Capítulo 18

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—Mi padre.— dice en apenas un susurro, suficiente para que Zabdiel comprenda la situación. Es rápido en sacarle el teléfono de las manos y comprobar que todavía seguía en llamada con su hermanastro.

—Estaremos ahí pronto, intenta comportarte porque no quiero que llore más de lo que tiene que llorar.— dice antes de colgar la llamada.

Atrae a la joven hasta su cuerpo para darle el calor de sus abrazos, ese que tanto andaba necesitando. Sus labios presionan su frente y sus manos se dedican a acariciar su cabello y espalda, mientras que le susurra palabras tranquilizadoras.

—No puedo creérmelo... Mi padre acaba de morirse y yo ni siquiera me despedí de él.— sollozó contra el pecho de Zabdiel.

—Muñeca, ese día pasaron muchas cosas, no puedes culparte por ello.

—Claro que me culpo, yo fui una jodida egoísta... Solo pensaba en mi bienestar cuando el que se estaba muriendo era él y no yo.— su voz había sonado rota, mostrándose dolida y afectada—. ¿Qué voy a hacer ahora, Zab?

—Ahora vas a levantar tu bonito culo de la cama, nos vestiremos e iremos ya directos a la funeraria donde será el velatorio... Tenemos que encargarnos de muchos asuntos antes de darle un último adiós mañana en el entierro.

—No voy a poder...— dijo cuando él agarró su rostro con sus manos y limpió sus lágrimas con sus pulgares.

—Por supuesto que lo harás, muñeca.— respondió seguro de sí mismo.

Se levantó de la cama para poder ir hasta el armario y sacar de allí la ropa que se pondrían. Él fue el primero en vestirse para que así cuando estuviese listo pudiese ayudarle a ella. Los colores que predominaban en sus ropas eran los oscuros; negro y azul marino.

Ató el cabello de la chica lo mejor que pudo y sonrió cuando vio un resultado que no le desagradaba en lo más mínimo.

Esa noche no se catalogaría como las favoritas de Fiammenta. Intentó llorar lo menos posible pero se quedó en el intento, pues cuando sus ojos vieron el cuerpo de su padre con vida sintió como el alma se le arrancaba del cuerpo. Cayó de rodillas al no poder sostener su propio peso y rompió a llorar. No le importaba la mirada que su hermanastro le estaba dando, no le importaba siquiera como los trabajadores de la funeraria suspiraban con pena mientras musitaban pequeñas cosas por lo bajo; "Pobrecita".

Zabdiel quiso llorar también, pero no porque quisiese demasiado al hombre fallecido sino porque sentía su mundo desvanecerse cada vez que su muñeca lloraba frente a él. Y más cuando se trataba de un tema en el cual no podría intervenir por más que quisiese.

Se agachó para quedar a su altura y, en lugar de levantarla como todos allí esperaban, dejó que se aferrara a su cuerpo una vez más para seguir llorando.

—¿Por qué duele tanto...?— preguntó contra su hombro—. Se supone que no debería de ser así, que yo iba a poder con esto y con todo lo demás...

—Es normal, Fiammenta... Sé que últimamente no teníais la mejor relación, que envidabas cuando tus amigas te hablaban sobre sus padres porque tú no podías decir lo mismo del tuyo.— susurró para que sólo ella lo escuchase—. Pero es tu padre, has pasado muchos años de tu vida con él. Podíais ser completamente diferentes, no tener las mismas opiniones e incluso discutir todo el tiempo... Pero en tu mente prometo van a pasarse las cosas buenas; cuando él presumía de su hija frente a sus amigos del trabajo, las bromas que te hacía en las cenas familiares, los pequeños gestos que a veces tenía contigo...

—Detesto que me conozcas mejor que yo misma.— maldijo por lo bajo mientras se separaba unos centímetros para poder mirarlo a los ojos con los suyos empañados de lágrimas—. El tiempo no puede volver atrás... Y no sabes cuanto me jode eso.

—Los humanos cometemos errores, volver al pasado implicaría cometerlos una vez más porque no cambiarías nada. Si quieres llorar, llora; si quieres gritar, grita; si quieres desquitarte con alguien, hazlo conmigo y no contigo. Y sobre todo, no te eches la culpa porque no la tienes, deja de torturarte en tu mente o seré yo quien te torture mañana en la habitación.— quiso soñar claro y firme, pero en esos momentos le importaba muy poco no sonar demandante.

Entonces Fiammenta descubrió una de las tantas cosas por las que se había enamorado de ese hombre. Era sincero, iba a poner siempre la verdad por delante... Pero antes de la verdad siempre la iba a poner a ella. No juzgaba sino que comprendía y apoyaba.

Era lo que cualquiera mujer desearía. Era lo que Fiammenta necesitaba.

Se dejó llevar por él cuando la levantó en sus brazos y la dejó en uno de los sofás que allí había, al tanatorio no dejaban de llegar centros de flores que a la pelinegra ponían nerviosa, era como recordarle una y otra vez que había sucedido, que su padre ya no estaba y que le enviaban flores para acompañarla en el sentimiento. Zabdiel se dio de cuenta y le pidió amablemente a los de la funeraria que no trajeran más.

—Hermanita, sé que te sientes mal pero en algún momento debemos de hablar.— dijo el pelinegro tomando asiento a su lado.

—No será ahora.— fue rápido en decir Zabdiel, aunque su mirada ya lo decía todo.

No lo quería cerca ahora, no cuando Fiammenta estaba con tan poca estabilidad emocional. No permitiría que se rompiera una vez más.

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