Era una noche helada, tal vez demasiado para tratarse de una noche de otoño, estaba todo tan lúgubre y obscuro porque había pocas luces que iluminaran las calles. Una ventisca humedecía el ambiente y aumentaba la sensación fría del aire. Miguel se encontraba fuera de casa, apenas con una chaqueta que no lograba cubrirlo completamente del viento helado.
Caminaba hacia la parada de autobuses más cercana, con los pies adoloridos después de haber pasado todo el día recorriendo las calles en busca de un empleo de medio tiempo que le permitiera llevar sus gastos y aligerar un poco la carga a su familia. Hacía ya un mes que había llegado a San Fransokyo para iniciar sus estudios en música, después de haber recibido una beca completa. Y, aunque la Universidad ya le había ayudado bastante ofreciéndole un lugar donde vivir y las tres comidas del día, Miguel aun necesitaba pagar los gastos de los materiales y el transporte para movilizarse de un lado a otro en la ciudad.
Un suspiro cansado se le escapó de entre los labios y se abrazó a sí mismo, tomando asiento e intentando hacerse más pequeño, quizá fundirse contra el frío metal que componía la banca de la parada del autobús y dejar de existir. En momentos como aquel era cuando más extrañaba a su familia. Extrañaba a todos ellos; desde su madre, que le había apoyado en todo desde que había decidido ser músico, hasta su prima Rosa, con la que peleaba por pequeñeces todos los días pero a quien más confianza le tenía en el mundo.
Vivir completamente solo en otra ciudad resultó ser más difícil de lo que había esperado. Su día a día se concentraba en la Universidad y en su búsqueda de trabajo exhaustiva. A pesar de que los fines de semana tomaba clases particulares para mejorar su manejo del idioma, Miguel aún sentía a su tutora demasiado lejana. Hacer amigos jamás se le había dificultado tanto. Ya no sabía realmente donde había quedado esa parte de él que hablaba hasta por los codos y no dudaba en acercarse a los demás, aunque solo fuera para pedir una dirección.
Entonces las luces de un autobús se abrieron paso en su campo de visión, iluminando la calle, pero Miguel ya no le tomó importancia. Un fuerte ruido le había llegado desde la distancia, distrayéndolo. El hecho de que la calle estuviera completamente vacía dejaba que el alboroto que le había seguido al sonido, de lo que parecía ser una explosión, le llegara claramente.
El humo comenzó a asomarse sobre los edificios y los gritos de auxilio se esparcieron como pólvora por el ambiente. Miguel se quedó atónito, pegado al asiento, con las manos temblorosas y el pulso acelerándose a mil por hora. Un segundo estallido lo hizo despertar de su ensoñación y ponerse en pie de un salto. Para antes de que pudiera darse cuenta, ya estaba corriendo hacia el lugar de donde provenían los gritos, olvidándose por un segundo del frío otoñal y del resentimiento de sus articulaciones entumecidas a causa de este.
El accidente no había ocurrido muy lejos de donde se encontraba, por lo que dio con la multitud de gente aglomerada en muy poco tiempo. El humo no lo dejaba respirar ni ver bien y, en el medio del caos y los gritos, Miguel solo pudo reconocer las candentes llamas consumiendo un edificio entero de cuatro pisos.
La gente de los alrededores comenzó a acercarse y otro tanto salía en horda del edificio en llamas. Una mujer gritó que llamaran a emergencias, pero nadie se movió. Miguel palpó sus jeans con desesperación en busca de su teléfono celular, pero para cuando sus temblorosas manos dieron con el aparato una ráfaga de viento le golpeó la espalda y los vítores de la gente llamaron su atención.
Si su vista no le fallaba, se trataba de un enorme robot de armadura carmín, que rodeaba el edificio con el sonido ensordecedor de un extintor gigante siendo descargado. Miguel creyó haberse vuelto loco. Sus ojos, a punto de salirse de sus orbitas, no estaban mintiendo; y las voces de sus compañeros hablando de leyendas urbanas sobre raritos vestidos de trajes con colores llamativos que saltaban al peligro para salvar vidas –o algo parecido- comenzó a llenarle la cabeza.
Parado ahí, mientras el fuego perecía bajo el control de aquel enorme robot que se sostenía -extrañamente- con dos pequeñas alas, Miguel creyó que aquello no tenía nada de novela urbana.
Sobre los gritos aterrados y los vítores de la gente en la calle, se abrió paso una suave voz rasposa, un tanto robótica y al parecer amplificada con ayuda de un altavoz. Les pedía a todos que volvieran a casa y despejaran la zona o, si es que alguno conocía a alguna de las víctimas, les pedía su colaboración para llevarlos a un lugar a salvo o directamente al hospital.
Miguel entornó los ojos, despejó el humo de su cara con ayuda de sus manos y fijó la vista en la figura que se alzaba sobre la espalda del robot, con un traje púrpura y un casco de cristal oscuro, que le impedía la visión de su rostro. Todo fue en cámara lenta desde ahí y entonces una pequeña oportunidad se extendió frente a él, invitándolo a salir de la realidad pesada y obscura en la que se había convertido su nueva vida en aquella extraña ciudad extranjera, y Miguel la tomó.
×××
He decidido comenzar a publicar el primer fic que he hecho, por supuesto de una de mis parejas favoritas. Me tardé cerca de un año decidirme a dejarle ver la luz y aun me faltan cosas que agregarle y que mejorarle también. Casi todo el fic está terminado así que no tardaré nada en subir los capítulos.
No estoy segura de que alguien llegue a leerlo, pero quiero que esté en la plataforma porque me ha gustado (aunque no sea perfecto) y porque el Higuel no ha muerto para mí.
+PP
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Sobre dos amores ⟨Higuel⟩
Hayran Kurgu«Miguel ve en Hiro Hamada a un genio testarudo, huraño, solitario; una caja de secretos hermética que lo intriga a cada minuto que pasan juntos. Quiere descubrirlo todo de él, hundirse en el nuevo universo que es el muchacho de tez blanca y rasgos d...