Sobre un café y un chico

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Miguel consiguió trabajo dos semanas después del accidente. Cogió el bus en lunes, al principio del mes de septiembre a la salida de su Universidad, y se bajó ocho paradas después, sin rumbo fijo.

Iba cabizbajo, pensando de nuevo en el incendio en el que había presenciado, en primera fila, la
llegada de los Grandes Héroes por primera vez.

Había estado pensando en ello desde que despertaba, hasta la hora en que se iba a dormir. Estaba fascinado, extrañamente fascinado. Ahora ya no le afectaba estar solo por mucho tiempo o no tener con quien hablar durante las tardes de ocio; hasta se había vuelto un tanto cercano a alguien después de intentar saciar su curiosidad con respecto a los héroes citadinos.

Riley, su tutora particular de idiomas, le había contado todo lo que sabía sobre ellos. Como habían aparecido hacía ya seis años, para aprehender a un renombrado profesor que intentaba cobrar venganza a una gigante empresa de tecnología por perder a su hija durante un experimento. Y como desde entonces mantenían un bajo perfil ayudando a los ciudadanos de San Fransokyo en
toda oportunidad que pudieran. Miguel le había contado sobre su experiencia en aquel incendio, pero no había querido admitir que tenía una curiosidad infantil sobre BH6. Creyó que sería demasiado vergonzoso y, después de aquella larga plática con la rubia, no había vuelto a mencionar a nadie nada acerca de ello.

Aquel lunes en que consiguió su primer trabajo había estado rondando por la ciudad, sin mucho que hacer ni tampoco muchas ganas de hacer nada, intentando despejar la mente. No estaba buscando el peligro para verlos de nuevo, pero secretamente esperaba por el momento en que
pudiera hacerlo de nueva cuenta. Lo encontraba emocionante. Se sentía en un mundo de fantasía y, lo supiera o no, lo ayudaba a olvidar por un momento lo mucho que extrañaba a su familia y lo solo que se sentía.

Iba distraído cuando un letrero gigante de vibrantes luces, que se alzaba al final de la calle, le detuvo. Era una cafetería pequeña y, por lo que pudo ver desde ahí, bastante popular. Estaba abarrotada de gente y parecía que ya no entraba ni uno más. Miguel decidió acercarse. En el ventanal de la entrada, desde donde se veía con claridad cada detalle del interior, habían colocado un pequeño letrero que solicitaba un mesero con urgencia. Aquello fue como una revelación para Miguel. Incapaz aún de creer que la suerte le hubiera sonreído ese día, entró al local con las manos sudorosas de la emoción.

El repiquetear de la campanilla de entrada le dio la bienvenida y dos personas, en el medio de la multitud, giraron el rostro para encararle: una con la preocupación y el cansancio tiñéndole las facciones, y el otro, con la molestia frunciéndole el ceño. El recién llegado se limitó a sonreír, un
tanto cohibido por la mirada de aquellos dos y alzó la mano derecha en un torpe saludo que intentaba ser cordial.

−Buenos días, bienvenido a Mochi Café− el chico, quien le seguía mirando con molestia, se le acercó primero. Llevaba en una mano una pequeña libreta y en la otra mantenía suspendido unlápiz a un par de centímetros de sus notas, listo para tomar la orden de Miguel. El muchacho de tez morena y solo un par de centímetros más alto que él, le miró expectante y un tanto antipático, esperando a que el Rivera le devolviera el saludo. −¿Qué se le ofrece?

Un trabajo, pensó Miguel. Miró hacia el exterior, topándose con el mismo letrero que lo había hecho entrar, y señaló a su espalda con su pulgar. Volvió la vista al moreno, que ahora miraba sobre su hombro para mirar a lo que este le señalaba. −Vine por el trabajo… Yo…

Una sonrisa se extendió en el rostro de su interlocutor, quien rápidamente cambió su actitud, deshaciéndose de la tensión de sus hombros y luciendo un rostro amable que contrastaba
completamente con el ceño fruncido con el que lo había recibido. −No se diga más…

Sobre dos amores ⟨Higuel⟩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora