Sobre una fiesta y una pequeña revelación

200 36 14
                                    

El 31 de octubre llegó, trayendo consigo un montonal de fiestas y decoraciones variadas para el día de Halloween. Miguel vio desde esqueletos hasta brujas montadas en escobas decorando los jardines de las casas, pegados en las ventanas y colgando de los techos. Era lindo y estaba entusiasmado con mirar aquella tradición americana de cerca, sin embargo, no podía dejar de pensar que hubiera preferido pasar los días en su casa y con su familia, en el día de muertos.

Los altares, las flores, las velas, la comida, el sentimiento de recordar a los que más quieres eran para él sin duda mucho más hermosos que los disfraces y los dulces. Aun así se compró al día anterior un disfraz rápido en el súper mercado para la fiesta de disfraces del "Mochi Café". No quería faltar a ella, no porque realmente tuviera muchas ganas de estar de fiesta, sino porque no quería disgustar a Cass ni a sus amigos que sabía que estarían esperando por él. Y, aun si no lo admitía, tenía esperanza de encontrarse con Hiro de nuevo.

En aquellos días, en que había estado montado en una nube de melodías de guitarra y héroes citadinos que le invitan a volar sobre la ciudad en medio de la noche, Miguel pensó en Hiro. No había querido hacerlo, pero el americano se había colado en sus pensamientos más de una vez, no importando si él había dejado zanjado el tema del chico y seguido con su vida. Pero pensar en Hiro también significaba pensar porqué le importaba tanto que no se hubieran visto todos aquellos días. Y pensar siempre significaba problemas para el Rivera. Todo se volvía confusión y prefería -muy inteligentemente- ignorar todo el asunto y dejar que lo atormentara después. Y ahora todo era mucho más confuso y era difícil divisar la manera en que todo el embrollo pudiera resolverse. Sus pensamientos ahora eran una cadena de luces navideñas enmarañadas en un cajón y él no se sentía en modo navideño.

Hiro era un hombre complicado y Miguel no dudaba en que le había vuelto a él también alguien difícil. Él, que se había limitado toda su vida a su familia, a su música y a su curiosidad. Aun con todo el quebradero de cabeza, Miguel quería verlo. Solo quería saber si estaba bien y si todo seguía como lo habían dejado la última vez.

Así que el dichoso día de Halloween el mexicano se presentó en el café a eso de las siete de la tarde. Había tenido el día libre -tanto en la escuela como en el trabajo- y se puso al día tan pronto llegó, entregando dulces a los niños que llegaban a la puerta con entusiasmo, vestidos de personajes de sus caricaturas favoritas, de animales o hasta de frutas. El iba vestido de Spiderman. Se había sentido cohibido al principio con su disfraz, sobre todo al ver la superproducción de algunos de los invitados de la fiesta, pero se sintió mucho mejor después de convertirse en la sensación entre los niños.

Aquella era una fiesta sencilla. Podía escuchar el retumbar de la música de una fiesta a unas cuadras más lejos, pero en el lugar se trataba de algo mucho más tranquilo. La mayoría de los invitados eran vecinos de los alrededores o clientes frecuentes, gente adulta y sus pequeños hijos. Cass había horneado un sinfín de pastelillos temáticos y la única bebida que circulaba era jugo de frutas. A Miguel le agradó eso.

Leo se le pegó como chicle nada más de verlo. La dueña del café había insistido en que ellos también eran invitados y que debían solo disfrutar del pequeño evento, pero los dos chicos la habían visto tan atareada que se habían dispuesto a ayudar a llevar los aperitivos y regalar los dulces, para aligerar la carga. Hasta la pobre Riley había terminado de mesera con tanta gente que se había reunido en el establecimiento.

A diferencia de Miguel, los trajes de sus amigos eran mucho más llamativos. San Juan iba enfundado en un traje negro de charro, que brillaba con las luces de colores que había instalado Cass aquella mañana, a causa de la docena de lentejuelas que adornaba el traje. Riley, en cambio, iba vestida de Rapunzel. Su largo cabello rubio natural no se comparaba con el largo de la princesa de Disney, pero a ella parecía no importarle. Estaba preciosa y Cass la había llenado de cumplidos -y dulces también- solo a causa de su atuendo.

Sobre dos amores ⟨Higuel⟩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora