Sobre el apoyo

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El pitido del reloj hizo a Hiro saltar en su lugar. La cabeza dolió al levantarla bruscamente y un post-it color rosa pastel quedó pegado en su mejilla izquierda que tardó un momento en sentir, así como el mundo a su alrededor. Eran las dos de la mañana y lo que lo rodeaba era su viejo laboratorio desordenado. Había un miminax sobre su mesa y el post-it arrancado de su mejilla provino del mismo lugar en el que había estado dormitando: el pizarrón de madera que Miguel había instalado la semana pasada en su laboratorio y que Hiro tardó tan solo cinco días en comenzar a utilizar.

El proyecto de los minimax estaba a nada de concretarse y sus amigos y su tía insistían en que se sobre esforzaba demasiado con los últimos detalles del pequeño robot. Su novio, sin embargo, le había llevado un pizarrón de notas y una cafetera, para que no tuviera que salir cada noche a comprar una nueva dosis de café instantáneo.

Llamar novio a Miguel no había resultado muy difícil. Comenzando por el simple hecho de que en algún punto simplemente habían comenzado a hacerlo de la nada, sin ninguna pregunta tonta de por medio y solo una conversación larga y nocturna sobre a donde querían llevar aquella relación que había comenzado con aquel beso en la madrugada de año nuevo, y que les había llevado a actuar con normalidad el resto de los días siguientes; si es que Hiro exceptuaba el hecho de que Miguel parecía no poder dejar las manos para sí mismo cuando se encontraban solos, y constantemente le encontraba acariciándole las mejillas, el cabello, los brazos descubiertos, arropándole por la noche o manteniéndose quieto a su lado con el pecho recargado en su espalda, o tal vez envolviéndole entre sus brazos en un delicado y suave abrazo.

Las mejillas del pelinegro se colorearon al recordar todas aquellas pequeñas cosas que habían cambiado y que para la gente del exterior no se notaban a simple vista. Las miradas dulces podían ser rápidamente interpretadas por aquellos que les conocían, pero fuera de eso, los jugueteos y las bromas seguían siendo su forma natural de ser el uno con el otro. Sin embargo, en su habitación o en el departamento de Miguel, las charlas largas sobre temas importantes -como el pasado, los propósitos a futuro o la mascota ideal- eran siempre acompañadas de besos suaves que hacían a Hiro caer cada vez más profundo en ello.

Cuando tuvieron aquella charla sobre sus sentimientos y sobre la relación que tendrían a partir de aquel momento, fue a principios del mes de febrero, durante la que se sospechaba sería la última nevada del invierno antes de dar paso a la primavera. Hiro había llegado a altas horas de la noche al departamento del mexicano, en busca de una recarga rápida de energía que solo podrían proporcionarle los besos de Miguel y el chico le había recibido con los brazos abiertos.

Estaban recostados en la cama del menor cuando este, aprovechando que Hiro aun no había caído dormido, habló pausadamente sobre lo que sentía. El cariño que le tenía había brotado de entre aquellos labios delgados y fríos por el viento de la noche, calando hondo en el Hamada. Ya sabían sobre aquellos sentimientos respecto al otro, pero Miguel quería saber si podía pasar a su lado el resto de los días que se le permitiesen.

Hiro, embelesado por la voz ronca del chico a su lado y por las caricias suaves que recorrían su espalda, preguntó sobre el futuro. Hablaron de los planes de Hiro de aliarse con el hospital para la compra de los Minimax y la oferta de profesor que le había llegado del decano de la universidad. Hablaron también de los próximos años de Miguel como estudiante y de su deseo de visitar a su familia en el verano. Hablaron de como veían la vida de ahora en adelante y donde querían llegar. Pero hablaron también del presente y de lo ciertamente aterrador que parecía a veces el futuro.

Aquella mañana en que Hiro despertó acurrucado a un lado de Rivera, fue la primera vez que fue llamado "novio" por parte del chico del cual estaba enamorado. Hiro le vio a los ojos, enrojecidos por el recién despertar, y sonrió. Desde entonces Miguel era quien mas le había estado llamando de aquella forma, siempre contento cuando era de los labios del otro de quien provenía aquella etiqueta.

De repente tuvo que sacudir la cabeza para despejarse, cuando cayó en la cuenta de que -nuevamente- todos sus pensamientos habían sido inundados por Miguel. Sus ojos decayeron debido al cansancio y no pudo evitar preguntarse si tardaría mucho más en poder adicionar correctamente aquellas horquillas nuevas que le habían pedido en el hospital para el diseño final del minimax.

Cerró los ojos, derrotado, asumiendo que quizá debía quedarse también la tarde siguiente para terminar el trabajo imposible de concluir esa noche, solo porque la ansiedad que le provocaba pensar en el proyecto no lo dejaba concluir el mismo. Su mano viajó a su nuca, intentando inútilmente alejar un poco del estrés y el dolor generado por la antigua posición sobre su escritorio.

Un par de golpes en la puerta le arrancaron del remolino de pensamientos que comenzaban a generarse en su cabeza. Aun sintiendo los miembros embotados, Hiro tuvo que caminar hasta la puerta -arrastrando los pies- enfurruñado porque alguien había tenido que interrumpir sus cavilaciones. Sin embargo, al abrir la puerta, le recibió la cálida sonrisa de quién había estado presente hacía rato, solo en la mente del americano.

−¿Qué haces aquí?− Cuestionó, una sonrisa colándose desde la comisura de sus labios, sin embargo.

−Te traje la cena− su mano se alzó para enseñarla la bolsa plástica que parecía húmeda a causa de su contenido calientito. Una mirada significativa -un "sé que te saltaste la cena" silencioso- fue todo lo que bastó para que Hiro le dejara ingresar. El chico iba bien abrigado hasta las orejas, denotando el frío de afuera, y sus pasos fueron directamente a la cafetera en el fondo de la estancia. Ahí, la taza de Hiro -blanca y aburrida- descansaba junto a la taza en forma de gatito de Miguel.

−Aun no termino− Dijo, a la espalda ancha del chico que se encogió de hombros al escucharlo. −No creo que termine hoy tampoco.

−Está bien− Miguel se volteó, sonriéndole una vez más −Cenaremos y me iré si no soy de ayuda.

Hiro negó. Se acercó lentamente a él solo para hundirse en su pecho, dejando salir un gruñido de frustración. Sus orejas ardieron ante la vergüenza de sus acciones, pero no se apartó. Miguel le envolvió en sus brazos y le dejó suaves caricias en la espalda y en su nuca adolorida −No quiero que te vayas− Soltó primero, solo para cambiarlo rápidamente a un: −Llévame contigo.

Miguel le prometió que así lo harían, pero juntos acordaron que cenarían ahí, aprovechando que la comida seguía caliente. Se sentaron en el escritorio con dos tazas de café, a cenar un par de burritos que el mexicano había encontrado en una tienda de conveniencia que estaba abierta las veinticuatro horas del día.

Hiro habló sobre las horquillas nuevas y el problema con el diseño que habían pedido en el hospital, y Miguel le contó sobre la tarde que había pasado en el café poniendo corazones de gomitas sobre las docenas de cupcakes temáticos de Cass.

Ahí, enfrascados en la conversación y en el sabor exquisito de los burritos -que Miguel tuvo que admitir a regañadientes-, Hiro se quedó en silencio un momento, para observar al chico parlotear sobre lo empalagoso que era San Valentín solo porque odiaba tener que atender parejas de adolescentes y hacer corazones de espuma para sus capuccinos. Hiro rió al escucharlo y, suavemente, acercó su mano a la contraria y susurró -Gracias.

Miguel dejó de hablar un momento para dejar que su sonrisa apareciera otra vez, con el lindo hoyuelo marcado sobre una única mejilla −Te quiero.

Hiro rió, sintiendo el suave rubor que había subido a sus mejillas −Yo también te quiero.

Después de eso, abandonaron el edificio con el estomago lleno, el corazón tranquilo y las manos entrelazadas. Y Miguel le llevó a casa, como había prometido. 

Sobre dos amores ⟨Higuel⟩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora