[capítulo 10]

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El canadiense debajo de el gemía descontroladamente, sujetaba con fuerza los hombros del mayor que lo envestía contra el sofá.

—M-Mex!~~

El menor se vino en un grito y el mayor en su pálido abdomen, ambos estaban agitados. El sonido de sus respiraciones y ambos aromas, miel y canela por parte del omega y tabaco y tequila del alfa.

México se incorporó sentándose en el sofá. No tenía idea cómo había terminado en esa situación.
El canadiense gateó hasta posicionarse sobre el regazo del mayor.

—W-why?— habló entrecortado y con tono triste.

—Uh?

—Why didn't you mark me? (Por qué no me marcaste?)

—Can...— suspiró —Me importas demasiado, creeme. I don't want you to regret (no quiero que te arrepientas)

—Stop saying that! Te lo estoy pidiendo porque quiero que lo hagas. Don't be a fool! (¡Deja de decir eso!¡No seas un idiota!)

El mexicano se sorprendió, el bicolor nunca insultaría a nadie, es más, podía jurar que jamás lo había escuchado hacerlo.

—Entonces te morderé. Inclina tu cabeza.— lo tomó de la cintura.

—W-what?

—No era eso lo que querías? Hazlo, inclina tu cabeza.— ordenó en tono tranquilo, sin sonar serio o agresivo.

El canadiense obedeció. Soltó un pequeño jadeo de dolor al sentir como su piel era desgarrada.

Después de eso ambos tomaron un baño juntos y México curó su herida. Estaba considerando seriamente el volverse enfermero, esto se estaba convirtiendo en rutina para él.

—Quieres volver ya o quieres quedarte un rato conmigo?— preguntó mientras secaba con una toalla el cabello del menor.

—Are you busy? (¿Estás ocupado?)

—Not really. Quiero ir a comprar algo de ropa, quieres acompañarme?

—Yes! I-I mean yes...— se corrigió sonrojándose a lo que el otro sólo rió por lo bajo.

Ambos salieron en dirección al aeropuerto. Irían a la ciudad de méxico para hacer sus compras, ya que la casa del mayor estaba en Querétaro, Mex ya le había marcado a su hijo para que les enviara un chofer en cuanto llegaran.
El viaje fue muy tranquilo y alegre, el canadiense iba tan emocionado que el alfa no podía evitar sonreír al ver los ojitos llenos de brillo del menor.

Cuando aterrizaron Joaquín, su chofer, los recibió y los estuvo llevando de tienda en tienda hasta las tres de la tarde.
Entraron a unos cuantos locales de las más famosas marcas. México era un tipo sencillo, si fuera por él hubiera ido al tianguis de la esquina y agarrado lo primero que hubiera visto. Evidentemente no lo hizo pues tenía un invitado y quería dar una buena impresión.

Los dos salieron con tantas bolsas de ropa que el pobre Joaquín tuvo que ayudarles a cargarlas. Por supuesto que el mexicano había comprado cosas para su compañero, incluso habían comprado ropa a juego (ropa de pareja que para el sureño era de amigos). Como mencioné anteriormente a México no le importaba gastar cuanto dinero fuera necesario si podía acercar un poco más a sus amigos, ya después ellos no dudarían en devolverle el favor, eso México lo sabe a la perfección.

Fueron a comer a un restaurante cercano ya que el canadiense moría de hambre y aunque no lo dijera el más alto podía notarlo.

Estaba oscureciendo así que decidieron pasar la noche en la capital, en la casa del hijo del alfa. Este no preguntó nada cuando vio a su padre acompañado del gringo, simplemente les abrió las puertas de su casa como buen mexicano que era, ya después interrogaría a su viejo en privado.
Platicaron un poco los tres juntos pero los mayores estaban agotados así que se despidieron y se levantaron de sala para ir a dormir.

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