Capítulo 3

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Fiammenta se había pasado la semana ocupada en asuntos personales y le había pedido al dominante esos días libres en el trabajo, él no dudó en dárselos sin exigir una explicación a cambio. Ella no era una mujer de hacer ese tipo de cosas así que sabía que se trataba de algo más.

—El señor de Jesús te está esperando en su despacho.— le hizo saber una de ls camareras en cuanto puso los pies en el local tras una semana de no haber aparecido por allí.

—Gracias.— sonrió por cortesía antes de echar a andar en esa dirección, iba vestida con unas botas negras que llegaban a sus rodillas y un diminuto vestido de color azul marino, su pelo estaba recogido en una coleta alta y su rostro tenía escaso maquillaje.

Bajó la mirada cuando se encontró a los demás maestros del club en el pasillo que guiaba a los despachos de cada uno de ellos, los saludó por cortesía, la primera puerta tenía una pequeña placa con el nombre de su dominante así que no dudó en tocarla. Zabdiel le indicó que pasara y cerrara la puerta al hacerlo.

—¿Qué pasó? ¿Por qué traes esa mirada?— cuestionó con una sonrisa divertida en los labios cuando la vio ingresar al despacho.

—Los maestros están ahí fuera...— murmuró algo que él ya sabía de sobra.

—Ven aquí y siéntate en mi regazo.— ordenó con la voz suave, se echó hacia atrás en la silla que estaba tras su gran escritorio y le dejó sitio.

Ella entrecerró los ojos al darse cuenta de que no le había hecho ni el mínimo caso en sus palabras, su hermosa boca solo había pedido tajante que fuese a él de inmediato.

Podía comprenderlo. Había pasado una larga semana y ellos estaban acostumbrados a tenerse día si y día también.

Lo hizo, caminó en su dirección y se dejó caer tal y como él había mandado. Zabdiel la rodeó con sus brazos y la empujó contra su cuerpo para darle un beso. La puso considerablemente de buen humor.

—No sabes la falta que me haces.— susurró al tiempo que subía su mano por su muslo debajo de su vestido, ella gimoteó al sentir sus gélidos dedos y abrió sus piernas un poco más para poder cabalgar sobre su mano.

—Créeme que lo sé.— susurró ella—. ¿No te importa que tus compañeros estén fuera?

—No, nena, quiero que te centres únicamente en mi y en lo que te estoy haciendo.

La agarró fuerte con una mano mientras que con la otra la tenía cautiva. Fiammenta era incapaz de hacer algo más que concentrarse en el lugar al que la estaba llevando. Cambió al pulgar y apretó un poco más. Dos dedos entraron resbalándose en ella y comenzaron a acariciarla.

—Estás tan mojada.— arremetió con su boca contra la suya.

A Fiammenta le fue inevitable gritar cuando se corrió en el regazo de Zabdiel, con sus dedos dentro de su sexo y su lengua dentro de su boca, totalmente vencida y dominada. Y muy satisfecha.

La sujetó con fuerza, como si temiese por que ella se marchara. Aunque en el fondo sabía que no debía de preocuparse por eso.

Respiró profundamente, las sensaciones en su cuerpo seguían filtrándose a través de su torrente sanguíneo mientras intentaba procesar el efecto que ese hombre dejaba en ella. Cerca de Zabdiel ella no tenía ningún autocontrol, y viceversa.

Lo miró en cuanto pudo y sus brillantes ojos lujuriosos no la hicieron sentir intimidada como otras veces, la incitaron a seguir más allá.

—Debes de tener la mano pegajosa.— murmuró con cierto tono de burla.

Sonrió de manera traviesa y movió sus dedos, que todavía estaban dentro de ella.

—Me encanta donde está mi mano ahora mismo. Aunque me hubiera gustado más que esto estuviera dentro.— presionó su polla contra su culo y ella no dudó que fuera verdad, pues en cuanto sintió lo dura que estaba se estremeció.

Acercó su rostro a su cuello para acariciar este con su nariz.

Fiammenta se movió para bajarse de encima de él pero la sujetó con más firmeza; un destello de disgusto apareció en sus ojos. Lo intentó de nuevo y esta vez la soltó. Se deslizó hasta el suelo de rodillas frente a su entrepierna, puso las manos encima de su erección y presionó. Alzó la mirada para centrarse en las expresiones del dominante, al ver el deseo en su mirada supo de inmediato lo que tenía que hacer.

—Zabdiel... Te quiero hacer una mamada.— murmuró casi de forma tímida.

No había sido señor, lo había llamado Zabdiel. Por un momento creyó que él se negaría rotundamente, más que nada por la forma en la que había pedido las cosas.

—¿Es que acaso esperas una invitación para chuparme la polla?— preguntó remojando sus labios con su lengua.

Fiammenta no necesitó más indicaciones.

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