II

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II

La luna se asoma, alta y pálida, por entre las ramas de un árbol frondoso. Los ruidos se oyen extrañamente lejanos. Desde una ventana llegan algunas notas de una música lenta y agradable. Un poco más abajo, las líneas blancas del campo de tenis resplandecen rectas bajo la palidez lunar y el fondo de la piscina vacía espera melancólico el verano. En el primer piso del edificio una muchacha rubia, de ojos azules y piel aterciopelada, se mira indecisa al espejo.

—¿Necesitas la camiseta negra elástica de Onyx?

—No lo sé.

—¿Y los pantalones azules? —grita Maddie desde su habitación.

—No lo sé.

—Y las mallas, ¿te las vas a poner?

Maddie está ahora en la puerta, mira a Clarke. Los cajones de la cómoda abiertos y la ropa esparcida por doquier.

—Entonces cojo esto…

Maddie se adelanta entre algunas Superga tiradas por el suelo, todas de la treinta y siete.

—¡No! Eso no te lo pones porque me gusta mucho.

—Yo lo cojo de todos modos.

Clarke se levanta de un salto con las manos apoyadas en las caderas.

—Lo siento, pero no me lo he puesto nunca…

—¡Podías haberlo hecho antes!

—Sí, ¿y si luego me lo desbocas todo?

Maddie mira irónica a su hermana.

—¿Qué? ¿Estás bromeando? Mira que fuiste tú la que el otro día se puso mi falda azul elástica y ahora para ver mis bonitas curvas hay que ser adivino.

—¿Y qué tiene que ver? Esa la ensanchó Finn Brandelli.

—¿Qué? ¿Finn lo ha intentado y tú no me has dicho nada?

—Apenas hay algo que contar.

—No me lo creo, a juzgar por mi falda.

—Pura apariencia. ¿Qué te parece la camisa rosa melocotón debajo de esta chaqueta azul?

—No cambies de tema. Cuéntame lo que pasó.

—Bueno, ya sabes lo que pasa en estos casos.

—No.

Clarke mira a su hermana pequeña. Es verdad, no lo sabe. Todavía no puede saberlo. Está demasiado rellenita y no hay nada lo bastante bonito en ella como para convencer a alguien de ensancharle una falda.

—Nada. ¿Te acuerdas que el otro día le dije a mamá que iba a estudiar con Raven?

—Sí, ¿y qué?

—Bueno, pues que me fui al cine con Finn Brandelli.

—¿Y?

—La película no era nada de especial y, pensándolo bien, tampoco él.

—Sí, pero vayamos al grano. ¿Cómo se ensanchó la falda?

—Bueno, la película llevaba diez minutos empezada y él se revolvía sin parar en su asiento. Pensé: « Es cierto que este cine es incómodo pero me parece que lo que Finn quiere es meterme mano» . Y de hecho, poco después, se corrió un poco hacia un lado y pasó el brazo por mi respaldo. Oye, ¿qué te parece si me pongo el traje, ese verde con los botoncitos delante?

—¡Sigue!

—En fin, que del respaldo fue bajando, poco a poco, hasta llegar al hombro.

—¿Y tú?

A Tres Metros Sobre el Cosmo (Clexa) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora