿Qué Francesca?

—Giacomini, la rubia.

—Ah, sí, ¿qué le digo?

—Nada, ábreme. Soy su hermano, le tengo que dejar las llaves.

Roberta aprieta una vez el botón del telefonillo, luego, para estar más segura de haber abierto, aprieta de nuevo. Va a la cocina, coge dos Coca-Colas grandes y se dirige hacia el salón. Se topa con una chica rubia que está hablando con un chico con el pelo engominado hacia atrás.

—Francesca, tu hermano está subiendo…

—Ah… —es la única cosa que Francesca logra decir—. Gracias. —Después de haberlo pronunciado, se queda con la boca abierta.

El chico engominado pierde algo de su estatismo y se concede un ligero estupor.

—France, ¿pasa algo?

—No, no pasa nada, sólo que yo soy hija única.

—Aquí es.

El Siciliano y Hook son los primeros en leer la etiqueta sobre el timbre del cuarto piso.

—Micchi, ¿no?

Schello llama al timbre.

La puerta se abre casi de inmediato.

Roberta permanece en el umbral, mira a aquel grupo de muchachos musculosos y despeinados. «Visten un poco deportivos» , piensa ingenuamente.

—¿Puedo hacer algo por vosotros?

Schello se adelanta.

—Buscaba a Francesca, soy su hermano.

Como por encanto, Francesca se asoma a la puerta, acompañada del engominado.

—Ah, aquí está tu hermano.

—¿Y quién se supone que es?

—¡Yo! —Lucone alza la mano.

También Bellamy la levanta.

—Yo también, somos gemelos, como en la película de Schwarzenegger. Él es el tonto.

Todos se ríen.

—Nosotros también somos hermanos.

Uno tras otro levantan la mano. «Sí, querámonos mucho» .

El tipo engominado no entiende demasiado de qué va la cosa. Opta por una expresión que le va bien a su pelo.

Francesca hace un aparte con Schello.

—Pero ¿cómo se te ocurre venir con esta gente, eh?

Bellamy sonríe, ajustándose la cazadora: el resultado es siempre pésimo.

—Esta fiesta parece un funeral, al menos la alegramos un poco, venga France, no te cabrees.

—¿Y quién se cabrea? Basta con que os vayáis.

—Bueno, Sche, yo ya estoy harto, permiso.

Murphy, sin esperar a que Francesca se aparte de la puerta, entra. El engominado, de repente, cae en la cuenta: están tratando de colarse. Movido por un fugaz destello de inteligencia, se esfuma de allí acercándose a los verdaderos invitados que se encuentran en el salón. Francesca intenta por todos los medios detenerlos.

A Tres Metros Sobre el Cosmo (Clexa) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora