Capítulo 19

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Fiammenta se ahorró las lágrimas hasta el día siguiente a la hora del entierro, en donde ya no pudo soportarlas más en sus ojos y dejó que fluyeran. No le importaba verse horrible con los ojos irritados y las mejillas empapadas. Ni siquiera le importaba lo que la gente opinase sobre ese vestido de color azul oscuro que llevaba, sin unas medias por debajo para enseñar su piel.

Estaba harta de fingir, de poner una sonrisa falsa en los labios cuando alguien se acercaba a darle el pésame. Si había algo que odiaba era la gente hipócrita y la mayor parte de las personas que se encontraban allí eran de ese tipo.

—Ya está, ya todo ha terminado.— dijo Zabdiel cuando las personas empezaron a abandonar el cementerio tras el entierro.

—Todavía tengo que hablar con Frigdiano, lleva desde ayer queriendo hacerlo y alguien no se lo ha permitido.

—Ni ayer mi tampoco hoy fue el momento.— le hizo saber mientras ponía sus manos en sus hombros y daba un pequeño masaje en estos—. Pero está bien, si quieres hablar con él ahora no voy a impedírtelo. ¿Quieres que os deje solos para que tengáis más privacidad?

La pelinegra arrugó su nariz mientras buscaba con la mirada a su hermanastro, tenía muy clara su respuesta a la pregunta que le acababa de formular.

—No estaré demasiado lejos, de todos modos.

—No, no quiero que me dejes sola.— dijo negando con la cabeza—. Lo que tenga que decirme que lo haga contigo delante, no tenemos nada que escondernos.

—Como quieras, muñeca.— sonrió de lado mientras daba un ligero asentimiento.

No mucho después se acercaron a Frigdiano, este propuso que en casa se hablaría mucho mejor que en la salida de un cementerio y razón no le faltaba. Ambos accedieron. El piso de Fiammenta era el que más cerca quedaba, una vez más, por lo que terminaron reuniéndose allí.

—¿Él estará presente en nuestra conversación?— preguntó el pelinegro tomando asiento en el sofá.

—¿Algún inconveniente, muñeco?— le preguntó alzando una de sus cejas en su dirección, el chico negó con la cabeza pues en esos instantes no le apetecía refutarle al dominante.

Fiammenta soltó un suspiro, no quería tensión entre ellos dos en estos momentos, no era algo que le favoreciese. No confiaba del todo en el chico que era su hermanastro, en Zabdiel bien podría confiarle hasta su vida.

—Mañana debemos de reunirnos con el notario, ya sabes... La herencia.

—Quédate tú con todo.— soltó Fiammenta—. No quiero nada, no necesito nada...

—Fiammenta, es lo normal, que los hermanos se repartan los bienes de una herencia tal cual papá lo dejó escrito en el testamento.— le explicó.

—Eso ya lo sé pero te estoy diciendo que no quiero nada, de verdad. — su mirada bajó hasta sus manos entrelazadas en su regazo como si fuera lo más interesante que pudiera mirar en esos momentos—. Cuando me fui de casa fue para dejarlo todo atrás, no quiero volver ahora al pasado... Quédate con la casa y todas las demás propiedades, yo ya tengo mi vida hecha y creo que estoy en mi mejor momento.

Frigdiano asintió ligeramente, si había algo en lo que ella se parecía a su padre era que cuando tenían una idea en la cabeza no había Dios que le hiciese cambiar. Ideas fijas y claras.

—Sé que no empezamos con el mejor pie porque tuve unos prejuicios de mierda, te juzgué por la persona con la que estabas y la relación que tenías con ella y no por como eras tú... Quiero conocerte, Fiammenta, realmente quiero tener un buen lazo contigo más allá de la sangre.— murmuró casi avergonzado—. Si tú me dejas...

—No voy a ser una hija de puta, niño.— respondió con una pequeña sonrisa en los labios y alzó la mirada para verlo directamente a los ojos—. Nos merecemos una buena relación, sin importar cómo hayamos empezado.

Él sonrió, satisfecho por sus palabras. Acto seguido miró al hombre que estaba al lado de Fiammenta y tomó una profunda respiración para poder hablarle. Tal vez el primer día había sacado su lado más valiente pero no podía negar que el hombre intimidaba.

—Lo mismo te digo a ti, Zabdiel, hemos empezado bastante mal... Te conocía por, bueno, ya sabes...— aclaró su garganta un tanto incómodo.

—Porque soy uno de los dueños de un club sexual de esos que catalogáis como fetichistas.— completó su oración chasqueando su lengua.

—Si.— admitió llevándose una mano al cabello—. La simple imagen mental que tenía de ti no era demasiado buena... No estoy de acuerdo con esas cosas pero no me queda otro remedio más que aceptarlas. Entiendo que no todos somos iguales y que lo que a ti, o mejor dicho a vosotros, os dé placer no tiene porqué dármelo a mi y viceversa.

—Es una forma de verlo muy inteligente, está bien que lo respetes aunque no lo apoyes.— respondió dándole una sonrisa.

—No quiero normalizar el dolor o algo por el estilo...

—Sé que en primera vista parece aterrador pero créeme que es de todo menos eso, le damos más importancia al placer que a todo lo demás... Se basa en el control, todos allí sabemos lo que hacemos.— le explicó—. Estás invitado a venir cuando quieras, muñeco.

El chico fue rápido en negar con la cabeza, que lo librara Dios de hacer tal cosa. Zabdiel lo miró con diversión al ver sus expresiones ante sus recientes palabras.

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