capitulo 7

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Mientras Carol estaba internada, Eduart se dedicó a investigar lo que había sucedido en el último tiempo. Contactó a varios agentes, todos con la misma inquietud: ¿qué estaba realmente pasando? Su instinto le decía que había algo más detrás de los accidentes, algo oscuro y retorcido. Días antes del inicio de clases, finalmente llegó información que, aunque confusa, comenzaba a despejar algunas de sus dudas.

Al llegar a la preparatoria, Eduart y Carol confirmaron sus sospechas. La actitud de Jacob, el chico matón y rico que siempre había estado respaldado por su familia, era inquietante. Su comportamiento arrogante y su tendencia a buscar pleitos parecían haber escalado a un nuevo nivel, pero Eduart sabía que aún no habían descubierto toda la verdad.

Una vez en el hospital, Carol entró a la habitación de Jacob, donde lo encontró jugando con su comida, concentrado en apilar la última pieza para formar un castillo de verduras. Su creación consistía en un elaborado castillo de zanahorias, con arvejas como soldados en la entrada. Al ver a Carol, Jacob se quedó paralizado, su expresión de orgullo por su obra maestra se desvaneció.

—Hola, cariño. ¿Me extrañaste? —dijo Carol con un tono de sorpresa, conteniendo una risa al ver la escena.

Jacob, con una palidez que podría rivalizar con un papel, empezó a hablar con un temblor evidente.

—Tú... ¿qué haces aquí? —preguntó, señalándola con un dedo tembloroso, aún recordando los golpes que lo dejaron inconsciente.

—Así es como tratas a tus buenos amigos que vienen a visitarte —respondió Carol con una sonrisa maliciosa, sentándose en una silla frente a él, como si se estuviera preparando para una larga charla.

—¿Qué vienes a buscar? —murmuró Jacob, su voz un susurro lleno de nerviosismo. Sin embargo, no se percató de que estaba utilizando feromonas para intentar suprimir la voluntad de Carol. Ella, sin embargo, lo miró fijamente, como si estuviera en un duelo de miradas.

Los ojos de Carol se tornaron de un azul oscuro como la noche, sin un brillo que delatara la calidez de su personalidad. Habló suavemente, pero cada palabra resonaba con una intensidad inquebrantable.

—Jacob, hijo de la familia Abbey, conocida por su marca de maquillaje y con una abundante mesada. Aún así, pidiéndole a los hermanos Marino dinero prestado. ¿No te parece algo ilógico? —dijo con sarcasmo, sacando unos documentos de su bolso que hicieron que Jacob se pusiera aún más pálido.

—Aquí están las denuncias anteriores y las de ahora que serán llevadas a la policía. ¿Deseas decir algunas palabras? —dijo Carol, esperando a que Jacob se pronunciara.

Jacob dudó unos minutos, mirando los papeles como si fueran serpientes venenosas. Finalmente, tomó una decisión y murmuró algo tan inaudible que ni siquiera Carol pudo captar.

—¿Qué? No escuché, Jacob. —Carol se inclinó hacia adelante, una sonrisa juguetona cruzando su rostro—. ¿Es un secreto? Porque, déjame decirte, los secretos no son buenos amigos.

—No, no es un secreto. —Jacob se defendió, intentando recuperar algo de su antigua bravura—. Solo... solo me estoy asegurando de que todo esté bien.

Carol dejó escapar una risa entre dientes, disfrutando del espectáculo que tenía frente a ella.

—¿Seguro que eso es lo que estás haciendo? Porque a mí me parece que estás más concentrado en construir castillos de verduras que en enfrentarte a la realidad.

Jacob, ahora sintiéndose como un niño atrapado en la travesura más tonta, se sonrojó y miró hacia su creación culinaria, como si esperara que se la llevara el viento.

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