Sobre esperanzas y desiluciones

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La noche pasó como una tortura para Miguel. Numerosos mensajes le llegaron al teléfono que vibraba bajo su hombro izquierdo, que no se atrevió a revisar por si la luz molestaba al chico que descansaba con la cabeza en su hombro contrario. Pero las vibraciones que le llegaban cada cierto tiempo contra el hombro, como si se tratara de un pulso independiente del suyo, no eran nada comparadas con sus pensamientos y cavilaciones que atormentaban a su mente.

Aquello había sido un beso. Y si Miguel no estuviera tan malditamente despierto en ese momento, él mismo podría haber llegado a la conclusión de que todo se habría tratado de un sueño. Quería escapar tan solo un momento para correr y contárselo a alguien, para que este le dijera qué se supone que debía hacer a continuación. Sus ideas eran una hoja en blanco, no había nada ahí de donde escoger, el chico se sentía un inútil. Cualquier intento que hubiera tenido de huir se había esfumado al percibir como el mayor se removía cada que le sentía lejos. Así, había pasado la noche ahí recostado, fungiendo de almohada para el pelinegro, intentando pensar que haría a la mañana siguiente cuando los dos estuvieran despiertos y conscientes.

En un momento de la madrugada Miguel comenzó a temer que aquello realmente pasara. ¿Qué haría él si Hiro le decía que todo había sido un error, que solo había estado aturdido por los medicamentos? ¿Qué pasaba si el chico le pedía que tan solo lo olvidara? ¿O si se enfadaba con él?

Rivera no estaba listo para enfrentarse al rechazo de Hiro, no solo porque ser rechazado siempre resultaba doloroso, sino porque se trataba de Hiro. Hacía tan poco que se había dado cuenta de lo que sentía por él, que había terminado por darle oportunidad a sus sentimientos a crecer en la manera desmedida en que lo habían hecho y ahora no parecía que hubiera marcha atrás. Miguel no quería ser rechazado por el Hamada porque estaba seguro de que no había sentido nunca lo que sentía por él.

Y todo eso lo aterraba. Si Hiro había querido besarle esa noche, Miguel sabía que se había convertido en un hombre afortunado, bendecido por todos los santos a los que su abuela solía rezarle todas las noches antes de dormir. Pero si él se enfrentaba al pelinegro y este le decía que todo había sido un error, un tonto efecto colateral de la ensoñación o del agradecimiento, el muchacho no sabría qué hacer con eso. ¿Cómo dar marcha atrás y vivir sin Hiro?

Cerca del amanecer el cansancio por fin le dio tregua y Miguel cayó dormido, apoyado entre los suaves y delicados cabellos del Hamada. Su esencia -a pesar de que se mezclaba con el alcohol con el que había curado sus heridas- le había relajado los músculos y al final había podido encontrar un poco de descanso, aun con todas las cavilaciones y los tormentos.

Al despertar a la mañana siguiente, a eso de las once, lo primero que notó Miguel es que el cuerpo cálido que se había pasado la noche acurrucado a su lado, ya no estaba.

***

Entre navidad y año nuevo existían siete días exactos, y Miguel no los había sentido nunca tanto como aquel año. La mañana de navidad la pasó respondiendo llamadas de sus amigos y su familia que le reclamaban por no haber prestado atención al teléfono la noche anterior. Cass había sido la última a la que Miguel había devuelto la llamada, un poco ansioso al sentir la necesidad de preguntar por Hiro, pero al escuchar la suave y cariñosa voz de su jefa que le pedía que convenciera a su sobrino para que fueran ambos a desayunar con ella, Rivera entendió que este no había vuelta a casa y, apenado, tuvo que mentirle asegurando que irían al café en cuanto pudieran.

Así pasó el día pensando en él. Llamaba y dejaba mensajes en el buzón de voz cada que la desesperación le carcomía, sin embargo, nunca obtuvo una respuesta. Habría querido mantenerse tranquilo, pero la ausencia y el silencio del chico solo provocaron que el mexicano sintiera, con certeza, que estaba siendo rechazado.

Sobre dos amores ⟨Higuel⟩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora